Desarrollo humano y social
Neomaltusianismo e ingenuidad
11 septiembre Por: Jorge Medina Delgadillo
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Vi un video, como tal vez algunos de ustedes, amables lectores, que me dejó perplejo. La Youtuber Mars Aguirre, nos regala una pieza oratoria llena de elocuencia que ofrece la solución para erradicar, en breve, la pobreza: que los pobres dejen de reproducirse.

Me apena muchísimo reproducir las frases que la señorita utiliza, pero es importante que constatemos, en toda su densidad, tanto el fondo como la forma de este nuevo neomaltusianismo que se está promoviendo y que, al momento que escribo, casi alcanza los dos millones de visitas. 

El argumento de Mars es el siguiente (cito textualmente): “los pobres no deberían tener hijos, y no es por ser culera, no es por marginar a esas personas que tienen un nivel económico inferior, no es por ser grosera, es un pedo de conciencia. Y si una persona no tiene el nivel económico de darle la mejor educación a su hijo, de darle un hogar cómodo, confortable y seguro; si no tiene el dinero para darle una comida, desayuno y cena saludables, si no puede darle agua potable a su hijo, si no tienes el tiempo para darle todas las atenciones a tu hijo por estar trabajando para sobrevivir (…) si no te sobra dinero constantemente, si no puedes disponer de dinero extra en caso de que tu hijo se enferme o que nazca con una discapacidad; si no puedes darle a tu hijo una mejor vida de la que tú tuviste desde el momento en que tu hijo nace: ¡no tengas hijos! ¡Deja de reproducirte si vas a crear humanos carentes! Y créeme que si todos siguiéramos este consejo, y los pobres se dejaran de reproducir, acabaríamos con la pobreza en todo el mundo”.  Como dicen en el mundo académico: fin de la cita.

Desmembremos algunas premisas, explícitas e implícitas, de este planteamiento:

Que la pobreza se perpetúa a causa de los mismos pobres. No son las estructuras injustas del mundo las causantes de la pobreza, ni la corrupción e impunidad, ni la insuficiencia de programas sociales, ni la injusta distribución de la riqueza, ni la falta de trabajo y oportunidades, ni la ausencia de una verdadera apuesta por la educación. No, Mars lo ha dicho con claridad: los culpables de la pobreza son los pobres. ¡Sólo me faltaba esto! Que la víctima sea el victimario. No ignoro que haya personas pobres causantes de su pobreza, pero la inmensa mayoría de los pobres merecen todo nuestro apoyo, solidaridad y compromiso por una simple y sencilla razón: ¡nosotros, por activa y por pasiva, los hemos arrinconado en la miseria!

El mismo Agustín de Hipona, y con él muchos padres de la Iglesia (Ambrosio, Juan Crisóstomo, Cipriano, Basilio, Gregorio de Niza, Pedro Crisólogo, etc.) nos han hecho ver que si un hombre muere de frío, y yo tengo dos abrigos en casa (uno que uso y otro guardado en mi armario), soy culpable por esa muerte. Las más grandes denuncias a la injusticia social no las formularon ni Marx ni Lenin, las formularon los Padres, nuestros Padres. La defensa del pobre, el huérfano y la viuda es un imperativo revelado. Así comienza el libro de Isaías: Dios detesta el culto que no va aparejado a un compromiso real por el más necesitado. Voltear ahora la tortilla, y hacer del pobre el culpable de su propia situación, es cruel y miserable. 

Otra premisa interesante a analizar es la siguiente: si no se es capaz de dar lo máximo a los hijos, entonces no hay que traerlos al mundo. La verdad es que este criterio se cae por tierra mostrando las biografías de grandes genios, literatos, músicos, científicos, libertadores y héroes que más bien nacieron y vivieron en condiciones precarias. No quiero jugar un contraargumento falaz, diciendo que los ricos, por ser ricos, estén impedidos de raíz, lo cual sería absurdo. Quiero señalar, más bien, que de personas pobres muchas veces nos ha venido la belleza, la ciencia, el ingenio y el cambio. ¿Por qué ahora impedirles existir? ¿Sólo porque no somos capaces de darles los bienes materiales que el imperio de un capitalismo ramplón nos impone?  ¿De veras nos “tiene que sobrar el dinero”, como aduce Mars, para entonces sí traer hijos al mundo? Este neonazismo capitalista, que determina a la nueva raza aria como la de los capitalistas pudientes, es indignante.

Es interesante que Mars sostenga que tengamos que dar al hijo una mejor vida que la que tuvimos. Es falso. Gran parte de la vida del hijo la determinará él mismo a golpes de libertad. Podremos como padres brindar la ocasión para su despliegue, pero el despliegue mismo no lo causamos mecánicamente. Un hijo no es una “creación” que los padres hacen, es un “don” que ellos reciben. Y como todo don, hay que agradecerlo y cuidarlo. Pero el punto es que un hijo es el “don” de una “libertad” llamada a la plenitud. Comprar de raíz el argumento de Mars supone que los hijos no son libres y que nuestro presente determina su futuro. La vida, y no los argumentos, refutan esta tesis. 

 La frase “¡deja de reproducirte si vas a crear humanos carentes!” liga las anteriores premisas, de corte hipercapitalista y neonazi, al ejercicio de la sexualidad. La contundencia en el uso de su imperativo me inquieta: a los pobres incluso les vamos a quitar un derecho: el derecho de amar y ser amados. Porque, en efecto, los hijos no vienen (al menos en su mayoría), como apunta Hadjadj, porque dos personas se vayan a la cama pensando todo el tiempo en bebés. Uno va a la cama porque quiere amar y ser amado. Los hijos, ordinariamente, son una grata sorpresa. Sí, los hijos son una constante sorpresa, desde que nos damos cuenta de un embarazo, cuando cuentan sus ocurrencias en la mesa, cuando triunfan, cuando fracasan, cuando lloran, cuando ríen, cuando mueren… el hijo es la novedad por antonomasia. El hijo es un don que irrumpe, con su novedad, la rutina del ser.

Por supuesto, se han hecho muchas campañas, desde que era yo niño, para que tuviéramos “pocos hijos para darles mucho”. La mente la tenemos repleta de eslóganes aceptados acríticamente. (Por cierto, ni en sueños hubiera pensado Thomas Malthus que Mars sería su divulgadora entre los jóvenes mexicanos).  Pero, ¿es verdad la tesis de fondo que dice que hay que erradicar la pobreza erradicando a los pobres? Y cómo: ¿condonizándolos?, ¿provocando guerras civiles en los países del tercer y cuarto mundo?, ¿castrándolos?, ¿matándolos de hambre?, ¿deportándolos a los márgenes de todo posible bienestar? No, señorita Mars, hay que tomarnos en serio y con profunda responsabilidad la gran crisis económica por la que atraviesan millones de seres humanos. ¿Y si mejor trabajamos por educación, por alimentación, por trabajo digno, por justa distribución de la riqueza, por erradicación de la corrupción? ¿No le parece que esa erradicación de la pobreza traería una mejoría moral y material para toda la humanidad, y en cambio, la que usted propone, traería aún mayor corrupción y degradación? ¿Y si usted cayera en la pobreza, por alguna injusticia recibida, quisiera que le arrancaran la posibilidad de traer al mundo y educar a una persona justa y buena que saneara este fango?

Podríamos seguir con la deconstrucción de las premisas neomaltusianas. Lo dejaré para otra ocasión. Por ahora me consuela el hecho fundamental de nuestras vidas: por un pobre, Jesús de Nazaret, entró la gracia y la luz a nuestro mundo; el Omnipotente durmió su primera noche en un pesebre, comedero de bestias; en su predicación no tenía dónde reclinar la cabeza; y al final de su agonía, colgado de un madero, su cuerpo en carne viva, lleno de salivazos y polvo, nos mostró de lo que es capaz de desprenderse quien ama de verdad; porque allí fuimos testigos de la pobreza radical. Porque de un Pobre nos vino el tesoro de la Salvación. 

 

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