Por: Akari Reyes García, alumna de segundo semestre Prepa Santiago
Cuando era niña pensaba en todo lo bueno de una persona: que debía de ser honesta, honrada, linda, alegre y con un espíritu de vivir incomparable; me gustaba creer en las historias de amor. Conforme fui creciendo, estas palabras se convirtieron en valores. El amor incluyó la palabra respeto y, después, confianza. Ahora, a mis 15 años, veo que muchos de estos ideales no son tomados en cuenta por los adolescentes de mi generación.
Por ejemplo: veo a mis compañeros de escuela poniéndose de acuerdo para organizar una fiesta y, en lo primero en que se piensa, es en el alcohol. ¿Desde cuándo los jóvenes necesitamos estar ebrios para disfrutar? Recuerdo que, cuando yo iba a fiestas, la música y el baile eran suficientes para divertirnos. Hay tantas cosas que uno puede hacer, pero parece que me perdí en el tiempo, porque ahora mis compañeros se creen unas personas tan maduras que no sé si aún soy infantil.
Otro asunto que me inquieta es la comunicación. Ahora veo a jóvenes todo el tiempo en el celular. Por supuesto, es un medio de comunicación importante, pero a veces nos relacionamos más a través de esa tecnología que en una charla cotidiana con nuestros padres. Algunos incluso se molestan cuando sus padres les preguntan sobre su vida. No lo entiendo. Nuestros padres fueron las primeras personas que nos amaron y pienso que, quizás, muchas personas que ven mis publicaciones en redes sociales ni siquiera les interesa mi vida. A través de lo virtual creemos que nuestra vida social existe a través de una pantalla, cuando muchas veces importa más la persona que tenemos al lado.
Cuando era pequeña creía en algún día llegaría mi príncipe azul. Ahora sé que el amor es, también, darlo todo por la otra persona. Observo relaciones en la actualidad que dejan a un lado los sentimientos, el amor, respeto, confianza, cariño y comprensión. Todo este mundo complejo lo reducen a una “prueba de amor”. Amigas me cuentan que no ha pasado ni un mes de su noviazgo y ya tienen relaciones sexuales. No estoy en contra de eso, es una experiencia en la vida, pero todo a su tiempo, porque una relación de noviazgo debe de ser especial; no es cualquier cosa. Somos aún muy jóvenes, no tenemos ideas maduras, aún nos estamos formando y actuar irresponsablemente desencadena una serie de consecuencias: perdemos nuestra dignidad o nos enfrentamos a escenarios para los cuales no estamos preparados como traer al mundo una nueva vida cuando ni siquiera podemos hacernos cargo de nosotros mismos.
Ahora es común que vea a jóvenes como yo que van perdidos en su camino, sólo yendo de fiesta en fiesta, pero con tristeza en sus ojos. El motivo por el cual escribí este texto es por una compañera. Aún recuerdo la primera vez que la traté. Ella era alegre y de gran corazón, servicial e inteligente. No tenía calificaciones perfectas pero iba bien en la escuela, aún no se perdía en el camino. Ahora hablo con ella y sólo puedo ver tristeza en sus ojos. Escucho que su único interés son las fiestas, ya no se preocupa por la escuela, casi no la veo en las clases; ya no es igual que antes. Hay muchos como ella que, tras tomar malas decisiones, perdieron el sentido por el cual se levantan todas las mañanas. Hay que ayudarlos –maestros y compañeros de escuela– para que se vuelvan a encontrar. A pesar de que el camino sea duro, no hay que dejarse envolver por la diversión efímera, hay que preocuparse por nosotros y por las decisiones que estamos tomando ahora. Sé que no es fácil, pero valdrá la pena, te lo aseguro.