Si tomamos en cuenta las elecciones para elegir Presidente de la República en lo que va de este siglo, las próximas del 1° de Julio serán diferentes por varias razones: prácticamente desde que comenzó la campaña (e incluso ya desde antes), estaba claro quién era el candidato que ocupaba el primer lugar en las encuestas y ese lugar nunca se vio seriamente amenazado por algún otro contendiente; no hay un candidato que vaya en tercer lugar y que, hasta el momento, parezca que vaya a desfondarse; la ventaja del primer lugar parece que le dará al próximo Presidente de la República una legitimidad mayor que la de los ganadores anteriores; ninguno de los tres principales contendientes a la Presidencia fue electo democráticamente para ser candidato de su respectivo partido o coalición; la euforia de los seguidores del puntero se contrapone a la desesperación de quienes están en contra, pero estos están divididos y llaman al voto útil; los tres candidatos cargan con fuertes negativos, que parece hacen muy difícil la elección por parte del elector; quizá podamos decir que es más fácil decidir por quién no piensa uno votar, a decir por cuál sí; el grado de rispidez entre los candidatos es notable, así como entre uno de ellos y el gobierno en turno; el rechazo de la población al partido en el gobierno parece ser mayor que en elecciones anteriores; la violencia de la delincuencia organizada contra candidatos es mucho mayor que en cualquier otro proceso electoral reciente; la ventaja muy probablemente definitiva del puntero se inscribe dentro del fenómeno mundial del voto antisistema, con un líder carismático, soluciones simples a problemas complejos, discurso moralista, nostalgia por un pasado que quizá nunca fue y débil compromiso con la democracia y sus valores.
Es importante pensar en los posibles escenarios ante la ventaja tan considerable que aparentemente tiene el candidato puntero, pues al carecer este de un respeto por la sociedad civil y por quienes no piensan como él (lo ha externado en su discurso y en sus hechos), es probable que su gobierno tienda nuevamente hacia el autoritarismo que se creía superado al menos parcialmente desde el año 2000. Por eso tiene relevancia votar por una oposición fuerte en el poder legislativo, pues cuando un líder carismático autoritario gana con mayoría en el congreso, habrá menos contrapesos que frenen o traten de frenarlo en sus decisiones y acciones. El problema es que tenemos por primera vez elecciones concurrentes en muchos estados, por lo que es posible y probable que muchos electores voten por el mismo partido en todas sus boletas. Esta es una de las graves desventajas que tienen las elecciones homologadas en un sistema federal, lo cual ya hemos comentado antes en este mismo espacio.
El discurso populista de López Obrador, puntero claro en estas elecciones, ha crecido en un campo fértil, que no podemos negar: gran desigualdad socioeconómica, pobreza de amplios sectores de la población, bajísimos niveles educativos, salarios paupérrimos, violencia generalizada a niveles nunca antes vistos en la historia reciente del país, percepción de corrupción galopante en el aparato público y de una grosera impunidad para quienes tienen el poder. Ante este escenario, mucha gente no piensa si las propuestas de soluciones fáciles y simples (combatir a la corrupción con el ejemplo, construir más refinerías, buscar la autosuficiencia alimentaria, eliminar por completo la reforma educativa, etc.) son viables o no, simplemente le creen a un candidato que ha sabido comunicar a los grandes grupos de la población mexicana una imagen de austeridad, de capacidad para sentir e interpretar los anhelos populares y que lucha contra los grupos económicos y políticos dominantes, a quienes identifica como los malos de la película, sin hacer distinción alguna.
La tarea que tenemos por delante será muy ardua y cuesta arriba; nosotros, como comunidad UPAEP, tendremos que redoblar esfuerzos para imprimirle a todas nuestras actividades el sello del humanismo católico, dar el ejemplo de respeto a quienes piensan diferente, convivir de manera civilizada con los demás, anteponer el Bien Común al bien personal, buscar la excelencia en todo lo que hagamos, ser honestos e íntegros en nuestras labores académicas y personales, articularnos con la sociedad civil y con nuestro entorno para fortalecer el tejido social y resistir los embates de un grupo que gobernará seguramente con el desprecio que ya ha hecho notar por la sociedad civil.
Los partidos políticos tendrán forzosamente que recomponerse; el PRI muy probablemente vivirá una debacle, y el PAN tendrá que pensar seriamente en un camino de regreso a sus orígenes, después de andar penosamente en tinieblas doctrinales y de acción de gobierno en las últimas décadas. Los actores políticos en general tendrán que recuperar su relación y conexión con la sociedad, y todos tendremos que comprometernos a defender con todo los valores democráticos, asumiendo nuestras responsabilidades y recordando que lo que hace fuerte a un país no es su Presidente, sino su pueblo. Desafortunadamente son muy actuales las palabras de don Manuel Gómez Morin, uno de los más grandes economistas y políticos del México del siglo XX: “Que en medio de los presagios de desastre que tienen abrumado al mundo, nos dé el alivio de comprobar la posibilidad de que los hombres pueden entenderse con lealtad generosa, al amparo de los claros valores del espíritu”.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Centro de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)