Desarrollo humano y social
Instituto Promotor del Bien Común
08 diciembre Por: Dr. Emilio José Baños Ardavín
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Después de un intenso debate no sólo dentro de la Universidad, sino con diversos aliados, hoy vislumbramos y celebramos la creación del Instituto Promotor del Bien Común.

Es relevante hacer partícipe a los estudiantes de este proyecto que define la esencia y el sentido de la  propuesta educativa de la UPAEP.

–Ustedes, jóvenes universitarios, desde ahora en sus proyectos de impacto social, en los retos  que se les presentan en las aulas, deben  hacer vivencial esta lógica de alteridad, de ver por el otro, que es lo que nos ubica en el horizonte de estar buscando constantemente un término que cada vez se retoma más y con mayor fuerza, pero que está desde el principio marcado en las letras del ideario de la Universidad como un horizonte del propósito último para nuestra Institución, ojalá y esto pueda enriquecer más la perspectiva que  les plantea como reto de abonar al bien común desde esta temprana edad en la que están formándose-

El debate de hoy trata de responder a una zozobra que hay en la humanidad entera respecto de cuál es el devenir de nuestras sociedades, realidades que nos retan e inquietan no solo en nuestro país sino en todo el mundo.

Frente a esta realidad, surge de forma connatural a la humanidad un ansia de plenitud y trascendencia que no ha sido saciada[1]. La persona requiere de referentes claros que propicien condiciones para responder a este afán. Tales condiciones son las que en última instancia conformarán lo que es el bien común. Un concepto que, como afirmara el Papa Francisco en su visita pastoral a México,

no goza de buen mercado, [… ya que] la experiencia nos demuestra que cada vez que buscamos el camino del privilegio o beneficio de unos pocos en detrimento del bien de todos, tarde o temprano, la vida en sociedad se vuelve un terreno fértil para la corrupción, el narcotráfico, la exclusión de las culturas diferentes, la violencia e incluso el tráfico de personas, el secuestro y la muerte, causando sufrimiento y frenando el desarrollo.[2]

El gran problema del hombre de hoy es que vive cegado, vive en una gran mentira. Esto por supuesto implica el no identificar la hoja de ruta que lleva impresa en su individualidad interconectada con su entorno, y que al desplegarla por medio de la virtud, encuentra en el bien común ya no una mera vía optativa sino el camino que ofrece su plena realización.

Por ello que en el marco de la apertura del Instituto Promotor del Bien Común, se ha estado hablando del reto que supone éste a la hora de llegar a esos referentes éticos que finalmente nos tienen que llevar a una discusión antropológica para poder responder a qué sociedad nos estamos imaginando y desde dónde vamos a cualificar las diferentes acciones de gobierno, dinámicas  y convivencias en la sociedad.

Es especialmente sugerente la aproximación profundamente realista de Tomás de Aquino, puesto que a querer o no la aventura de abordar el bien común obliga a quien la asuma a introducirse con seriedad en la escolástica y su aportación a la discusión en cuestión de nuestra época.[3] Jacques Maritain lo ponderaba así:

Y cuando enseña que un mínimo de bienestar es necesario para que el hombre acceda a la virtud, de tal suerte que la cuestión de la moralidad pública es primeramente una cuestión de trabajo y de pan; cuando enseña que la propiedad de los bienes materiales y de los medios de producción debe ser privada en cuanto concierne a la administración, pero común en cuanto al uso, el cual, en cierto modo, debe revertirse sobre todos; cuando insiste sobre la dignidad de la persona humana, imagen de Dios, y hace ver en el bien común de la sociedad civil un bien común de personas humanas, superior al bien privado de cada una, pero que debe redistribuirse a cada uno, y respetar los derechos fundamentales de cada uno […] podemos decir que santo Tomás de Aquino, en esos rasgos generales, cuya aplicación depende de las condiciones particulares de cada edad histórica, traza el bosquejo de un verdadero humanismo social y político.[4]

El reto de nuestro tiempo puede y debe ser afrontado con el aporte de la rica tradición occidental, ya por su potencia intelectiva, pero también por su realismo práctico.

Ante el debate de lo común contra lo particular, hay tres rasgos interesantes para identificar cómo se armonizan ambos términos

·      Anterioridad: Lo común es anterior a lo propio, nos trasciende (I-II, q.25,a.1, ad 3).

·      Inclusividad: Lo común no se contrapone a lo propio (I, q.80,a.1).  

·       Finalidad: Lo particular se ordena a lo común como a su fin (I-II, q.111, a.5, ad 3).

Estas tres características están presentes en la misma naturaleza social del hombre. La persona humana no se integra en la comunidad como un agregado más que se disuelve,[5] sino con todo su potencial y voluntad para buscar los dos elementos que conforman el fin: la satisfacción de sus necesidades básicas y el perfeccionamiento integral de su persona. Más aún, es perfeccionando a la comunidad que cada persona alcanza su perfección, y viceversa[6].

Es importante señalar que Santo Tomás no define el bien común, si bien lo menciona en varias ocasiones, no puntualiza un significado, por lo que basándonos en el análisis de sus textos podemos decir que:

El bien común es aquella conveniencia de la naturaleza humana que promueve a los hombres como creaturas racionales y libres en la virtud, los establece como ciudadanos responsables y los conduce en una visión trascendente como seres creados hacia Dios.

..., la más alta nobleza y dignidad, el más alto bien, tiene la propiedad de comunicarse y difundirse (“el bien es difusivo”) en mucho mayor medida que los bienes inferiores, en otras palabras, mientras mayor sea la virtud, mayor será correlativamente la capacidad de donación de la persona y por ende de la construcción del bien común.[7] Como dice Mauricio Beuchot:

Esta identidad de todo ente encuentra su correlato en la alteridad, por la que se introduce la diversidad en el ente y en el mundo del hombre. Pero no se introduce como diversidad al modo idealista: sujeto y objeto, sino al modo realista: como el yo y el otro, de manera integral (cuerpo y espíritu compenetrados) e histórica (situados en el aquí y ahora del proceso por el que avanzan los hombres completos).[8]

De este modo, se subraya la comunicabilidad de los bienes particulares como dones que se comparten con el otro como una participación del bien común incluso trascendente. El bien tiene como condición a la persona, pero es también su fin y sólo la persona genera bien común, y todo bien común es para la persona.

 

Así lo comenta Alasdair McIntyre: “No hay forma en que mi búsqueda de mi bien sea necesariamente antagónica a tu búsqueda de tu bien, porque el bien peculiarmente no es ni mío ni tuyo – los bienes no son propiedad privada.”[9]

 

Karol Wojtyla en “El personalismo tomista” afirma en este sentido que “la persona debe subordinarse a la sociedad en todo lo que le es indispensable para la realización del bien común, y que el verdadero bien común no amenaza nunca el verdadero bien de la persona, aunque puede exigir de esta última serios sacrificios”.[10]

 

Sin duda una propuesta basada en esta concepción del bien común puede, y me animo a decir que debe dar razón para la esperanza a una sociedad urgida de una perspectiva novedosa, audaz y sobretodo realista. Sirva como colofón la siguiente reflexión de Margaret Kelly

 

Algunos escritores incluso sugieren que nos encontramos en los albores de un gran despertar. Este despertar milenario podría ser comparable a tres anteriores que frecuentemente son citados por intelectuales. El primero ocurrió con los movimientos independentistas en América; el segundo resultaría en el movimiento por la abolición de la esclavitud; y el tercero ocurrió a mediados del siglo XX que consagró los derechos de todos para participar en los procesos democráticos que comprendían el voto y el sindicalismo. Muchos opinan que este cuarto despertar estará enfocado en esta responsabilidad social y en la comunidad humana a través de etnias, razas o líneas económicas, básicamente el bien común”.[11]

Con estas reflexiones damos paso a lo que es formalmente la constitución del Instituto Promotor del Bien Común, que se basará en primer lugar en posicionar a la Universidad como  una institución que puntea y propone la promoción del bien común; en segunda instancia, la Comunidad Universitaria deberá de asumir el compromiso institucional y personal de la construcción del bien común; tercero, desarrollar investigación seria y rigurosa orientada  a comprender y operar el bien común y cuarto, observar, evaluar y proponer políticas públicas.

 

 



[1] San Agustín, Confesiones, I, 1, 1: “Con todo, quiere alabarte el hombre, pequeña parte de tu creación. Tú mismo le excitas a ello, haciendo que se deleite en alabarte, porque nos has hecho para ti y nuestro corazón está inquieto hasta que descanse en ti”.

[2] Papa Francisco, Discurso en el Encuentro con las Autoridades, con la Sociedad Civil y con el Cuerpo Diplomático en Ciudad de México, febrero 2016.

[3] Esto resulta por demás sugerente para un ingeniero químico administrador (autor de esta tesis), inquieto por la cuestión social desde el pensamiento cristiano.

[4] Maritain, J., El Humanismo de Santo Tomás de Aquino (Conferencia dictada ante la Medieval Academy of America, Princeton University, 1941), disponible en e-aquinas.net.

[5] Cf. Argandoña, Antonio, “El bien común”, IESE Business School, 21, Universidad de Navarra, julio de 2011: “La comunidad es mucho más que un agregado de individuos, y se convierte en un espacio moral donde las cosas tienen valor en la medida en que la cultura vigente les dé sentido. El bien común ya no es la suma de bienes particulares: la comunidad es un bien común en sí misma y una fuente de bienes comunes para los individuos”.

[6] Sobre el tema ser social del hombre en común”, cf. [1] Chalmeta, Gabriel, La justicia política en Tomás de Aquino: Una interpretación del bien común político, EUNSA, Navarra 2002, pp. 160-161: “Oponiéndose con siglos de anticipación al hobbesiano ‘homo homini lupus’, Tomás de Aquino ha creído, en cambio, que ‘homo homini naturaliter amicus’, esta es la razón por la que el bien de éstos es un bien social o común en sentido fuerte (en el orden de los fines). En buena lógica de esta afirmación universal se debería deducir que la ‘amistad’ debe informar también las relaciones específicamente políticas. En efecto, así ha sido para el Aquinate, que se ha referido, en alguna ocasión, a la ‘amistad de los conciudadanos’ (amicitia concivium) fundada en la comunicación civil (communicatione civil) (II-II, 26, 8, c.)”.

[2] Chalmeta, Gabriel, La justicia política en Tomás de Aquino…, pp. 170-171: “Se debe, ante todo, subrayar que para el Aquinate, la inclinación natural del hombre a establecer relaciones de amistad apunta también a aquellos que le son ‘extraños o desconocidos (extraneis et ignotis)’  (cf. II-II, 114, 1, ad 2), como ocurre con muchísimos de sus conciudadanos. Sin embargo, creo que puedo sostener sin forzar demasiado las tesis tomistas que esta amistad que está llamada a ser universal o casi, no es la amistad en sentido estricto. Se trataría, más bien, de una amistad imperfecta (‘non habet perfectam rationem amicitiae’, ad 1), que no prescribe únicamente tratar a cada uno de nuestros semejantes como se debe (‘secundum quod decet’) con nuestras palabras y comportamientos extremos (‘consistit in solis exterioribus verbis vel factis’, cf. c. y ad).

[7] Tomás de Aquino, De virtutibus, q. 5 a. 4 co.

[8] Beuchot, Mauricio, Los principios de la filosofía de Santo Tomás, IMDOSOC, México, 2012, p. 31.

[9] McIntyre, Alasdair. After virtue. Univ. of Notre Dame Press. 3rd Ed. 2007. p. 229.

[10] Wojtyla, Karol, El personalismo tomista, Palabra, 2010, p. 318.

[11] Kelly, Margaret John. Vincentian Dynamic: Common Ground for the Common Good, 1995.

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