Hace unos días, la Asamblea Nacional Popular, el poder legislativo en China, aprobó 21 enmiendas a la Constitución, entre las que destaca la que elimina el límite de dos mandatos consecutivos para el Presidente y para el Vicepresidente del país. Esto permitirá a Xi Jinping consolidar su poder en China tanto sobre el gobierno, sobre el Partido Comunista y sobre las Fuerzas Armadas. Como ya lo hemos comentado antes en este mismo espacio: estamos en la época de los “hombres fuertes”, amantes de la reelección, de la permanencia eterna en el poder, de un poder casi sin límites.
Según los argumentos que se manejaron en la Asamblea, estos cambios constitucionales permitirán al Presidente tener la autoridad y el poder necesarios para lograr el gran objetivo que se han planteado: hacer de China una superpotencia política, económica y militar; es decir, poner los cimientos para hacer de este enorme país una potencia global en un futuro cercano. Xi Jinping llegó al poder en el 2012 y se ha convertido en el personaje que más facultades ha concentrado desde Mao Zedong (o Mao Tse-Tung). Se preveía que abandonaría su puesto en el 2023, pero con las reformas de hace unos días, tiene ahora el camino libre para permanecer indefinidamente en la silla presidencial.
El sistema político chino se basa en el enorme poder del Partido Comunista, que cada vez que celebra sus congresos anuales manda el mismo mensaje: el Partido es China y China es el Partido. Nada se puede lograr fuera del partido, nada está fuera de él. Estamos ante un régimen autoritario de partido único, omnipresente. Encontramos al partido casi en todos lados: en la administración pública, en las fuerzas armadas, en las empresas estatales, en los tribunales, en las universidades… Es por esto que los funcionarios del partido están muy bien enterados de lo que pasa en todos lados. No solamente gobiernan al enorme país, sino que el partido forma una especie de “red” que todo lo cubre, que todo lo abarca, que todo lo atrapa.
Tras la muerte de Mao, en 1976, todo cambió: el pragmatismo relevó al comunismo y a sus dogmas por medio de las reformas llevadas a cabo por Deng Xiaoping. Esas reformas, sobre todo económicas, permitieron hacer de China una potencia emergente de creciente poderío. Y precisamente es esta dinámica económica, que ha consolidado la capacidad para sacar a millones de personas de la pobreza, es la que ha permitido al Partido Comunista seguir en el poder, sin importar que no haya ni el más mínimo rastro de democracia ni de libertades políticas.
El Partido Comunista ha logrado estructurar un sistema de control y de vigilancia de la población que difícilmente podemos imaginarnos. En ese país no existe la libertad de expresión, por lo que las organizaciones de derechos humanos y los periodistas críticos viven con la permanente amenaza de la cárcel y de la desaparición. Un ejemplo de la rudeza inhumana y criminal del régimen chino es la forma en que trató al Premio Nobel de la Paz Liu Xiaobo, una de las mentes más lúcidas de la China de nuestros días, antes y durante su agonía y muerte en 2017. No es extraño, entonces, que en la lista elaborada por “Periodistas sin fronteras” sobre la libertad de expresión, China ocupe uno los últimos lugares de un total de 180 países: el 176. Las versiones chinas de Twitter y de WhatsApp son empleadas también para vigilar a la población, mientras que Facebook, Google o agencias de noticias extranjeras que se muestren críticas (como la alemana “Deutsche Welle”) sufren de permanente bloqueo. Se sabe incluso que, en países vecinos o en Hong-Kong, en parte territorio autónomo, desaparecen impresores, libreros o críticos del sistema, para aparecer días después en una prisión china. Allí está el secreto del aparato de vigilancia chino: detectar desde el principio cualquier síntoma de oposición y eliminarlo lo más pronto posible. Por eso mismo es que en las escuelas no se premia para nada el pensamiento crítico, sino que se combate.
Pero a pesar del éxito económico chino, son claros ya algunos problemas graves: la deuda pública crece a pasos agigantados, la brecha entre ricos y pobres es cada vez más pronunciada, y los problemas en la asistencia médica, la educación y el medio ambiente se agravan con rapidez, mientras que las soluciones no se ven claras.
Lo que sí es evidente es que Xi Jinping es, desde Mao, la personalidad política más fuerte de China; su permanencia en el poder por un tiempo ahora indefinido le permitirá imponer su sello personal en el desarrollo chino por lo menos de la primera mitad de este siglo.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)