"Nadie puede ser esclavo de su identidad: cuando surge una posibilidad de cambio, hay que cambiar"
Elliot Gould (1938-) Actor estadounidense.
Las declaraciones del Secretario de Educación Pública respecto a la ruptura del monopolio de las normales en la asignación de plazas docentes en todos los niveles educativos del país reavivó el debate en torno al futuro del normalismo.
En su momento abordé el tema desde el ángulo del perfil y la vocación docente tratando de desmontar lo que desde mi punto de vista era una interpretación interesada e incorrecta de lo que declaró Aurelio Nuño al respecto. (No) cualquiera puede ser docente, titulé ese artículo que puede encontrarse aquí en el archivo de E-Consulta en: http://www.e-consulta.com/opinion/2016-03-28/no-cualquiera-puede-ser-docente
Durante las semanas recientes he leído en varios medios artículos que desde distintas perspectivas tratan de responder a la pregunta acerca del futuro de las normales y plantean posturas diferentes respecto a si las escuelas normales, encargadas históricamente de la formación de profesores en nuestro país, están al borde de su desaparición.
Me parece relevante plantear algunas reflexiones que me surgen al respecto para poner a consideración de los lectores mi punto de vista sobre este tema muy relevante para el futuro de nuestro sistema educativo. Lo hago aquí partiendo de mi profundo respeto y reconocimiento del rol histórico-social que han cumplido estas escuelas en la construcción del país que hoy tenemos.
En primer lugar me parece importante decir que cuando hablamos de las escuelas normales no estamos solamente frente a un asunto de estructuración institucional de la formación docente que habría que analizar en términos de eficiencia organizacional sino que estamos ante una cultura desarrollada y consolidada por más de un siglo, es decir, que para reformar las normales no basta con incidir en el nivel de las prácticas particulares ni en el de la normatividad, la gestión y la administración de un subsistema de educación sino que hay que abonar a la transformación de un conjunto de significados y valores que determinan la manera en que se concibe que debe ser la formación de los profesores y la forma concreta en que se vive esta formación.
“Lo que no se regenera, degenera”, dice Edgar Morin y en el caso de la cultura normalista estamos frente a un conjunto de significados y valores que tienen elementos válidos pero que también han sufrido de distorsiones derivadas de la reproducción de prácticas y el reforzamiento de creencias que como todo sistema cerrado se retroalimentan y se legitiman de manera interna y van degenerando poco a poco de manera imperceptible a veces para sus actores.
De manera que la cultura normalista que respondió de forma pertinente a una época y a ciertas necesidades sociales de un país en construcción y de una naciente identidad nacional, puede ya no estar respondiendo al cambio de época que hoy vivimos y a las necesidades de un nuevo país más plural, diverso, dinámico y abierto al mundo.
Porque en general la cultura normalista es una cultura unidisciplinar centrada en la visión de la Pedagogía como ciencia prescriptiva de la educación y en las exigencias técnicas y metodológicas que se derivan de ella, una cultura en cierto modo impermeable a otras visiones disciplinares y más centrada en la unidad que en la diversidad, en la estabilidad que en el cambio, en ciertos símbolos, lenguajes, climas intersubjetivos, estilos artísticos y personales bastante homogéneos y relativamente sencillos de interpretar para quienes pertenecen a ese mundo pero no tan significativos para quienes están fuera de él.
Pero el mundo actual requiere, como lo afirma el mismo Morin, de una profunda reforma del conocimiento en la que se rompan las fronteras disciplinares y se ponga el saber en ciclo, se construyan métodos, técnicas y procedimientos multi e interdisciplinares y procesos de cooperación entre distintas visiones del mundo. Una nueva visión dinámica, abierta a la diversidad, capaz de construir nuevos símbolos, lenguajes renovados, estilos artísticos y personales plurales que sean más universales y polisémicos.
"Todos los cambios, aun los más ansiados, llevan consigo cierta melancolía" dice Anatole France y esta necesidad de cambio cultural, de regeneración de una cultura valiosa pero necesitada de apertura y actualización está produciendo resistencias entendibles y cierta melancolía de quienes quisieran que el mundo en el que nació el normalismo fuese el mismo hoy.
Yo no tengo claro si las normales tal como las hemos conocido y las tenemos hoy instituidas van a desaparecer integrándose en las universidades como ha sucedido en otros países como España o si se van a renovar y van a convertirse en instituciones de educación superior más acordes al mundo global actual manteniendo su autonomía actual.
Lo que sí me parece indispensable –y esto tiene que suceder en un proceso cooperativo que afortunadamente ya está en marcha, entre universidades, centros de investigación y normales- es que los normalistas caigan en la cuenta de que no pueden ser esclavos de su identidad, al menos no de una identidad entendida de manera fuerte, estática e inamovible y tienen que aprovechar esta oportunidad de cambio para ser sujetos de su propia transformación.