El aparente intento por asesinar en Inglaterra al ex doble agente Sergej Skripal ha envenenado, literalmente, las relaciones entre el Kremlin y las potencias occidentales. Es cierto que el gobierno inglés no ha mostrado pruebas contundentes de que la mano rusa esté detrás de este caso, sin embargo, hay muchos indicios que apuntan hacia Moscú. Veamos algunos detalles.
La prueba más contundente es que la substancia tóxica utilizada (“Novitschok”) fue desarrollada y elaborada en los años setenta y ochenta por la antigua Unión Soviética, aunque no hay aparentemente pruebas definitivas de que precisamente los atacantes hayan empleado un producto de origen soviético o que ellos mismos sean agentes rusos. Lo que sí es inobjetable es que solamente un laboratorio estatal está en condiciones de producir una substancia tan difícil de elaborar; no es muy probable, además, que una organización criminal esté en condiciones de manipular dicho veneno y de impregnar con él la puerta de una casa.
Es muy sospechoso el alto número de opositores al régimen ruso que han fallecido en situaciones misteriosas en Inglaterra en los últimos años. Pensemos, por ejemplo, en Alexander Litvinenko, quien falleció en 2006 después de una dolorosísima agonía, tras ser envenenado con una substancia radioactiva (Polonium). La Justicia inglesa está convencida de que el responsable de esto es el ex agente del Servicio Federal de Seguridad (FSB, en ruso) y actual diputado Andrej Lugowoj. Poco después del intento de asesinato contra Skripal (que sigue muy delicado en el hospital) fue asesinado de un golpe en la nuca el empresario Nicolai Gluschkow, amigo de un conocido adversario de Vladimir Putin, Boris Beresowski, muerto a su vez en Londres en 2014. Sorprendente: las autoridades inglesas investigan en la actualidad 14 casos de homicidios relacionados con Rusia.
Las reacciones de los gobiernos inglés y ruso no han abonado para aclarar la situación. Parece que ahora, al contrario de cuando Litvinenko fue asesinado, el gobierno británico busca demostrar energía y fuerza, además de que sus palabras parecen más que nada una reacción ante el comportamiento de la élite política rusa, y no al atentado en sí. El gobierno ruso, por su parte, reacciona mostrando indignación, pero cada día ofrece versiones nuevas, algunas verdaderamente inverosímiles o que buscan despistar al adversario con argumentos muy frágiles. Por ejemplo: Rusia afirma categóricamente que destruyó todas las existencias de substancias tóxicas desarrolladas por la Unión Soviética. Sin embargo, el Novitschok no pertenece a este grupo de substancias, porque nunca fue registrado ante la OPCW (Organisation for the Prohibition of Chemical Weapons). Rusia nunca admitió oficialmente la existencia de este producto, pero nunca lo desmintió. Y luego del caso Skripal, en lugar de ofrecer de inmediato su colaboración a Londres, el gobierno ruso llegó incluso a afirmar que esa substancia tóxica se producía en Inglaterra y que con este asesinato lo que se buscaba era justificar un boicot al campeonato mundial de futbol que se celebrará en unos meses en Rusia. Con estos argumentos (hay otros aún más absurdos), es claro que sería totalmente inocente (por emplear un eufemismo) dejar que Rusia se inmiscuya en las investigaciones y que tenga acceso a la información de la que dice disponer Inglaterra. Permitir al sospechoso de un asesinato participar en las investigaciones de la policía no creo que sea muy recomendable. Además, si el principal sospechoso, en lugar de cooperar, tiende cortinas de humo, se hunde más en la sospecha y el descrédito.
El experto en servicio de inteligencia Andrej Soldatow ve en estos asesinatos la mano del Kremlin, más concretamente: de Putin. Su tesis es que el líder ruso está buscando otra manera de dirigir a sus servicios de inteligencia, al estilo de lo que antes hacía la KGB.
Según Soldatow, lo más preocupante es que con este caso, Putin está rompiendo tabúes tradicionales de las agencias de inteligencia en el mundo: 1) los familiares son intocables; 2) los agentes que ya han sido indultados y que han sido intercambiados por otros (caso de Sergej Skrupal) son igualmente intocables, al contrario de los desertores. Es por eso que Skripal vivía sin protección en Inglaterra, bajo su nombre real, sin esconderse. Hasta se sabe que acudía de vez en vez a la embajada rusa a encontrarse con conocidos. Ningún servicio de inteligencia tendría interés en romper estas reglas, pues esto podría serle contraproducente.
¿Cuáles podrían ser las razones de Putin, en caso de estar detrás de esto? Eso lo veremos en nuestra siguiente entrega.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)