Por: Paulina Michelle Romero Tenorio
Desde muy pequeños hemos recibido infinidad de información acerca de la Independencia de México. Según nuestros libros de Historia, el 15 de septiembre de 1810 ocurrió el llamado “Grito de Dolores”, hecho que marcó el inicio de una lucha que duraría 11 años. Entonces, se vivía en un marco cultural y legal que fue traído de España.
Muchos hacendados españoles tenían un poder total sobre los indígenas y se beneficiaban de su trabajo. Además, muchas riquezas naturales, como las que se obtenían en las minas, fueron explotadas sin ninguna retribución, razón por la cuál con el Grito de Dolores empezó una época de cambios y de muchos retos.
Acorde a los libros de Historia, la guerra de Independencia terminó en 1821; sin embargo, España no aceptó a México como una nación libe, soberana e independiente hasta 1836. Con este antecedente, mi pregunta desde hace mucho tiempo es: ¿nuestro hermoso y querido país, México, realmente se independizó?
Primero, para opinar acerca de este tema debemos establecer el significado de ‘independiente’; y según una búsqueda rápida en Internet lo definen como: “que no está sometido a nadie o está exento de dependencia; no guarda relación de dependencia con otra cosa”. Si se respeta este concepto, podemos decir que efectivamente, México no fue colonia de España después de 11 años de guerra, se cumplió el objetivo de ser una nación sin la autoridad de otro país y decidir su propio destino.
Lamentablemente, al acabar la guerra contra España, siguieron más y más luchas internas que obstaculizaron el desarrollo de México. Con el Porfiriato, muchas décadas después, se logró una relativa estabilidad política y crecimiento económico. Sin embargo, una parte considerable de la sociedad mexicana no disfrutó los beneficios de ese periodo. Al terminar el Porfiriato, los gobiernos que llegaron con la Revolución no pudieron cumplir en su totalidad las promesas de justicia social y desarrollo que pedían los indígenas, las clases marginadas y los campesinos. Eso dificultó nuestra consolidación como país.
En lo personal, dudo que actualmente seamos independientes como país si consideramos que el concepto contempla el “aprovechar nuestros talentos y riquezas para mostrarlos al mundo”.
Existen muy pocas empresas mexicanas que tienen un papel importante en el exterior. La mayor parte de los productos que consumimos son de exportación, vienen de Estados Unidos o incluso de otros continentes. Está bien que aprovechemos las ventajas del comercio con otros países, pero sería positivo, por ejemplo, que nuestra producción no se enfocara solamente en manufacturar mercancías para otros países sino venderles a ellos conocimiento, innovación y tecnología.
Es claro que, en el siglo XXI, ningún país puede ser autosuficiente. México, más allá de sus tradiciones e historia, debe entender que conceptos como ‘independencia’ pueden actualizarse: ser libres también significa desarrollar nuestros potenciales, aprovechar a nuestra gente y nuestras riquezas para honrar los ideales de la gente que luchó en el pasado por un mundo mejor.