El próximo domingo 11 de Noviembre se festejará a uno de los santos más populares que ha tenido la cristiandad: San Martín de Tours. Es el primer santo en ser venerado a pesar de no haber sido un mártir; es decir: todos los santos anteriores a él, comenzando con San Esteban, padecieron la muerte por el martirio. San Martín goza de tal popularidad, que no solamente en las iglesias católica, ortodoxa y anglicana se le recuerda, sino también en la luterana, de tal manera que, en la tradición de estas iglesias, es el símbolo de la solidaridad y de la paz con los grupos marginados. Es el patrono de los pordioseros, de los despreciados, de los sastres, de los soldados y de quienes rehúyen el servicio de las armas.
El nombre “Martinus” es de origen romano y nos remite al dios de la guerra: Mars – Martis. El sufijo “nus” indica pertenencia: el que pertenece a Marte; también puede entenderse como “guerrero”. También podría significar “el nacido en el mes de Marzo” (“mensem martium”), primer mes del año romano y dedicado a Marte. El nombre se “cristianizó” gracias, entre otros personajes, a San Martín de Tours y a San Martín de Dume, Arzobispo de Braga (Portugal) en el siglo VI, de tal manera que, en la Edad Media, los nombres más empleados fueron Martín, Pedro y Juan. Lutero mismo recibió el nombre de Martín debido a que nació el día anterior (10 de Noviembre) a la festividad del santo.
San Martín debe haber nacido en los años 316/317 en lo que hoy es Hungría, en Szombathely. Hijo de un tribuno militar romano, pasó su juventud en Pavia. Desde su niñez entró en contacto con el cristianismo, siendo admitido entre los catecúmenos, aunque no llegó a bautizarse.
Un decreto de Diocleciano, el emperador, obligaba a los hijos de los oficiales romanos a servir en el ejército, así que tuvo que seguir, en contra de su voluntad, la carrera militar. Sirvió como oficial en una unidad de elite del ejército. Por eso es que San Martín después se convertiría en el patrono de quienes se niegan a hacer su servicio militar. Participó en varias campañas, hasta que, estando de servicio cerca de la ciudad alemana de Worms (en ese entonces Civitas Vangionum), se negó a entrar en el combate que se acercaba en contra de los germanos, diciendo que ya no quería ser visto como “miles Caesaris” (soldado del emperador), sino como “miles Christi” (soldado de Cristo), por lo que solicitó su baja del servicio. Se le negó, por lo que tuvo que seguir en el ejército hasta cumplir su servicio obligatorio, que duraba 25 años.
Un acontecimiento le dio fama eterna: dice la tradición que, estando ante las puertas de la ciudad de Amiens, vio a un mendigo que sufría por el frío, por lo que sacó su espada y cortó su capa para darle la mitad al pobre hombre. Por la noche, se le apareció Jesús en la figura del pordiosero, como recordando aquello de “lo que le hiciste al más pequeño de los míos, a mí me lo hiciste”. Al poco tiempo, Martín recibió el sacramento del bautismo.
Martín terminó su servicio militar y se convirtió en discípulo del prestigiado obispo Hilario de Potiers, quien era más o menos de su misma edad y quien después también ascendería a los altares. De él recibió las órdenes sacerdotales. Hacia el 360 fundó el monasterio de Ligugè, el primero en las Galias. Su espíritu cristiano y sus obras lo hicieron muy querido por la gente, de tal manera que, cuando la ciudad de Tours, distante unos cien kilómetros del monasterio, requirió de otro obispo, el pueblo no quiso a otro que no fuese Martín, el ermitaño. Dice la tradición que Martín no deseaba esa responsabilidad, por lo que se escondió en un establo; los habitantes del pueblo salieron a buscarlo con linternas (de ahí la tradición, viva hasta la actualidad en Alemania, de las procesiones de niños con su linterna). No lograban encontrarlo, pero unos gansos lo descubrieron y, con sus graznidos, lo delataron. Fue consagrado obispo en Julio del 372, pero siguió viviendo en un monasterio o en una cabaña frente a las murallas de la ciudad.
San Martín puede ser visto como una especie de bisagra cultural entre la civilización romana y el reino de los francos. Su vida ascética lo convirtió en un modelo de vida del sacerdote o del obispo en la Antigüedad Tardía. Sus milagros y obras de caridad lo hicieron famoso rápidamente en su región, por lo que no debe extrañarnos la enorme popularidad de la que goza hasta nuestros días.
Su nobleza y su espíritu caritativo se pueden ver en la siguiente historia. En el año 385, estando Martín en la ciudad de Trier, en donde se encontraba el emperador Magnus Maximus, tuvo lugar una fuerte disputa entre los obispos católicos y el obispo herético Prisciliano de Ávila. A petición de San Martín, quien gozaba de amplio prestigio, el emperador dio por terminado el asunto y se comprometió a no hacer daño alguno al obispo Prisciliano. Sin embargo, una vez que Martín se marchó, hizo ajusticiar al obispo herético. En cuanto Martín se enteró del caso, protestó enérgicamente ante el emperador, al igual que sus colegas, los obispos San Ambrosio de Milán y Siricius de Roma.
El 8 de Noviembre del 397, en la ciudad de Candes, en donde realizaba una visita pastoral, falleció el buen obispo Martín. En medio de una gran concentración de gente, fue enterrado en Tours el día 11. Esta festividad fue vista como el inicio del invierno, como la fecha de los primeros vinos y como el día para pagar deudas e impuestos, tanto en dinero como en especie (por ejemplo, los gansos de San Martín).
La mitad de su capa (cappella) se conservó durante largo tiempo y dio el nombre a las iglesias pequeñas (capillas) y a los grupos de cantores e instrumentistas que cantaban en ellas (capillas musicales). Hay además una gran cantidad de animales, plantas y aparatos que llevan el nombre de San Martín o de Martín, en honor a este importantísimo santo de la Antigüedad Tardía, personaje que imprimió su sello en la cultura cristiana de Oriente y de Occidente.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Decano de Ciencias Sociales
Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)
UPAEP
Desarrollo humano y social
Sanctus Martinus Turonensis
11 noviembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo