El mundo afronta de nuevo un ambiente de Guerra Fría. Nuevamente, con amenazas nucleares y enfrentamiento entre potencias. De ahí la seria preocupación del Papa ante la amenaza tangible de un conflicto global. Mientras Corea del Norte y Estados Unidos parecen flexibilizar sus posiciones demostrando una inicial voluntad para negociar, Francisco sigue indicando una salida posible al indeseado conflicto: diálogo y desarme total. Lo explica uno de los diplomáticos más experimentados de la Santa Sede, Silvano Tomasi.
«Se pensaba que, con el final de la Guerra Fría ya no habría necesidad de establecer una relación entre los estados basada en la amenaza de la destrucción recíproca. Pero la doctrina disuasoria se aplica todavía hoy, por desgracia», lamenta el arzobispo, en entrevista con Alfa y Omega en su oficina, ubicada en un antiguo edificio extraterritorial del Vaticano situado en el corazón del barrio romano de Trastévere.
El secretario delegado del Dicasterio para el Desarrollo Humano Integral es, quizás, el clérigo más capacitado en materia de geopolítica y amenaza nuclear en toda la Iglesia. Entre 2003 y 2016 fue observador permanente de la Santa Sede en la oficina de las Naciones Unidas en Ginebra (Suiza). Desde allí ejerció un papel clave en la firma de un histórico tratado contra las armas atómicas adoptado por la ONU en julio de 2017.
En ese documento, por primera vez, el organismo condenó no solo el uso, sino también la tenencia de armamento nuclear. Un paso adelante, sustancial e inédito. El tratado fue suscrito por 122 países, pero ni Estados Unidos ni las principales potencias poseedoras de bombas se quisieron involucrar. Pocos meses después, en noviembre, el Vaticano organizó el primer encuentro internacional de alto nivel sobre el tema. Participaron en él once premios Nobel, colocando al Papa Francisco a la vanguardia del movimiento por el desarme total. Tomasi fue el artífice de aquella reunión.
Amenaza continua de destrucción
«No es humano y no es civil que las relaciones entre los países estén fundamentadas en el miedo y la amenaza continua de destrucción de parte de uno y otro. Por esta razón la Santa Sede y el Papa Francisco en especial insisten no en que el uso de la bomba atómica no es éticamente aceptable porque golpea indiscriminadamente objetivos militares, civiles, personas inocentes y provoca daños que no son controlables por nadie», dice Tomasi.
Apenas en enero pasado, viajando con dirección a Chile a bordo del avión papal, Francisco confesó su miedo ante la posibilidad real de una crisis atómica. «Estamos al límite», constató. Y advirtió: «Basta solo un incidente para desencadenar la guerra. A este paso la situación corre el riesgo de precipitarse. Por eso necesitamos destruir las armas, involucrarnos en el desarme nuclear».
Para Tomasi, la alarma del Pontífice tiene fundamentos serios. Le preocupa la evolución en la península coreana, con la amenaza constante de Corea del Norte. Pero también mira con temor el intento de otros países de construir la bomba atómica como instrumento de defensa o de ataque. «Esto verdaderamente ha creado una tensión nueva en el tablero mundial», advirtió.
El fruto de la guerra
Francisco lamentó que el tratado de no proliferación de armas nucleares no haya sido respetado y, actualmente, la tenencia de la bomba atómica ya no se limite al grupo inicial de los cinco miembros permanentes del Consejo de Seguridad de las Naciones Unidas, sino que el número de naciones con el arma en su poder se haya duplicado. Con esta multiplicación, ha crecido el riesgo de errores técnicos o de decisiones políticas erradas que puedan llevar al uso de una cabeza nuclear que genere una cadena de respuestas capaz de destruir el planeta, indicó.
«Aunque no se habla tanto del riesgo de las bombas atómicas como en tiempos de la Guerra Fría, hoy el riesgo real existe y el Papa ha querido llamar la atención mundial justamente sobre este fenómeno», precisa el arzobispo Tomasi.
Esta preocupación, Francisco la ha manifestado con una imagen. La fotografía color sepia de un niño japonés impávido, descalzo, que carga sobre sus espaldas el cuerpo inerte de su hermano pequeño fallecido por la bomba en Nagasaki. Tanto le impactó la escena, capturada en 1945 por el fotógrafo estadounidense Joseph Roger O’Donnell frente a un horno crematorio, que la mandó a reproducir con su firma y la frase «El fruto de la guerra…» en el reverso.
Evolución en la postura de la Iglesia sobre la guerra
Una prueba del sentimiento que inspira el particular activismo del Pontífice en la materia, que ha sumado a la Santa Sede a los esfuerzos diplomáticos por prohibir de raíz la fabricación y la tenencia de estas armas. Porque «la posesión se ha convertido en éticamente inaceptable», explica Tomasi.
«Si un Estado posee estos medios de destrucción, que son inaceptables, quiere decir que tiene algún plan para usarlos. Además, expone a la familia humana al riesgo de un error técnico que haga explotar una bomba o un error político que provoque reacciones igualmente desastrosas», pondera. Y señala que los 122 países del tratado de la ONU muestran la voluntad de la familia humana de no depender de estos instrumentos de destrucción de masas.
El arzobispo admite también un cambio en la Iglesia católica, que hasta hace algunos años no condenaba explícitamente la posesión de este armamento. Este cambio –asegura– es parte de una evolución en el pensamiento y en la doctrina social cristiana. Y recuerda que san Agustín y santo Tomás llegaron a teorizar teológicamente la justificación de la «guerra justa», mientras mucho después Pablo VI clamó en las Naciones Unidas: «Nunca más la guerra».
«Cuando iniciamos el uso de la violencia abrimos la puerta a consecuencias imprevisibles, que hacen daño a personas inocentes, crean problemas, van contra el bien común. El camino para resolver las diferencias y para mantener relaciones dignas entre los estados es el diálogo. Debemos verdaderamente reflexionar y trabajar para que el conflicto no se convierta en violencia. Al final son las familias, las personas y los individuos, los niños, los que pagan el precio de esta violencia. El camino de la violencia no merece la pena», abunda.
El arzobispo sostiene que la Santa Sede se mantiene siempre muy activa en la búsqueda de la paz mediante una diplomacia multilateral, desarrollada desde el fin de la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. Su misión –prosigue– es facilitar el diálogo y prevenir las crisis violentas que hacen daño a las personas y a las familias. E insiste en que, en este campo, la voz del Papa es escuchada cuando recuerda continuamente que el camino para el futuro es el de una convivencia pacífica, no el uso de la fuerza.
En tiempos de la Guerra Fría el popular teléfono rojo era considerado el último recurso para evitar un choque de catastróficas proporciones entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Ahora, entre las potencias existe el sistema diplomático y las comunicaciones directas entre los jefes de Estado, destaca Tomasi.
Y apunta: «El problema es siempre la voluntad política para hacer de un modo que se respete la dignidad de las personas y los estados, no basado en el miedo sino en la confianza. Es una estrategia difícil, porque la amenaza del más fuerte parece imponerse de manera más inmediata, pero el camino maestro para el futuro y la convivencia pacífica es el diálogo. Por eso la Santa Sede y la doctrina social de la Iglesia insisten constantemente en la importancia de dar prioridad al diálogo no solo entre las personas sino también entre los países, para evitar la violencia que provoca consecuencias imprevisibles y hace pagar a los inocentes el costo del conflicto».
Artículo originalmente publicado en: http://www.alfayomega.es