Anatole France (1844-1924), el famoso escritor francés, fue quien primero utilizó la palabra “xenofobia”, en 1901, en su novela “Monsieur Bergeret à Paris”. Ya en 1906 aparecía esta palabra, como entrada, en el “Nouveau Larousse illustré”, lo cual indica que fue bien aceptada por la sociedad y la academia. En el contexto del tristemente célebre “escándalo Dreyfus”, que dividió a la sociedad francesa terriblemente, aparecieron voces como “misoxènes”, “xénophobes”, “xénoctones” y “xénophages”, para describir a los “demagogos antisemitas” que exacerbaban los ánimos. Recordemos que este caso tuvo como triste protagonista y víctima a un oficial del ejército francés de origen alsaciano y judío, Alfred Dreyfus, quien fue acusado de traición a la patria durante la guerra contra Prusia. El proceso, que se extendió de 1894 a 1906, provocó intrigas, revueltas, asonadas, disturbios, falsificaciones, hasta un conato de golpe de Estado. Por fin, el oficial Dreyfus fue justamente rehabilitado y pudo regresar con honores a filas. Quienes se atrevieron a defenderlo de las falsas acusaciones llegaron a sufrir incluso el destierro, como el famoso escritor Émile Zola, figura clave en este asunto.
La palabra “xenofobia” procede del griego “xénos” (ajeno, extraño) y “phobía” (miedo, temor). Con esto damos a entender que se trata de un fenómeno en el que personas de otro ámbito cultural o de otro pueblo, de otra comunidad o región, son rechazadas de forma agresiva. Este rechazo busca apoyarse en diferencias sociales, religiosas, económicas, lingüísticas, étnicas o culturales, pues en ellas se pretenden percibir amenazas o peligros. Frecuentemente, la xenofobia es una forma en la que se reflejan el nacionalismo, el regionalismo o el racismo. Quienes participan de ella exigen un trato diferenciado y desventajoso para las personas a quienes se ve como diferentes y, por lo tanto, como amenazas para la sociedad. Por eso dicha palabra apareció en medio del escándalo Dreyfus, pues se veía a las claras que se le trataba de manera desventajosa por su origen judío y alsaciano (Alsacia es un territorio que ha pertenecido a veces a Francia y a veces a Alemania a través de la historia).
Desde el punto de vista de la psicología social, la xenofobia crea una imagen de connotación negativa de alguien a quien se ve como ajeno o extraño, para sostener entonces una imagen propia de carácter superior. Es decir, los propios son superiores y mejores que los extranjeros.
Esto nos permite explicar el substantivo, marcadamente despectivo, que utilizó hace unos días la señora Yeidckol Polevnsky para referirse a José Manuel Sanz, asesor y socio de Cuauhtémoc Blanco: “españolete”. El sufijo “ete / eta”, según la Real Academia de la Lengua, sirve, entre otras cosas, para formar diminutivos y despectivos: amiguete, vejete, caballerete, banqueta. La señora Polevnsky es la presidente de MORENA, partido que tiene mayoría legislativa en ambas cámaras federales, en numerosos congresos locales, y de quien emanará el próximo Presidente de la República. Pero ¿es necesario que la dirigente de un partido de tal importancia se refiera así a una persona que, además de ser su adversario en la política, ha cometido el aparentemente inexcusable error de no haber nacido en México, sino en España, y, peor aún, en su capital? Pero hay algo más: Sanz es mexicano. No sé si tenga doble nacionalidad, pero lo que sé es que es mexicano por naturalización desde 1982.
Curiosamente, en México, los extranjeros, aunque se naturalicen, no dejan de verse como extranjeros: “el chino Zhenli Ye Gon”, leíamos en la prensa; o “el argentino Carlos Ahumada”, aun cuando ambos estaban ya nacionalizados como mexicanos. En cambio, el astronauta José Hernández, de origen mexicano pero nacido en Estados Unidos y con nacionalidad estadounidense, es calificado en muchos medios de “mexicano”. No sé si tenga doble nacionalidad o no, lo que quiero subrayar es el trato desigual. En este caso, la cultura política mexicana se parece a la egipcia de hace 2 000 años: aunque Cleopatra (la de las películas) había nacido en Egipto, en donde su familia de origen macedonio (descendientes de Ptolomeo) reinaba desde hacía siglos, era todavía considerada como “griega”.
Es urgente que nuestros políticos midan sus palabras y se conduzcan con respeto, sobre todo en un mundo de odios raciales que se ven reflejados en los diferentes movimientos populistas nacionalistas en muchísimos países. Si sobajamos a alguien debido a su lugar de nacimiento, ¿qué le criticamos entonces a Donald Trump? ¿Esa es la altura de la discusión de nuestros políticos triunfadores? ¿Qué dirían los graves redactores de la futura Constitución Moral –quienes ya se encuentran trabajando en ella- acerca de estos excesos verbales que ofenden a un adversario político y a todos los españoles y a sus descendientes en todo el mundo? ¿Este será el tono que caracterice a los argumentos en la futura República del Amor, que el candidato triunfador de MORENA defendía en la campaña desde el templete, y con la que se encuentra comprometido en instaurar?
La ofensa que se basa en el origen extranjero de alguien atenta contra la dignidad de la persona y ensucia a quien la profiere. Es digna de recordarse, en este contexto de odio antiespañol, aquella anécdota del Lic. Manuel Gómez Morin, a quien un opositor político, de manera grosera, le espetó: “¡Hijo de gachupín!”, a lo que Don Manuel, sereno, le respondió: “¡Si vieras qué bien se siente saber quién es el padre de uno!”
Por otro lado, ¿no sabe la señora Polevnsky que ella misma tiene sangre española en las venas? En efecto: su nombre verdadero es Citlali Ibánez Camacho. Según lo que ella misma refiere, se cambió el nombre por problemas familiares, por lo que tiene incluso tres actas de nacimiento. El nombre “Yeidckol”, afirma ella, es de origen hebreo; “Polevnsky”, de origen polaco. Pero algo tiene de sangre española, pues “Ibáñez” es de claro origen castellano y significa “hijo de Juan (Iban)”. Camacho proviene también de tierras peninsulares (Portugal o España) o quizá francesas. Lo curioso del caso es que se equivocó dos veces con la elección del apellido polaco: en esa lengua debería escribirse “Polevnski”, porque la “y” en aquel idioma no se pronuncia como “i”, además de que ningún apellido termina con esa letra. Por si fuera poco, las mujeres no escriben su apellido, en caso de que este termine en “i”, con dicha letra, sino que lo declinan a “a”: Ludwinski pasa a Ludvinska, por ejemplo. Por eso los hijos de Elena Poniatowska –esta sí de origen polaco- se apellidan Poniatowski.
Lo peor del caso es que el enojo contra Sanz se debió a que este le robó supuestamente a MORENA unos diputados que se dejaron sobornar por unos cuantos billetes para apuntalar a Cuauhtémoc Blanco, egregio gobernador electo de Morelos. No pretendo defender a Sanz, cuyas acciones en la política no destacan precisamente por su incuestionable soporte ético, pero: ¿y los que compró MORENA al partidete verde para asegurar mayoría en el Congreso de la Unión? Con su rabieta contra el españolete, Yeidckol se mordió la lengüeta.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP