Desarrollo humano y social
El Papa a los argentinos: “Si mis gestos los ofendieron, les pido perdón”
20 marzo Por: Andrés Beltramo Álvarez
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En un sincero mensaje, Francisco habla a sus compatriotas y explica que todas sus acciones buscan siempre el bien, aunque se presten a malas interpretaciones. “Puedo equivocarme como todos”, reconoció

Ustedes son mi pueblo. Mis triunfos son suyos. Y aunque no puedo estar en Argentina, sepan con orgullo que un hijo de esa tierra lleva por el mundo un mensaje de fe, misericordia y fraternidad. Es este el núcleo central, el resumen de –tal vez- la más significativa carta escrita por el Papa Francisco a sus compatriotas en estos cinco años de pontificado. Un mensaje sincero, “de hermano y de padre”, con relevantes explicaciones sobre los motivos más profundos de sus gestos, algunos de los cuales han sido malinterpretados. 

El texto está fechado en la Ciudad del Vaticano el 16 de marzo, pero fue publicado este sábado por la Conferencia Episcopal Argentina. Su presidente, el obispo Oscar Ojea, la recibió y la transmitió. Es la respuesta a otra carta misiva que Jorge Mario Bergoglio recibió esta semana como felicitación por el quinto aniversario de su pontificado. 

Esa iniciativa captó la atención de los medios. Fue bautizada como “la carta que superó, por un momento, la grieta”. Pareció ir a contrapelo de un clima de crispación y de enfrentamiento que, por estas horas, crece y crece en el país. Como si las personalidades políticas y sociales más importantes fuesen incapaces de dejar sus convicciones y encontrarse más allá de las diferencias. 

Por primera vez ese encuentro se dio en torno a la figura del Papa. La carta de salutación, con un texto breve, pero de gran valor, fue firmada por centenares de personas. Sobre todo, la rubricaron exponentes de todo el arco de la geometría política, sindical, social y periodística. La lista llegó incluir a actores y referentes del mundo de la cultura. Del oficialismo y de la oposición. 

El detalle tocó la fibra sensible del Papa. “Me conmueve descubrir que, además del respetuoso saludo de las autoridades, en esta carta se hayan unido personas de diferentes procedencias religiosas, políticas e ideológicas”, respondió, en su contestación.

Palabras no menores. Desde hace meses, hasta la Casa Santa Marta del Vaticano llegaban constantes reportes sobre las corrosivas críticas que, desde diversos sectores, con razón o sin ella, se lanzaban a Francisco amparados en la distancia. Esto generó un ambiente enrarecido en torno a la figura del argentino más relevante de la historia. Exponiendo, también, las miserias y las contradicciones de los propios argentinos. 

Algunos gestos tenidos por el líder católicos parecieron alimentar esta animosidad. Audiencias, mensajes y encuentros que el pontífice tuvo –en diferentes momentos- con polémicas figuras del país. Las opiniones y las interpretaciones sobre estos episodios se multiplicaron hasta el infinito, llegando incluso a reclutar artificiosamente al Papa en una u otra corriente política. Por eso resulta tan relevante la carta de Francisco. Por primera vez explica el motor más profundo de sus actos.  

“Quisiera decirles que el amor por mi patria sigue siendo grande e intenso. Rezo todos los días por ese, mi pueblo que tanto quiero. Y a los que puedan sentirse ofendidos por algunos de mis gestos, les pido perdón. Puedo asegurarles que mi intención es hacer el bien y que a esta edad mis intereses ya tienen poco que ver con mi persona. Pero, aunque Dios me confió una tarea tan importante y él me ayuda, no me liberó de la fragilidad humana. Por eso puedo equivocarme como todos”, estableció. 

Aunque muchas de las acusaciones maliciosas en su contra hayan surgido de consideraciones de la realidad parciales o, incluso, injustas, el Papa igualmente pidió perdón. Demostró, así, ser consciente de los malos entendidos que sus acciones podrían haber generado. Pero no se quedó ahí, fue más allá y demostró cuán fuerte es su vínculo humano y espiritual con la tierra que lo vio nacer. 

“Si alguna vez se alegran por cosas que yo pueda hacer bien, quiero pedirles que las sientan como propias. Ustedes son mi pueblo, el pueblo que me ha formado, me ha preparado y me ha ofrecido al servicio de las personas. Aunque ahora no tenemos el gozo de estar juntos en nuestra Argentina, recuerden que el señor ha llamado a uno de ustedes para llevar un mensaje de fe, de misericordia y de fraternidad a muchos rincones de la tierra”, escribió. 

Y agregó: “Pido por todos ustedes, para que sean canales de bien y de belleza, para que puedan hacer su aporte en la defensa de la vida y la justicia, para que siembren paz y fraternidad, para que mejoren el mundo con su trabajo, para que cuiden a los más débiles y compartan a manos llenas todo lo que Dios les ha regalado”. 

Con estas líneas, Francisco animó a los argentinos a superar sus perplejidades para sentirse verdadera y sanamente orgullosos de haber dado al mundo un hombre de fe, de paz y de encuentro entre las naciones. Una invitación a superar el egoísmo autorreferencial (muy humano, por cierto) que termina por alimentar las inexorables frustraciones de un pueblo incapaz de descubrir los caminos para preparar para el regreso de este, su pastor.  

“Como siempre a los que tienen fe les pido que recen por mí, y a los que no tienen fe, les ruego que me deseen cosas buenas”, se despidió el Papa, haciéndolo “con cariño de hermano y de padre”. 

En varias ocasiones y a distintas personas, Francisco les ha dicho que su regreso a la Argentina tarda porque él siente que “no están dadas las condiciones”. A algún otro le aclaró que él volverá a su país “cuando sea motivo de unión y no de división”. Tal vez en estos antecedentes se puede identificar el porqué de su carta, cuyo contenido es tan significativo. De ser así, los argentinos pueden haber descubierto, por fin, un sendero fértil para el reencuentro con su “hermano y padre”.  


Texto originalmente publicado en: www.lastampa.it

 

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