Por: Abril Albarrán Muñoz
Si buscamos el significado de la palabra “refugiado” en Google encontramos esta definición: “que se ha refugiado en un país extranjero a causa de una guerra o de sus ideas políticas o religiosas”. El significado, fuera de un contexto real, parece muy simple. Sólo nos queda la idea de una persona, ajena a nosotros, que no puede permanecer en su país por circunstancias difíciles en su vida y que tiene que viajar lejos de su hogar. ¿Es así de simple?
Imagínate vivir con miedo en un país, miedo por tus hijos, padres, hermanos, por su futuro y tu futuro, miedo por no despertar al día siguiente, miedo e impotencia por no poder escapar, miedo por un conflicto que es ajeno a ti. Pero imagínate que logras escapar del miedo en un pedazo de madera perdiéndose, por ejemplo, en el Mar Mediterráneo sin tener la certeza de que llegarás a algún lado y que, quizás, ahí, donde llegues, seguirá el miedo. Esto es lo que sucede con cientos o miles de personas que huyen de África y de Medio Oriente, motivados por el hambre y por la esperanza de llegar a Europa para salvar su vida y la de su familia.
Imaginemos que lo logras, tus pies cansados tocan un piso que es firme, del que no puedes caer y morir; se siente cálido y seguro, pero aún no es tu destino. Mientras tanto la Unión Europea se pelea por saber cuál de sus socios se quedará contigo porque ningún país te acepta con facilidad. Entonces uno de ellos, al fin, te recibe, pero en ese nuevo lugar eres señalado por ser refugiado, por utilizar sus impuestos, algunas veces por tu color de piel y otras por tus creencias religiosas. Te señalan sin saber que, en muchas ocasiones, su prosperidad ha sido posible gracias a los beneficios que han obtenido de tu tierra originaria.
Después de pasar muchas dificultades te das cuenta de que tu familia no está completa: faltan tus padres o tus hermanos y aún tienes miedo por ellos, pero al menos ellos ya no pueden temer por ti, pues ya no corres tanto riesgo, sólo te queda soportar la discriminación.
A pesar de todo sabes que estás en un lugar lejos del hambre y de las bombas, con esperanza de una vida mejor y reunirte en un futuro con el resto de tu familia y amigos. Quizás, si eres adolescente o niño, puedas ir a una escuela para aprender el idioma de tu nuevo país. Sueñas con el fin de la pesadilla, que todo termine para volver al punto en que se interrumpió tu vida.
Esta historia me llegó a través de la voz de algunos amigos. Pude conocerlos en una clase de idiomas. Actualmente viven en Alemania, algunos con una pequeña parte de su familia y otros solos. Sueñan regresar a Siria, una nación devastada por la guerra y por lo intereses de muchos países. Esta historia no sólo es representativa de Medio Oriente, porque el drama de los refugiados también ocurre en nuestro país: personas de Centroamérica que huyen del hambre y que se internan en México en busca de un lugar para rehacer su vida o en camino a Estados Unidos. Muchos de ellos, no cumplen su sueño.