Ayer 27 de Septiembre se cumplió un año más de la entrada victoriosa del Ejército Trigarante a la Ciudad de México, en 1821, acontecimiento con el que generalmente se asocia el final de la larga guerra de independencia en México, que había comenzado en 1810. Como es frecuente en nuestra historia oficial, este gran acontecimiento, el de la guerra de independencia, también ha sido tratado y entendido como una gran telenovela, con personajes buenos y malos. Los buenos son inconmensurablemente buenos, los malos son infinitamente perversos. Esta visión tan simple de la historia nos ha impedido ver a los personajes de la historia en una dimensión más humana, ha estorbado en la comprensión de la interrelación de factores y ha dejado en la obscuridad a personajes sumamente importantes, particularmente a los que se significaron por aportar ideas y propuestas. Uno de estos personajes injustamente dejados de lado es Agustín de Iturbide, a quien debemos los colores de la bandera, la realización de la independencia y el empleo generalizado del nombre “México” para el país entero.
Agustín Cosme Damián de Iturbide y Arámburu nació en la antigua Valladolid el 27 de Septiembre de 1783; murió fusilado en Padilla, Tamaulipas, el 19 de Julio de 1824. Emparentado con el padre Miguel Hidalgo, Iturbide rechazó ocupar un cargo militar, el de teniente general, en el ejército insurgente que se levantó en armas en 1810. Si bien no tenemos claro si Iturbide estaba en contra de las ideas independentistas o en contra de la forma en que las hordas de Hidalgo se conducían, pues lo hacían de manera violenta y anárquica, lo cierto es que en un principio combatió con toda energía a los insurgentes. Su carrera militar fue brillante: durante la guerra de independencia casi no perdió batalla alguna (sólo la batalla del cerro del Cóporo y una en el actual estado de Guerrero). Por el contrario: Iturbide se significó por perseguir con todo éxito a Morelos, a los Galeana, a los Bravo, a Matamoros y después a Guerrero.
En esa primera época de la guerra de independencia (desde los inicios hasta la muerte de Morelos), encontramos a muchos combatientes que se distinguieron por ser grandes estrategas: del lado realista, a Félix María Calleja y a Agustín de Iturbide; del lado insurgente, a José María Morelos y a Ignacio López Rayón, quien realizó dos de las más extraordinarias hazañas militares del ejército insurgente: la toma de Zacatecas y la extenuante retirada desde el norte del país después de la aprensión de los primeros insurgentes, hasta llegar a Michoacán. También podemos nombrar a Nicolás Bravo y al Padre Mariano Matamoros.
Desafortunadamente, en esta primera etapa, la labor de Iturbide al servicio del ejército realista no solamente fue eficiente: también se dejó llevar en muchos casos por la crueldad. Una práctica común era, por ejemplo, “quintar” a los prisioneros: uno de cada cinco era fusilado. Tiempo después le comentó a Vicente Filisola que estaba cansado de tanta sangre derramada en uno y otro bando. A pesar de sus éxitos militares, en 1816, por causas aún no plenamente esclarecidas, fue separado del mando. Se le acusó de malversación de fondos y de abuso de autoridad. Al parecer, sus haciendas se convirtieron en proveedoras del ejército realista, lo que se llamaría hoy en día “conflicto de interés”. Se retiró a sus posesiones en Michoacán y después se mudó a la Ciudad de México.
En la política, el mundo da muchas vueltas. En 1820 triunfó en España una revolución liberal, que buscaba restituir la Constitución de Cádiz de 1812, lo cual provocó turbulencias políticas en la Nueva España. Esto se debía a que los liberales veían en esto una oportunidad para separar a la Nueva España de la metrópoli, mientras los conservadores, ante la amenaza de que se instituyeran en este país las reformas liberales, llegaron también a la conclusión de que lo mejor era la independencia. Así que ambos bandos, por diferentes motivos, buscaban la autonomía o la independencia del virreinato. Los conservadores buscaron a un militar de prestigio y de entera confianza para garantizar el éxito del movimiento, y este militar fue Agustín de Iturbide, por lo que presionaron al virrey Apodaca para que lo restituyera en el mando militar y así encabezar una campaña en el sur, en donde quedaban los últimos reductos de los insurgentes: las guerrillas de Vicente Guerrero y de Pedro Ascencio.
Después de algún tiempo en campaña, viendo que la victoria militar sobre los insurrectos en realidad no arreglaría nada y que además se veía lejana y difícil, pues la campaña militar no logró reducirlos, optó por la negociación. En pocos meses, no sin grandes penalidades, logró aglutinar a los insurgentes y a otros jefes realistas, se entrevistó con don Juan de O’Donojú, quien llegó a la Nueva España no como virrey, sino como jefe político y capitán general, y elaboró un programa político: el Plan de Iguala. Entró a Puebla el 2 de Agosto de 1821, y, a pesar de que lo acompañaban jefes insurgentes que se habían distinguido en los últimos meses, la población lo vitoreaba a él, a Agustín. Desde este momento vale para la historia militar de México: si cae Puebla, cae la Ciudad de México. El 24 de Agosto, Iturbide y O’Donojú firmaron los Tratados de Córdoba, por medio de los cuales el segundo reconocía la independencia de la Nueva España. El ejército libertador se hacía llamar “Trigarante”, debido a que se había comprometido a resguardar tres grandes principios: la existencia en este reino de una sola religión, la católica, la independencia del país y la unión de todos los habitantes del mismo.
Es una soberana tontería que a los niños en las escuelas se les diga que el verde significa el verdor de los prados, el blanco sea la por la blancura de las nieves de las montañas y el rojo sea la sangre de nuestros héroes. Ningún ejército, por más poderoso que sea, puede comprometerse a que los pastos sean siempre verdes. Los colores que escoge Iturbide para la bandera que enarbola el Ejército Trigarante se remiten a sus lecturas de la Divina Comedia, de Dante Alighieri, en donde las virtudes teologales aparecen como mujeres: la fe se cubría con una túnica blanca, el ropaje de la esperanza era verde y la caridad vestía de rojo. Fe, esperanza y caridad; religión, independencia y unión. Ese era el orden original de los colores y eso significaban. Por eso se llamaba “Ejército Trigarante”, pues se comprometía a proteger la religión católica excluyendo a cualquier otra, a guardar la independencia del país y a cuidar la unión de todos sus habitantes, no importando de dónde viniesen o qué tan ricos o pobres fueran.
El 5 de Septiembre ya encontramos a Iturbide y a los suyos acampando en Azcapotzalco; el 16, O’Donojú declara que la guerra ha terminado, y el 27 por la mañana, día de su cumpleaños, Iturbide entra triunfal a la Ciudad de México, vestido de civil, al frente de su ejército.
No sé qué tan exacta sea la afirmación de que Iturbide “consuma” la independencia, pues en realidad la guerra de los insurgentes ya estaba perdida. Creo que es más exacto decir que Iturbide “hace” la independencia. Inicia aquí otra etapa en la vida de don Agustín, la tercera: al Iturbide combatiente de insurgentes siguió la del Iturbide libertador; ahora inicia la del Iturbide Emperador. Pero esa es otra historia.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP
Desarrollo humano y social
Iturbide, el hacedor de la independencia
30 septiembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo