Con su venia, Sr. Rector.
Miembros de la Junta de Gobierno, apreciables autoridades, estimados colegas y alumnos, hemos escuchado lo que a mi gusto pudiera delinear atinadamente el perfil de la UPAEP, no sólo en cuanto a su génesis sino, sobre todo, en cuanto a sus desafíos y a la altura moral e intelectual que los tiempos presentes exigen de ella.
El Dr. Walter Redmond ha tocado varios puntos que de manera condensada encierran todo un material valiosísimo, provocador e inspirador. Escucharlo –permítanme recurrir a esta metáfora– fue como asistir a la escena relatada por Hans Christian Andersen en su cuento El traje nuevo del emperador, cuando un niño gritó, en medio de la multitud, que el rey iba desnudo. Y es que actualmente hemos asumido de tal manera las categorías del lenguaje políticamente correcto, de la economía hiperconsumista y del relativismo pluralista, que hemos perdido la nitidez y la agudeza del mirar la fe, la cultura y la naturaleza en su justa dimensión. El efecto es una cultura emancipada de la natura y una fe escindida de la vida. Las universidades –hagamos un ejercicio serio de autocrítica– tenemos gran parte de la responsabilidad sobre la situación que paradójicamente nosotros mismos estamos padeciendo.
El itinerario de diferenciación que propone el Dr. Redmond pivota sobre tres preguntas –él hace explícitas sólo dos–: 1) ¿qué hace a una universidad ser tal, es decir, distinta de otras instancias educativas? Luego, 2) ¿qué hace a una universidad católica ser tal, es decir, distinta de otras universidades? Y, por último, 3) ¿qué hace a una universidad católica fundada por laicos ser tal, es decir, distinta de otras universidades católicas? Esta última pregunta la concretaré aún más, ¿qué hace a la UPAEP ser tal, ser sí misma, en su misión e identidad, en su destino y su ethos propio?
1) En efecto, la universidad es, en palabras del rey Alfonso X “El Sabio”, el “ayuntamiento de maestros y escolares con voluntad y entendimiento de aprender los saberes" (Siete Partidas, partida II, tít. XXXI). La primera palabra es clave, la universidad es un “ayuntamiento”, un estar juntos, casi como en una yunta que ara en la misma dirección, la universidad es un lugar de “encuentro”. Encuentro que es motivado por un bien común: la búsqueda de la verdad, la transmisión de la verdad, la conversión de la vida frente a la verdad descubierta. Ese encuentro es de maestros con alumnos, de maestros con maestros, de alumnos con alumnos, de toda la universidad con la sociedad. La segunda característica clave, a mi gusto, es la noción de “saber” que maneja el Alfonso X. Porque, aunque esto encierre una osadía, lo expresaré con claridad: la universidad no es el lugar del conocimiento, es el lugar de la sabiduría. Porque no son sinónimos, y es que la sabiduría asume al conocimiento pero lo le añade finalidad y sentido: la sabiduría es un conocer de segundo orden. Sabiduría es, ante todo, saber vivir, cosa que el mero conocimiento de la realidad no otorga. Por eso el ideal de la vida universitaria no es la erudición (mera acumulación de conocimiento), sino la sabiduría. Resumamos, pues, lo que es una universidad frente a otras realidades educativas: un encuentro con pretensión de sabiduría. El “saber vivir”, de los bienes comunes creados por la universidad, es hoy, a mi parecer, el más necesario.
2) La segunda pregunta a la que nos invita el Dr. Redmond es: ¿qué hace a una universidad católica ser tal, es decir, distinta de otras universidades? La Constitución Ex Corde Ecclesiae, que nos regaló San Juan Pablo II, dice así (n.13):
Puesto que el objetivo de una Universidad Católica es el de garantizar de forma institucional una presencia cristiana en el mundo universitario frente a los grandes problemas de la sociedad y de la cultura, ella debe poseer, en cuanto católica, las características esenciales siguientes:
1. una inspiración cristiana por parte, no sólo de cada miembro, sino también de la Comunidad universitaria como tal;
2. una reflexión continua a la luz de la fe católica, sobre el creciente tesoro del saber humano, al que trata de ofrecer una contribución con las propias investigaciones;
3. la fidelidad al mensaje cristiano tal como es presentado por la Iglesia;
4. el esfuerzo institucional a servicio del pueblo de Dios y de la familia humana en su itinerario hacia aquel objetivo trascendente que da sentido a la vida.
Fiel a esta idea, el Dr. Redmond nos solicita aquilatar el tesoro de nuestra rica cultura católica, compuesta por artistas, literatos, teólogos, la ciencia de los santos y un largo etcétera. Ser católico es ser universal, es estar abierto a toda verdad, con la valentía y confianza del que sabe que cualquiera que haya dicho una verdad es de los nuestros y su verdad hemos de hacerla nuestra, ya que ha provenido de la misma Fuente, como nos sugería san Justino al inicio del filosofar cristiano (Segunda Apología, n. 13), o como lo enunciaba con frecuencia el célebre Tomás de Aquino: “Omne verum, a quocumque dicatur, a Spiritu Sancto est” -“Toda verdad, dígala quien la diga, proviene del Espíritu Santo”- (Cfr. Super Sent., lib.1, d.19, q.5, a.2 ad 5).
A la par de esta valiente apertura, una universidad católica ha de distinguirse del resto de universidades por un profundo y confiado sentido de la vida y de la historia. Nuestras vicisitudes sociales, nuestros desafíos políticos, culturales, científicos o ambientales tienen como horizonte de comprensión la bondad de un Dios creador y redentor. Nuestro Dios es el Señor de la historia, que la “teje” con la libertad de los hombres. Este, nuestro siglo XXI, no tiene menos desafíos de los que tuvo el siglo III d.C., o el IX o el XVIII…, tiene “distintos” desafíos, pero ni más para encogernos de hombros a la espera de la catástrofe, ni menos para buscar el confort y la comodidad. “La caridad de Cristo nos urge” (2 Cor 5,14) decía San Pablo. Las universidades católicas deben ser, en cierto sentido, un cauce de esta urgencia: nos “urge” cavar en la verdad del ser y su sentido; nos “urge” contemplar la belleza del mundo y del hombre; nos “urge” hacer el bien de manera creativa y solidaria; pero esta triple urgencia a la verdad, al bien y a la belleza no han de provenir de un mero altruismo, de un humanismo de cortas miras… han de brotar, por el contrario, de la caridad de Cristo, pues es en Él, el y el , donde todo se recapitula. La vida académica universitaria es una verdadera vocación que Dios suscitó en el seno de la Iglesia católica hace casi un milenio para bien de toda la humanidad. Las universidades católicas somos una minoría en el actual mundo universitario y, sin embargo, nos abriga la certeza de que la gracia de Dios sabe actuar en la poca levadura que se añade para fermentar toda la masa.
3) La última pregunta a la que nos invita a reflexionar el Dr. Redmond es: ¿qué hace a una universidad católica fundada por laicos ser tal, es decir, distinta de otras universidades católicas? En el fondo nos interpela sobre quiénes somos y cuál es la distinción de la UPAEP en el seno de las universidades católicas.
Mientras que otras universidades católicas fundadas por congregaciones religiosas beben de la espiritualidad de sus fundadores e impregnan su quehacer educativo de sus itinerarios en la fe, nuestra UPAEP fue fundada por laicos. Los laicos, según el Concilio Vaticano II, se caracterizan por su entrega gustosa y por entero “a la expansión del reino de Dios y a informar y perfeccionar el orden de las cosas temporales con el espíritu cristiano (Apostolicam actuositatem, 4), y como lo señala con más precisión la Lumen Gentium (n.31): “A los laicos corresponde, por propia vocación, tratar de obtener el reino de Dios gestionando los asuntos temporales y ordenándolos según Dios. Viven en el siglo, es decir, en todos y cada uno de los deberes y ocupaciones del mundo, y en las condiciones ordinarias de la vida familiar y social, con las que su existencia está como entretejida. Allí están llamados por Dios, para que, desempeñando su propia profesión guiados por el espíritu evangélico, contribuyan a la santificación del mundo como desde dentro, a modo de fermento.”
La audiencia del 9 de marzo de 1994, San Juan Pablo II la dedicó a reflexionar sobre el carisma de los laicos. En nuestra vida Dios derrama una riqueza innumerable de gracias, que son los carismas. Los hay extraordinarios o especiales, y otros sencillos u ordinarios. Ahora bien, muchos carismas, decía el Papa Polaco, no tienen como finalidad primaria o principal la santificación personal de quien los recibe, sino el servicio a los demás y el bien de la Iglesia. ¿Cuál es el carisma propio de la UPAEP como obra de laicos, como don que Dios suscitó en esta iglesia local de Puebla como levadura que fermenta la vida de personas, familias, empresas, gobiernos y grupos en tantas y tantas partes de nuestro país y hasta del mundo?
A través de los pocos años que tengo en esta casa de estudios, y tras la escucha atenta de sus fundadores, de sabios profesores, amigos y autoridades académicas, a través de la lectura pausada de nuestro ideario y de nuestra historia, respirando el ambiente cotidiano de sus aulas y pasillos, he podido ir descubriendo algunas características de este carisma, de esta gracia que supone la presencia de la UPAEP. Pido disculpas si no logro la precisión teológica que se requiere para enunciarlo. La idea que quiero transmitir es la siguiente: la UPAEP ha sabido enseñar a orientar la mirada hacia la comunidad a través de una experiencia fuerte de solidaridad.
Cuando digo orientar la mirada hacia la comunidad me refiero a una conversión, una metanoia que nos saca de este individualismo cultural, que nos pide considerar al “otro”, a sus necesidades y realidades, a su vida, como sentido de la nuestra. Hoy faltan –tomaré prestados algunos términos que suele recordarnos nuestro Rector– escuelas de comunidad, experiencias de descentramiento, lógicas de la donación, lógicas de la alteridad que conciban tanto el poder como el saber en clave de servicio. Hoy muchas universidades son, lamentablemente, incubadoras de la indiferencia social y de la obsesión mercantilista de la existencia. La UPAEP no.
Cuando digo a través de una experiencia fuerte de solidaridad, me refiero a actitudes cotidianas, donde el profesor se toma en serio (in solidum) el aprendizaje de sus alumnos, cuando los muchachos se apoyan entre sí, ese compañerismo en los eventos deportivos, los alerombos entonados por todos, el fuerte programa de becas, exalumnos que constituyen una red fuerte y solidaria. En esta Casa de estudios uno se siente acogido, como en su propio hogar. La vida de cada uno es tomada en serio por los demás.
Para decirlo con otras palabras, una convicción permea las múltiples acciones en la UPAEP: la santificación de la vida a través de la construcción del bien común. El Dr. Redmond nos ha invitado, al final de su discurso, a la “sensatez” y a la “inmediatez”. La sensatez apela a nuestra razón, la inmediatez a nuestras manos; tenemos que pensar muy bien, pero al final tenemos que actuar muy bien, pues el bien común ha de hacerse, ya que nos “urge” la caridad de Cristo. Se espera de la UPAEP un pensamiento claro y lúcido, serio y potente, “sensato”, pero también se espera que sea un actor decisivo: la necesidad del otro no nos puede ser indiferente; la suerte de nuestra patria no nos puede ser indiferente; el envío que nos hace la Iglesia aquí y ahora no nos puede ser indiferente.
Gracias Dr. Redmond por su mensaje y gracias por pertenecer ya a nuestro claustro. Su presencia entre nosotros es un honor inmerecido.
Desarrollo humano y social
Respuesta a la tesis “Esencia y misión de una universidad católica fundada por laicos” de Walter Redmond
01 febrero Por: Jorge Medina Delgadillo