Desarrollo humano y social
Sobre Nuestro Escudo de Armas
30 septiembre Por: Eduardo Merlo Juárez
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Desde épocas inmemoriales los pueblos, en prácticamente todas las partes del planeta donde se desarrollaron altas civilizaciones, buscaron un símbolo, una seña, algo que los pudiera identificar, al principio eran animales o formas orográficas que en principio les eran familiares a los que buscaban esta forma de identidad. Las figuras primeramente burdas, se fueron sofisticando hasta convertirse en emblemas. No en balde las aves más feroces o las más bellas se plasmaron en los muros de las cavernas y luego en lienzos o en implementos militares y religiosos. Con el paso de los siglos la mayoría de los pueblos tuvieron su enseña o figura a la que consideraron como un tótem hasta quedar simplemente en un escudo.

La ciudad de la Puebla de los Ángeles, fundada por los franciscanos en 1531, como un experimento poblacional único en su género, prosperó rápidamente con el incentivo de sus ventajas fiscales, lo que redundó en la instalación de las primeras industrias de la Nueva España, al grado que apenas, cuando no cumplía cabalmente los siete años de edad, recibió de parte de la Corona española, el gran privilegio de tener escudo de armas, mismo que los expertos en heráldica de la corte imperial, diseñaron con todo apego a lo que se quería implicar en tal símbolo. Fue la reina doña Isabel de Portugal, consorte de Carlos V, quien otorgó tan magnífico obsequio a la población que ella ya visualizaba como una futura gran ciudad. La cédula real que contiene el escudo fue dada en la ciudad de Valladolid, el 20 de julio de 1538. Ciertamente la soberana pone en el documento primeramente a su marido el emperador don Carlos y a su madre doña Juana de Castilla con una retahíla de títulos a cual más rimbombante, y apunta que lo otorga a petición del alcalde Alonso Díaz de Vargas. Pero donde radica lo que es importante, es cuando describe con todo detalle el contenido del escudo y vale la pena resaltarlo, dice claramente que contiene: “…una ciudad con cinco torres de oro asentada sobre un campo verde y dos ángeles uno de cada parte vestidos de blanco realzados de púrpura y oro asidos a la dicha ciudad… y bajo del campo verde donde está asentada la dicha ciudad, un río de agua en campo celeste…”. Esta es la parte medular del escudo, primeramente una ciudad que se enfatiza con cinco torres, que por supuesto no son las torres de la catedral como algunos despistados creen, simplemente porque en 1538 no había ninguna catedral en Puebla, vaya, ni siquiera se había concluido ninguno de sus templos, por lo tanto sería auténtica clarividencia que ya supieran entonces cómo serían las torres catedralicias que se concluyeron más de doscientos años después. El sustento de la ciudad torreada está en el prado verde inmediatamente abajo y finalmente la corriente del río que no es otro que el Huitzilapan, más tarde llamado de San Francisco y ahora bulevard Héroes del 5 de Mayo. Por supuesto que el complemento obligado son los ángeles que sostienen las torres simbólicamente, para que todos entiendan que es: “Ciudad de los Ángeles”. Ese el escudo que desde aquel 1538 ostenta nuestra nobilísima y muy leal ciudad. Cabe decir que las cinco torres en la heráldica hispana, significan y aluden al carácter imperial, es decir, la citada población goza de la protección directa del emperador y a este sustento se añade el celestial a cargo de los seres alados. Desde entonces, se sabe y previene para que ninguno se atreva a alterarlo, modificarlo o suprimirlo: “Se hace mención en las dichas partes e lugares sin que en ello le pongan ni consientan poner embargo ni contradicción alguna…”.

Por lo anterior es fundamental la protección y sobre todo el respeto a este emblema de la ciudad de Puebla, sea de los Ángeles o de Zaragoza; se le cite como la Angelópolis o como el Relicario de América.

Por fortuna, en los casi quinientos años de existencia, los distintos alcaldes y sus respectivos cabildos, han respetado rigurosamente los elementos fundamentales del escudo que ciertamente es de la ciudad, aunque al declararse la independencia y cambiar la intendencia por la calidad de estado libre y soberano, el emblema citadino se hizo de todo el territorio y así perduró hasta la séptima década del siglo XX, cuando un gobernador decidió que tornara a ser solamente de la capital y mandar hacer uno distinto para el estado, cuya aplicación en la opinión de una inmensa mayoría, no fue afortunada.

A partir del último tercio del siglo pasado, se puso de moda que cada gobierno trienal, mandara hacer una especie de logotipo donde se sofisticaba el emblema original, pero siempre respetando los elementos fundamentales, pues aunque la autoridad imperial quedó como parte de la historia, el escudo ha permanecido con la misma fuerza de aquellos años gracias al apoyo republicano. De ahí que tengamos el derecho de analizar la propuesta del próximo gobierno municipal y con el respeto debido expresemos que es evidente que se buscó representar a la catedral un tanto apachurrada y de plano a los ángeles los mandaron a volar. En este caso, la catedral con todo y que es símbolo de la ciudad por su peculiar arquitectura, representa la potestad eclesiástica, mientras que las cinco torres son claramente expresión del poder civil. La separación de estas dos instituciones ha costado mucho, como lo atestigua nuestra historia.

Yo no sé si la próxima administración municipal escuche otras opiniones, someta cualquier decisión al consenso del cabildo, pida opinión por ejemplo al Consejo de la Crónica que para ocasiones como esta se creó, a las facultades de historia universitarias, etcétera. Ojalá y así sea, porque sin ánimo de molestar, vale la pena una consideración sobre ese logotipo ya que nuestra ciudad merece al menos una acertada reflexión.

   
Arq. Eduardo Merlo Juárez
Historiador - Investigador

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