Desarrollo humano y social
Cuando las convicciones nos llevan hasta el sacrificio: el caso de los hermanos Scholl
25 febrero Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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A las cinco de la tarde del 22 de Febrero de 1943, los hermanos Sophie y Hans Scholl fueron ejecutados por decapitación en Múnich. Su delito: haber manifestado su repudio al régimen totalitario de Adolf Hitler y haber formado un grupo clandestino de resistencia. Estos dos jóvenes, tal como lo predijo su padre una hora antes de la ejecución, ya tienen su lugar en la historia, junto con otras personas que, sin importarles poner en peligro evidente sus vidas, también tomaron parte en la resistencia contra el régimen asesino nacionalsocialista.

Uno de los más famosos es Claus Schenk Graf von Stauffenberg, organizador del atentado fallido del 20 de Julio de 1944, su compañero Caesar von Hofacker, el carpintero Georg Elser, quien en 1939 estuvo a punto de matar a Hitler; este salvó la vida porque salió 13 minutos antes de lo originalmente planeado debido a cambios en la agenda. ¡13 minutos! Si la bomba de Elser hubiese estallado poco antes o si no hubiesen cambiado en último momento la hora de salida del local en donde Hitler estaba debido al mal tiempo, la historia habría sido otra. Ninguna de estas personas vivió para ver el fin de la guerra. Todas fueron asesinadas por los nazis. Esta es solamente una lista pequeñísima de quienes se opusieron; de hecho, se calcula que Hitler fue objeto de 42 atentados, pero sobrevivió a todos.

Lo que personalmente más me impresiona de los jóvenes hermanos Scholl (ella murió a los 21 años, él a los 24) es la forma en la que encararon su destino: primero, a sabiendas de que se jugaban seriamente la vida, no dudaron en formar un grupo opositor a Hitler. Y luego, una vez descubiertos, se enfrentaron con alegría a la muerte, sabiendo que habían hecho lo correcto, apoyados por sus padres, decididos enemigos del nacionalsocialismo, quienes les infundieron, además de un acendrado sentido del deber, una sólida fe cristiana. El mismo verdugo que ejecutó a los tres (Johann Reichhart, quien decapitó durante el régimen nacionalsocialista a 3 000 personas y que luego hizo lo mismo con 156 nazis, por orden del tribunal de Núremberg), afirmaba que nunca vio a nadie llegar al momento de su ejecución con tal disposición de ánimo, con tanta fe y con tan grande convicción de haber actuado correctamente.

Es también asombrosa la férrea convicción de sus padres, quienes estuvieron en todo momento del lado de sus hijos y compartían la idea de que Sophia y Hans morirían por una causa justa. Podemos decir que ellos los educaron para la resistencia y para la generosidad. 

Los hermanos Scholl y sus amigos habían formado la base de un grupo opositor a Hitler, llamado “La rosa blanca”, compuesto por estudiantes de Múnich. A ese mismo grupo pertenecían Willi Graf, Alexander Schmorell, Christoph Probst y el profesor Kurt Huber, todos ellos asesinados después de los hermanos.

En el caso de Sophie, su nombre ha perdurado no solamente por haber formado parte del grupo de resistencia, sino porque, habiendo recibido el ofrecimiento de un oficial de la policía secreta de no ser condenada a muerte, lo rechazó. El último sobreviviente del grupo afirmó hace unos años que ella era la más valerosa de todos. 

La “Rosa blanca” era ya para 1943 un tema de conversación en toda la ciudad de Múnich, pues los jóvenes se dedicaban a repartir miles de volantes en la ciudad y en lugares vecinos. Era tal el éxito de estas acciones para hacer circular en simples papeles con unos cuantos renglones sus ideas opositoras al régimen, que el gobernador de Baviera llegó a pensar que, en caso de atrapar a los responsables, lo mejor sería hacerlos guillotinar en público, como escarmiento para todos. Al poco tiempo, los hermanos Scholl y otros miembros del grupo fueron capturados, al sorprenderlos el conserje de la universidad arrojando volantes desde las escaleras.

En la prisión, una vez conocida la sentencia de muerte, el párroco les dio la bendición y escogió para ello un versículo del Evangelio de San Juan (15:13): “Nadie tiene mayor amor que el que da su vida por sus amigos”. El mismo sacerdote, años después, afirmaba que, al visitar a los hermanos en la prisión, “le parecía escuchar el susurro de las alas del ángel del Señor en la celda”.


Dr. Herminio S. de la Barquera y A.

Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales

Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)

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