El ser humano piensa muchas veces con gusto y nostalgia en el pasado, a veces pretende regresar a él bajo esa vieja frase: “Todo tiempo pasado fue mejor”. Sin embargo, con frecuencia nos engañamos a nosotros mismos, pues esos tiempos de gloria y fama no siempre existieron como nos imaginamos, por lo que tendemos a verlos con ojos que idealizan esas pasadas épocas. Esto vale también para los países. Veamos el mundo actual: muchos políticos prometen a sus seguidores y feligreses “regresar” a esas épocas de esplendor y grandeza que aparentemente sólo existe en su cabeza. Lo mismo hace Erdogan en Turquía, que los populistas italianos o que Trump en Estados Unidos: prometer que revivirán épocas mejores y que su país va primero que todos los demás.
El error que podemos cometer es caer precisamente en el mismo que ellos: pensar que, cuando desaparezcan estos líderes políticos, todo volverá a como estaban las cosas antes, cuando el mundo aún estaba en orden. Pero: ni el mundo estaba en orden antes de que ellos llegaran, ni volverá a ser el mismo que antes cuando esos políticos ya no estén en el poder.
En el caso de Trump, es claro que nuestra dificultad para entenderlo radica en que no conoce nada de política internacional, por ejemplo, por lo que se mueve en sus escenarios impulsado por una especie de realismo rústico, que no tiene mucho que ver con la idea de un orden mundial de mayores libertades y que se rija por ciertas reglas. Para la manera de ver las cosas, según Trump, el poder militar y el económico son medios que deben emplearse para asegurar la hegemonía de su país, y no para garantizar la estabilidad y la paz. De lo que se trata es simplemente de ganar, en un escenario en donde no hay amigos, ni reglas, ni aliados, ni principios, sino simples intereses nacionales, por lo que lo que vale es el poder del más fuerte, aplicado a costa de las demás naciones.
Es por esto, según el politólogo Josef Braml (Sociedad Alemana para la Política Exterior), que Trump ve con gran escepticismo y desconfianza a los organismos multinacionales, pues estos promueven un trato igualitario entre las naciones, para que las más débiles no se vean en gran desventaja frente a las más fuertes. Trump ve esta actividad y sus resultados como un “trato desfavorable” para Estados Unidos, que acaba por firmar tratados “injustos” para los intereses estadounidenses.
Esta actitud bravucona y sin escrúpulos no se limita al área comercial (ya vimos que Trump cumplió su amenaza de aplicar aranceles a sus más cercanos aliados y socios comerciales), sino que se extiende peligrosamente al terreno militar, en donde nada impediría que Estados Unidos o Israel se atrevan a emprender ataques “preventivos” contra Irán o contra quien estimen conveniente.
Son ya muchas señales que Trump ha enviado y que demuestran que no tiene ningún respeto por los usos y costumbres de las relaciones internacionales, por lo que ya casi no podemos hablar de que sea impredecible: se salió del Acuerdo de París, del Acuerdo Nuclear con Irán, amenaza cada tercer día con salirse del TLCAN, movió la embajada de su país a Jerusalén e impuso aranceles a los países que son amigos, socios y aliados de Estados Unidos. Ya no sorprende a nadie. Es por lo tanto imperdonable que los dirigentes de los países involucrados y afectados no tomen medidas pertinentes para enfrentarse a estos actos hostiles.
Lo peor de todo esto es que, con cada una de estas medidas, por alocadas y suicidas que nos puedan parecer, se acerca un paso más a su reelección, pues les está cumpliendo a los electores que votaron por él. En donde no les ha podido cumplir (por ejemplo, la construcción de un muro financiado por México), les es claro a todos sus partidarios que este fracaso temporal no se ha debido a que le falte voluntad para cumplir sus promesas, sino a factores que no ha podido doblegar.
El realismo rústico de Trump no entiende que la seguridad internacional se logra con la colaboración y no con la brutal competencia entre los Estados. Esto puede llevarnos a un escenario en el que ya ningún Estado confíe en otros y se desate una carrera armamentista, para alegría y gozo de la industria militar estadounidense. Para Trump y su asesor en seguridad, la diplomacia es una lamentable pérdida de tiempo; mejor es, según ellos, apostarle al poderío militar. La propia historia de su país, empero, nos muestra que los militares estadounidenses entienden el asunto al revés: primero la diplomacia, y si esta no funciona, entonces entra la fuerza. Esta postura de Trump ha provocado un daño enorme al papel de Estados Unidos como mediador internacional y como interlocutor válido.
En la cabeza de Trump, estructurada muy sencillamente, solamente hay espacio para empresas compitiendo contra empresas y Estados compitiendo contra Estados; en esta lucha solamente hay ganadores y perdedores, por lo que la colaboración no tiene cabida.
Después de la Segunda Guerra Mundial, los Estados Unidos se esforzaron por crear un orden mundial basado en reglas, en donde ese país fungiera como poder hegemónico, en un escenario de economía y pensamiento liberales. Pero ya desde el gobierno de Obama se vio claramente que, debido a factores sociales, económicos y de política interior, el país ya no estaba dispuesto a asumir ese papel hegemónico, por lo que empezaron a ceder espacios a otros países, sobre todo a China y a Rusia. El mundo ya está pagando las consecuencias de esto. Trump sigue el mismo camino, si bien debido a otros motivos (por ejemplo, su enorme desconocimiento de la política internacional). Lo más seguro es que el sucesor de Trump, ya sea en dos o en seis años, no pueda o no quiera recuperar lo perdido. Sería incluso peligroso que lo intentara, pues se encontrará con un escenario distinto al de antes: países y bloques más autónomos respecto a Estados Unidos, que además desconfiarán más de dicho país, y los espacios abandonados ya habrán sido ocupados por otras potencias. El enorme daño a la presencia internacional de los Estados Unidos ya estará hecho.
Lo único que podría evitar que la situación actual se complique es que Trump pierda las elecciones de este año y que no pueda reelegirse dentro de dos años. Un proceso de juicio político que lo separe del cargo es sumamente complicado e improbable.
¿Qué debe hacer el resto del mundo? Debemos hacernos más responsables de nuestra propia seguridad, buscar nuevos socios comerciales y procurar mantener y fortalecer el orden mundial de libertades, buscando mayor justicia y equidad. Y hay que evitar pensar que la era Trump es solamente una pesadilla, de la que en algún momento despertaremos y veremos, con alivio, que el mundo está como estaba antes. Eso ya no será.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Centro de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)