Ya hemos revisado, en las dos colaboraciones anteriores, algunas ocurrencias, más demagógicas que bien pensadas, que han aventurado algunos personajes de nuestra política nacional: la eliminación de la figura del diputado de representación proporcional (los mal llamados “pluris”) y la supresión del financiamiento público a los partidos, combinada con la transferencia de esos recursos a los damnificados por los sismos de Septiembre. Ahora hablaremos de las propuestas de reducir el número de diputados en el Congreso de la Unión.
Cuando hablamos del tamaño de un Congreso, no debemos partir forzosamente de criterios económicos ramplones, como el de afirmar que, a menos diputados, menos gastos. Eso es lógico, pero no se puede medir todo con dinero, pues debemos primero preguntarnos qué clase de congreso necesitamos: uno más representativo o uno más efectivo. La gobernabilidad, la efectividad, la representatividad y la legitimidad son funciones políticas, que generalmente no pueden tenerse todas a la vez: hay que sacrificar algunas para poder tener otras. Así, un órgano legislativo más grande posee más representatividad que uno pequeño (mayor número de representantes para el número de habitantes del país), mientras que uno pequeño generalmente es más efectivo, es decir, podemos pensar que, por su tamaño, puede trabajar más rápidamente y lograr acuerdos con mayor facilidad.
Por lo tanto, la pregunta acerca del Congreso que queremos no gira solamente en torno a la cuestión de si queremos uno caro o uno barato, sino en torno a la cuestión del tipo de órgano legislativo que deseamos o necesitamos. No es muy útil tomar como parámetro al congreso del país extranjero que los mexicanos tienen casi siempre en mente: mucha gente, por ejemplo, afirma que el Congreso de los Estados Unidos es más pequeño que el mexicano, siendo que la población de ese país es más numerosa que la de nuestro país, por lo que entonces deberíamos reducir el número de diputados. Este ejemplo pierde fuerza si extendemos la comparación a otros países: los parlamentos en Alemania y Francia tienen más diputados que el congreso mexicano y la población de estos países es más pequeña que la nuestra. Así que hay que saber cómo comparar y ver más allá del número y del dinero.
Sin embargo, hay un argumento válido cuando hablamos de reducir el número de diputados en México: por su forma de trabajar, el Congreso mexicano no es lugar de grandes debates parlamentarios; los grandes arreglos se alcanzan fuera de la tribuna, en las discusiones y negociaciones entre las cúpulas partidistas, por lo que es asombrosa la cuota de consenso entre los partidos cuando llega la hora de votar en el pleno. El analista Alejandro Hopes señala que, entre 2012 y 2015, la sincronía entre el PAN y el PRI (fuera de discusiones sobre temas de procedimientos legislativos) fue del 94%. Esto quiere decir que en el 94% de los casos, ambas bancadas votaron en el mismo sentido, con algunas excepciones, como la Reforma Fiscal de 2013, por ejemplo. En la actual legislatura, las coincidencias llegan al 97%. Y esto no se limita a ambos partidos, sino que alcanza a los demás: en 8 de cada 10 asuntos que llegan al pleno de la Cámara, el grado de coincidencia entre todas las fracciones parlamentarias es mayor al 90%. Por eso vemos una drástica disminución en la intensidad de los debates parlamentarios.
Esto podría significar que, aun reduciendo el número de diputados, el congreso mexicano seguiría trabajando de la misma forma, por lo que quizá pudiese ser útil dicha propuesta. Pero debemos dejar de lado el pensar solamente en el costo económico. Un congreso más pequeño perderá forzosamente representatividad. Además, debemos considerar que el sistema electoral mexicano es segmentado, es decir, una parte de los diputados se elige por el sistema de mayoría relativa -que ya hemos explicado en otras colaboraciones- y la otra lo es por el sistema de representación proporcional o plurinominal. Una opción sería reducir el número de los de mayoría a 200, y el de RP a 100, por lo que pasaríamos de un Congreso de 500 a uno de 300 diputados; habría también que eliminar el 8% de sobrerrepresentación que marca la ley actual, para lograr igualar el porcentaje de votos con el de las curules. Por parte del Senado, sería recomendable eliminar por completo a los senadores de la lista plurinominal, pues al ser el senador por definición, en un Estado federal, representante de su entidad federativa, ¿a quién representan los de la lista?
De todas maneras, con congreso grande o pequeño, es preocupante que desaparezcan los grandes e intensos debates parlamentarios, como los que todavía eran típicos en el siglo pasado. Esto se debe quizá al mecanismo de negociación fuera de los muros del Congreso, a la disminución en la distancia programática entre los partidos, al cada vez más marcado pragmatismo de los actores políticos, que provoca que las ideas políticas de los partidos se desdibujen (lo cual es muy notorio, por ejemplo, en el PAN) o a una mezcla de todas estas variables.
De todas formas, al buscar la reducción del órgano legislativo, es importante mantener el actual sistema segmentado, pues si a un congreso pequeño le quitamos la RP, tendríamos una aún más marcada falta de representatividad.
Dr. Herminio S. de la Barquera y A.
Dirección de Posgrados en Ciencias Sociales
Grupo de Investigación en Ciencias Sociales (INCISO-UPAEP)