Permítannos nuestros amables lectores iniciar este año nuevo con un texto que no tenga que ver con la política contemporánea, sino con la astronomía, la política y la vida cotidiana. Hablemos hoy de cómo se ha ido conformando el calendario en el Occidente, para lo cual, efectivamente, intervienen la ciencia de la astronomía (mezclada a veces con lo que hoy llamamos astrología), la política y sus ansias de dominio y orden y la vida del ciudadano común.
En la actualidad, una vida sin el calendario sería prácticamente imposible e impensable. No podríamos existir ni organizarnos sin una forma de “ordenar” nuestro tiempo. Sabemos que ya desde la Prehistoria existía en las sociedades humanas esa necesidad. Para el hombre de esas épocas, era evidente que había un orden en la naturaleza: el día y la noche, las fases de la luna, las mareas, las estaciones. La observación de dichos fenómenos permitió iniciar la medición del tiempo.
Así, la primera unidad natural de esa medición fue al parecer el día y después la semana. En un principio, la semana constaba en algunas civilizaciones de cinco días, atendiendo a los dedos de la mano; después apareció la semana de siete días, al parecer por dos posibles razones: el número de astros en el firmamento (el sol, la luna, Marte, Mercurio, Júpiter, Venus, Saturno) o también porque al observar las fases de la luna (por ejemplo a partir de la luna nueva), estas duran aproximadamente siete días. Esto ocurrió fundamentalmente en el Medio Oriente.
El siguiente paso lo dio el calendario lunar, conocido por los chinos, los sumerios, los babilonios, los hebreos y por diversas civilizaciones americanas prehispánicas. En este calendario, las estaciones no tenían un lugar fijo, sino que se movían constantemente. Esta desventaja del calendario lunar no permitía a los pueblos sedentarios planear bien las labores agrícolas, por lo que preferían el solar, pues así podías calcular más exactamente el inicio de cada estación. El cambio de día y noche, los cambios en las fases de la luna y el cambio de estaciones son, así, los tres fenómenos que determinan los elementos fundamentales de un sistema calendárico: día solar, mes lunar y año solar. Debido a ello tenemos tres tipos de calendarios: el solar con el objetivo de que concuerden los días y las estaciones; el lunar, para que concuerden los días y el calendario lunar, sin reparar en el solar; y el lunisolar, para buscar una concordancia entre los elementos mencionados arriba.
En el mundo occidental, el calendario romano es el que más influencia ha ejercido. El antiguo calendario romano procedía seguramente de Grecia: era un calendario lunar con 10 meses, 6 de 31 días y 4 de 30, que se alternaban. En el siglo VII a.C. se añadieron dos meses más. El primer día de cada mes se llamaba “calenda”, el quinto o séptimo “nona” y el decimoquinto “idus”. El año comenzaba el 1° de Marzo, mes de Marte, en el que tradicionalmente comenzaban las campañas militares. Por eso los meses de Septiembre a Diciembre nos recuerdan el orden a partir de Marzo: del séptimo al décimo. El cambio vino a partir del año 153 a.C., cuando por vez primera los cónsules tomaron posesión de su cargo el 1° de Enero, por lo que pronto se notó una tendencia a recorrer a esta fecha el inicio del año. Esto trajo consigo bastante confusión, por lo que el pensador francés Voltaire dijo que los generales romanos vencían siempre, pero que no sabían en qué fecha. Este caos encontró un remedio con Julio César, quien conoció el calendario solar en Egipto (además de otras cosas, más interesantes, con Cleopatra), por lo que encargó al astrónomo Sosigenes que hiciera una propuesta para reformar el calendario romano. A esta propuesta se le llamó después “Calendario Juliano”, que comenzó oficialmente a aplicarse en el año 46 a.C. El caos no se detuvo del todo, pues en honor de Julio César se le llamó al 5° mes “Julio”, que entonces tenía 31 días. Cuando, años más tarde, en honor de César Augusto, el primer emperador, se nombró al sexto mes “Augusto”, se notó que no convendría que tuviera menos días que el de Julio, por lo que le añadieron un día más. Esto trastornó al año completo, que ya no tuvo una alternancia de meses de 31 y meses de 30 días, sino que ya tenía en dos ocasiones dos meses de 31 días seguidos: Julio-Agosto y Diciembre-Enero.
Este año duraba 365.25 días (un minuto y 46 segundos de más), lo cual no se notaba de inmediato, pues significaba una diferencia de un día en 128 años, por lo que el calendario y el inicio de las estaciones cada vez se alejaban más. Este desfase provocó, en el año 1582, que el Papa Gregorio VIII pusiera en práctica un calendario que había mandado elaborar, para erradicar un excedente de más de 7 días que se había ido acumulando desde la introducción del calendario juliano. Así que, para salvar esta diferencia de días, al jueves 4 de Octubre de 1582 le siguió el viernes 15. Con este salto de 10 días se corrigió el error. Los que, después de tantos siglos de la reforma gregoriana, aún no se han enterado que esto ocurrió son los astrólogos, pues siguen contando el inicio de cada signo del zodiaco de acuerdo al antiguo calendario, por lo cual ya acumulan un desfase de unos 15 días. Otra razón más para tirar a los horóscopos por la ventana.
Para evitar futuros desfases, el calendario gregoriano se vale de los años bisiestos; fue aceptado en los países católicos del sur y occidente de Europa en ese mismo 1582; en las regiones católicas de Suiza y Alemania en los años inmediatos, y en los países protestantes a lo largo del siglo XVIII. Les siguieron Japón en 1872, Rusia en 1918 y Turquía en 1927. Con esto, este es el calendario más difundido en el planeta.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)