Desarrollo humano y social
La falacia de Carlos Slim
13 octubre Por: Gerardo Enrique Garibay
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Murray Rothbard escribió que “No es un crimen ser un ignorante en ciencia económica, que es, después de todo, una disciplina especializada, además considerada por la mayor parte de la gente como una ciencia lamentable. Pero sí es totalmente irresponsable tener una opinión radical y vociferante en temas económicos mientras que se está en ese estado de ignorancia”. Yo añadiría que esa irresponsabilidad se multiplica hasta el infinito cuando el ignorante de marras es el tipo más rico de todo el país.

 

Este miércoles, Carlos Slim dio una conferencia de prensa para anunciar los resultados de su campaña de recaudación de fondos en beneficio de las personas afectadas por los sismos del 7 y el 19 de septiembre. Una vez contando intereses, las donaciones superarán los $2,300 millones de pesos. Eso es algo digno de celebrar y de reconocerle, tanto a Slim como a todos los colaboradores de su fundación y a todas las personas que sumaron sus donativos. Quiero ser muy claro: donar dinero, comida, albergue, ropa y medicinas a las víctimas es tanto admirable como indispensable, es un deber de solidaridad que compartimos todos los mexicanos.

 

Sin embargo, quizá en un intento de ponerle buena cara al mal tiempo, y de acuerdo a la nota que publicó El Universal, en la misma conferencia de prensa Carlos Slim unió su voz a la narración de uno de los mitos más destructivos de la historia económica: la idea de que los desastres naturales (o las guerras) son “beneficiosos” para los países, porque estimulan la actividad económica y “generan empleos”.

Nuevamente según El Universal, Slim dijo específicamente que: “ya como cosa positiva es que sin duda va a generar empleos, va a haber reconstrucción, actividad económica en estas zonas de bajos ingresos, marginadas”.

Es decir, casi palabra por palabra “la falacia de la ventana rota”, un razonamiento cuya incongruencia fue exhibida desde mediados del siglo XIX por el filósofo francés Frederic Bastiat dentro de su obra “Lo que se ve y lo que no se ve”.

 

En este ensayo, que ojalá pueda leer el señor Slim, Bastiat nos cuenta la historia del panadero al que le rompen una de las ventanas de su negocio y se me inundado por personas de buena intención que lo animan diciéndole: “`La desdicha sirve para algo. Tales accidentes hacen funcionar la industria. Todo el mundo tiene que vivir. ¿Qué sería de los cristaleros, si nunca se rompieran cristales?”

Entonces, continúa el francés:

“Suponiendo que haya que gastar seis francos para reparar el destrozo, si se quiere decir que el accidente hace llegar a la industria cristalera, que ayuda a dicha industria en seis francos, estoy de acuerdo, de ninguna manera lo contesto, razonamos justamente. El cristalero vendrá, hará la reparación, cobrará seis francos, se frotará las manos y bendecirá de todo corazón al terrible niño. Esto es lo que se ve.

Pero si, por deducción, se llega a la conclusión, como a menudo ocurre, que es bueno romper cristales, que esto hace circular el dinero, que ayuda a la industria en general, estoy obligado a gritar: ¡Alto ahí! Vuestra teoría se detiene en lo que se ve, no tiene en cuenta lo que no se ve.”

“No se ve que, puesto que nuestro burgués ha gastado seis francos en una cosa, no podrá gastarlos en otra. No se ve que, si él no hubiera tenido que reemplazar el cristal, habría reemplazado, por ejemplo, sus gastados zapatos o habría añadido un nuevo libro a su biblioteca. O sea, hubiera hecho de esos seis francos un uso que no efectuará.”

 

Ojo, no trato aquí de juzgar en exceso al señor Slim, ni de poner en tela de juicio sus vínculos de sobra conocidos con la clase política o sus méritos empresariales, que serían tema de otra discusión, pero sí de resaltar que incluso personajes de un perfil tan elevado como el suyo pueden caer, y de hecho lo hacen, en los mismos prejuicios y falacias que Juan Promedio.

 

El hecho es que cada peso que se donó a la maravillosa labor que están realizando organizaciones como la propia fundación Slim no se materializó de la nada, sino que es la traducción en lenguaje monetario del valor creado previamente por los donantes, valor que al encauzarse a la indispensable obra de reconstrucción no podrá utilizarse en los bienes para los que de otro modo se habría destinado.

En otras palabras: lo que donamos para las víctimas no lo dimos para “impulsar la economía”, sino para ayudar a las familias que están atravesando por un momento de increíble dificultad. En todo caso, el daño material provocado por esta tragedia podrá aminorarse en la medida que ciudadanos, empresarios y gobiernos tomemos buenas decisiones para la reconstrucción, pero nunca anularemos por completo el costo económico.

 

Lo que ocurrió el mes pasado es una tragedia por donde se le vea, en términos humanos y financieros, y debemos reconocerlo como tal. Debemos también entender la enseñanza de Bastiat, que hoy conocemos generalmente como costo de oportunidad, y aplicarla no sólo al análisis de los efectos de una tragedia natural, sino también al del cobro de impuestos, el gasto público y la deuda gubernamental.

 

Esto es especialmente importante, porque la falacia de la ventana rota es un eco casi permanente en la vida política de nuestro país, con la diferencia de que, en lugar de referirse a los gastos de reconstrucción, que son indispensables, se refieren al gasto público ordinario, que no lo es tanto.

 

Una y otra vez escuchamos que “el gasto público estimula la economía”. Una y otra vez tendremos que responder que ese “gasto público” no salió del canto de un unicornio, sino que en términos generales cada peso es obtenido de 1 de 2 formas:

1.      A través de impuestos, en cuyo caso el aumento del gasto gubernamental implica una reducción del gasto y del ahorro privado, con el añadido de que los burócratas tenderán a tener mucho menos cuidado con la inversión del dinero ajeno.

 

2.      A través de deuda, que (como lo dejaron muy en claro las tragedias de los gobiernos de Echeverría y López Portillo) provoca una algarabía temporal, de la que se benefician los empresarios cercanos al gobierno; seguida por una crisis permanente, que perjudica en especial a los pobres y las clases medias.

 

Por lo pronto, regresando al sismo, es indispensable donar y reconstruir, pero no porque ello impulse la economía, sino porque es lo correcto. Esa es razón de sobra.

 

por cierto…

Quien quiera leer completo el ensayo de Bastiat puede hacerlo aquí: http://www.miseshispano.org/2015/07/lo-que-se-ve-y-lo-que-no-se-ve/

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