Una de las tareas más importantes de la universidad como institución es la formación de corrientes de pensamiento y la generación de ideas y de sistemas de análisis. Una universidad que no piense, que no investigue, que no reflexione y que no busque influir para bien en la sociedad no merece dicho nombre. Desafortunadamente, vivimos en un país que parece poder degradarlo todo, por lo que el paisaje universitario está lleno de instituciones más interesadas en vender títulos y en producir tamaladas de profesionistas, pero sin atender a la calidad de la enseñanza y perdiendo de vista el compromiso que se tiene frente a la sociedad, pues debemos ser un lugar que privilegie la investigación, la docencia de calidad que se nutra de esa investigación, y la difusión del conocimiento y de la cultura. Estos compromisos sí que los entiende y los asume la UPAEP, tratando además de darle a su labor un sello humanista y católico que la guíe y la distinga. Por eso, dado que nos encontramos en vísperas de las elecciones más complejas y determinantes del México moderno –con muchísimos puestos de elección popular en juego y con una enorme cantidad de candidatos en busca de ellas-, la universidad ha decidido llevar a cabo tareas de análisis de las propuestas de los candidatos a puestos del poder ejecutivo y de orientación de los electores que busquen emitir de manera razonable su voto. Esta semana comenzó una serie de programas de radio al respecto, acompañados de la publicación de pequeños textos de reflexión y análisis de propuestas de los candidatos a la Presidencia de la República.
Debemos partir de la triste realidad de que muchos electores no votan de manera razonada, sino siguiendo sus emociones: si los ingleses hubiesen votado razonando su decisión, no hubieran escogido salir de la Unión Europea; nos cuesta trabajo pensar que alguien en su sano juicio haya dado su voto a un personaje como Donald Trump, pero así ocurrió. En un mundo que se distingue actualmente por escoger caminos anti-sistema, debido a la frustración que los actuales modelos económicos y políticos han desatado, es fácil entender por qué el desencanto lleva a muchos a entregarle su voto a quien se muestre como el más opuesto al sistema vigente.
Esta situación debe movernos a la reflexión profunda en nuestro país y en América Latina: ¿Qué tan comprometidos estamos con la democracia y con sus valores? ¿Por qué seguimos pensando en la figura del hombre fuerte, del caudillo, como opción de redención y salvación en la política y en la economía? ¿Qué tan dispuestos estamos a cambiar nosotros mismos, en lugar de esperar que el cambio venga de ese superhombre? Ciertamente, en el 2000 se reflejó el cambio de régimen en la figura de un Presidente de la República que no provenía del PRI: de un régimen autoritario pasamos a uno democrático en formación. Lo que no ha cambiado suficientemente es la cultura política de gran parte de la población, que sigue manejándose por esquemas de ese pasado autoritario y por otros de nuevo cuño: falta de democracia en los sindicatos, falta de democracia en los partidos políticos, cultura patrimonialista en los que detentan el poder político, falta de compromiso de los ciudadanos con el cumplimiento de la ley, falta de respeto en la convivencia diaria, descalificación de los que piensan distinto, añoranza del pasado, justificación de la corrupción, desprecio por los que tienen menos, creciente materialismo en la población, ausencia de valores cristianos en la vida diaria, búsqueda del camino fácil, brecha cada vez más grande entre pobres y ricos, federalismo centralizado, falta de democracia y de independencia de poderes en los estados, etc.
Es notorio que ningún candidato ha hablado, hasta ahora y hasta donde sé, de la necesidad imperiosa de que el país transite por los caminos de la innovación y de la generación de conocimientos, de la necesidad imperiosa de una reflexión acerca de nosotros mismos: la violencia no solamente está en las bandas de la delincuencia organizada, sino que cada vez se le ve más amenazadora dentro de las familias. El mismo lenguaje cotidiano es de suyo ofensivo y agresivo, pero siempre, cada seis años, la historia se repite: una gran esperanza renace, pues parece que con cada nuevo presidente la historia comienza de cero y ahora sí, viene la redención definitiva, el gran salvador de la patria. Y después de otros seis años, el desengaño…
Los países fuertes, libres y democráticos no se han construido después de que del cielo bajara un hombre fuerte a dirigir sus destinos, sino que su grandeza descansa en la tarea diaria de sus habitantes, en sus actitudes positivas y respetuosas frente a los demás, en su disciplina y en su entrega, en su defensa de los valores democráticos y en la vivencia de los valores aprendidos en casa, como el respeto a la ley y a los demás.
Este primero de Julio tendremos esa elección en nuestras manos: o seguir esperando la llegada providencial de un presidente maravilloso y milagroso, o tomar nuestro destino y el del país en nuestras manos, construyéndolo con afán todos los días, sabiendo y asumiendo cuáles son nuestros derechos y cuáles son nuestras obligaciones. Algún día será cosa del pasado la frase que un gran filósofo pronunciara hace unos sesenta años: “Tenemos pueblo; nos faltan ciudadanos” (Efraín González Luna).
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Centro de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)