Permítannos nuestros amables y pacientes lectores un breve respiro en nuestros temas de análisis político, para hablar en esta ocasión de Santa Cecilia, cuyo día se conmemoró hace un par de días, el 22 de Noviembre, y que es una de las santas más populares no sólo de nuestro país, sino de muchos otros más.
¿Qué es un santo? En Alemania se cuenta una historia que puede ayudarnos a entender la respuesta. Un día, Tobías y su mamá pasaban por una iglesia, y el pequeño dijo: “¡Qué obscuras se ven esas ventanas!”. La mamá decidió entrar a la iglesia con el niño, que al instante quedó maravillado al ver cómo pasaban los rayos del sol a través de los vitrales góticos, llenando de colorido y de luz a la iglesia. En uno de esos vitrales se veía la figura de un santo. A los pocos días, en la escuela, el maestro de religión preguntó al grupo: “¿Quién de ustedes sabe qué es un santo?” Tobías recordó el vitral, levantó la mano y dijo: “Un santo es una persona a través de la cual brilla el sol”.
No todos los santos que encontramos en varias religiones cristianas (la católica, la ortodoxa, la anglicana y hasta la luterana) se distinguieron necesariamente por hacer constantemente cosas extraordinarias y buenas; muchas comenzaron por otros caminos y luego corrigieron el rumbo. Pero todos fueron auténticos, confiaron en Dios y pusieron su vida al servicio de otros, para llevarles esperanza y consuelo. Casi todos los santos de los primeros siglos (época paleocristiana) fueron mártires, con algunas excepciones; en una segunda época, los caminos para llegar a los altares ya no pasaban necesariamente por el martirio, como lo demuestran los casos de San Martín de Tours o de San Nicolás de Myra (o de Bari). Santa Cecilia pertenece al primer tipo: al de los mártires de los primeros siglos.
De muchos santos solamente tenemos referencias transmitidas por leyendas populares; de una gran cantidad carecemos de datos históricos; otros están rodeados de simbolismos (como San Jorge). En latín, legenda significa “lo que hay que leer”, pues las historias de los santos se leían, por ejemplo, en el oficio de la festividad respectiva. Para entender estas leyendas hay que sumergirse en la mentalidad de la época en la que las leyendas surgieron, se desarrollaron y se adornaron. Señalemos que en la Edad Media lo importante no era la verdad histórica sino la moral, es decir, el sentido del relato y las enseñanzas que se puedan extraer de él. Así, en cada texto hay que distinguir tres diferentes niveles de comentario:
• Littera: las “letras”, esto es, el relato verdadero;
§ Sensus: el sentido, es decir, las explicaciones que debemos hacer para entender correctamente el contenido;
§ Sententia: el contenido, es decir, la doctrina, lección o aprendizaje que se sigue del relato.
Esto era al parecer lo más importante, por lo que se desarrollaba más la sententia a costas de la littera. Esto, sin embargo, no tiene nada de “ingenuo”, sino que en esa época se acentuaban más otros elementos, no necesariamente históricamente comprobables. Estos no eran importantes.
La joven Cecilia, dice su leyenda, era muy bella y provenía de una antigua familia romana. Ha de haber nacido alrededor del año 200 y al parecer desde temprana edad se consagró por entero a Dios. No obstante, sus padres la comprometieron en matrimonio con el pagano Valeriano, a quien después Cecilia confió que un ángel estaba a su lado y cuidaba de su pureza. Valeriano le prometió no tocarla, pero a condición de que le dejase ver al ángel. Una vez convertido al cristianismo, fue bautizado por el obispo Urbano y, efectivamente, pudo ver al ángel, quien en ese momento extendía a Cecilia un ramo de rosas. Tiburcio, hermano de Valeriano, también fue testigo de la escena y se convirtió. Más adelante, ambos hermanos fueron acusados de enterrar a los cristianos ejecutados, por lo que se les asignó un guardia, a quien convirtieron. Los tres fueron decapitados.
Cecilia, por su parte, a pesar de las amenazas de la autoridad pagana, seguía convirtiendo a muchas personas, por lo que fue martirizada hasta la muerte (lo que, según la leyenda, costó muchísimo trabajo). Como era noble, fue decapitada, pero tardó tres días en morir, teniendo tiempo para repartir sus bienes y convertir a mucha gente. Su martirio debió haber sido por el 230, un 22 de Noviembre. El primer relato de esta historia lo encontramos en el “Martirologio de Jerónimo”, del S. V, y luego en un documento del Sínodo de Roma, en el 499. Sobre la casa de la santa se erigió una iglesia, que luego se ampliaría para ser la actual Basílica de Santa Cecilia en Trastevere, en donde reposan las que se presume son sus reliquias.
A pesar de esta historia, carecemos de datos históricos fidedignos sobre Cecilia; su culto debió extenderse a partir del siglo V; antes de esas fechas nadie (ni San Jerónimo, ni San Ambrosio, ni San Agustín, ni el calendario romano del año 354) mencionan a Cecilia. La primera representación plástica de la santa es en un mosaico en Ravenna, del 570. Lo que al parecer es seguro es que la persona que fundó la primera iglesia en donde ahora está la basílica se llamó Cecilia.
Cecilia, como patrona de la música y de los músicos, es una figura que conocemos recién desde la Edad Media tardía, debido a que la leyenda dice que, durante sus bodas, cantaba en su corazón himnos al Señor.
Una muestra de su enorme popularidad, no sólo en los países de habla romance, es que el 22 de Noviembre, su día, se celebra en las iglesias católica, ortodoxa, luterana, anglicana, armenia y copta. Es como el equivalente de San Nicolás, igualmente popular, aunque ella, afortunadamente, no sufrió el terrible, implacable e injusto destino de este, que degeneró en Santa Claus…
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)