Desarrollo humano y social
La responsabilidad en el ejercicio del poder
02 septiembre Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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En las democracias, la responsabilidad en el ejercicio del poder es de suma importancia y recibe el nombre técnico de “Accountability”, esto es, la limitación del poder, el control en el ejercicio del poder y la sanción en caso de abuso del poder. Dieter Nohlen distingue dos tipos de “Accountability”: la vertical y la horizontal. La primera se presenta en la relación entre los electores y los elegidos en los procesos electorales. Esto significa que los electores pueden premiar o castigar a un político o a un partido por sus decisiones o por sus no-decisiones. El premio es la reelección; el castigo es la elección de los competidores. El segundo tipo de “Accountability” se refiere a las relaciones entre los órganos estatales, sobre todo entre los poderes legislativo y ejecutivo. Esto quiere decir que el Congreso debe poder estar en condiciones de ejercer su función de control y de aplicar al ejecutivo los medios de sanción correspondientes (que en los sistemas parlamentarios pueden incluso llegar hasta la destitución de un gobierno). Es precisamente la falta de “Accountability” horizontal la que llega a faltar en las democracias jóvenes, como en la mexicana.

Aquí radica, por eso mismo, el peligro que puede avizorarse en las nuevas condiciones políticas en México, dado que los electores decidieron favorecer masivamente a un candidato carismático y que supo capitalizar el descontento generalizado; la marcadísima ventaja que el candidato triunfador obtuvo arrastró tras de sí a muchísimos de los candidatos de su movimiento, por lo que en la nueva legislatura federal contarán con mayorías tanto en la Cámara de Diputados como en la de Senadores. Esta cómoda mayoría parlamentaria traerá consigo un fenómeno ya visto en otros contextos similares: legisladores de otros partidos –y quizá fracciones enteras- querrán sumarse permanente u ocasionalmente a la aplanadora legislativa de MORENA. No será necesario ni siquiera que se les convoque o invite a ello: seguramente llegarán por motu proprio. En este escenario es posible imaginarse a diputados y fracciones de casi todos los partidos opositores, incluyendo al PRI. Y también es muy probable que MORENA se comporte como cualquier partido político que acumula tal dosis de poder y pase por encima de quien se le ponga enfrente. Lo que han dicho con gesto inocente algunos morenistas, de que esperan no tener que hacer eso, sólo engañará al que quiera dejarse engañar. El fuerte liderazgo personal de López Obrador al interior de MORENA y su poca convicción democrática no permite imaginarse un escenario distinto.

Desafortunadamente, ante la inoperancia de los demás partidos y el bajísimo nivel competitivo de los otros candidatos en la pasada campaña electoral, López Obrador se alzó con un triunfo que pone en peligro el sistema de pesos y contrapesos que toda república federal debe cuidar. No debemos pasar por alto que el federalismo es una forma de Estado que se encuentra constantemente en búsqueda de equilibrio entre la unidad y la variedad y entre la colaboración y la autonomía. Por eso son imprescindibles los contrapesos horizontales (entre los diferentes Poderes) y verticales (entre los órdenes de gobierno).

Estamos, entonces, ante un panorama de la emergencia de un partido hegemónico que redujo a sus rivales a una mínima expresión, pero que lo hizo, a diferencia del PRI del siglo pasado, a golpe de votos emitidos libremente. Y tan redujo a sus opositores, que la actual bancada del PRI en el Senado cabe cómodamente en una “selfie”. Partiendo de esta nueva distribución de fuerzas, Leo Zuckerman cree, con razón, que el único partido que podría estar teóricamente en condiciones de comportarse como un verdadero partido de oposición es el PAN. La primera razón que Zuckermann esgrime en defensa de esta idea es el conjunto de convicciones históricas del PAN, pues durante muchas décadas se comportó como una organización con una fuerte democracia interna y con un vivo y sano debate entre sus miembros. Sin embargo, estas convicciones históricas y doctrinales se diluyeron rápidamente al llegar este partido al poder. Desafortunadamente, el temor de muchos panistas de perder el partido al ganar el poder se materializó.

La segunda razón de Zuckermann es que el PAN aún conserva algo de poder: es la segunda fuerza en ambas cámaras y tiene aún 11 gobernadores. Pero: el partido está terriblemente dividido. Yo no comparto la idea de que Ricardo Anaya haya destrozado al PAN. Más bien creo que, por encontrarse ya el partido en condiciones muy lastimeras, Anaya encontró el escenario perfecto para apoderarse de sus restos. La lucha fratricida que ahora estamos contemplando en el interior del otrora ejemplo de la democracia partidista, de la fuerza doctrinal y de la generosidad de sus militantes no augura nada bueno. Decía Ortega y Gasset que lo original es volver al origen. Pues bien: si el PAN y los panistas no son capaces de volver a sus orígenes históricos y doctrinales, de hacer un severo y transparente ejercicio de autocrítica y de darse cuenta de la tremenda responsabilidad política e histórica que ahora tienen en sus manos ante la enorme fuerza del movimiento que gobernará a este país, el PAN se terminará por perderse, al no encontrar ya motivos espirituales que lo animen. Y, efectivamente, como dice Zuckermann: la tragedia del PAN se convertirá en una tragedia para México, pues ya lo hemos afirmado anteriormente: malo es tener un mal gobierno, pero es peor tener también una mala oposición.



Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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