“Vino el patrón y nos dejó su niño
casi tres horas nos dejó su niño,
indefenso, sonriente, millonario,
un angelito gordo y sin palabras.
Lo sentamos allí, frente a la máquina
y él se puso a romper su patrimonio.
Cómo un experto desgarró la cinta
y le gustaron efes y paréntesis.
Nosotros, satisfechos como tías,
lo dejamos hacer. Después de todo,
sólo dice «papá». El año que viene
dirá estádespedido y noseaidiota”.
Mario Benedetti. Kindergarten.
(http://www.literatura.us/benedetti/oficina.html)
En las dos semanas recientes se ha vuelto a activar entre los comentócratas del país el debate entre pobreza y desigualdad. Se trata sin duda de un debate central en un país en el que tenemos alrededor del 50% de la población en situación de pobreza de distintos tipos y un coeficiente de Gini de 0.65 –dato de CEPAL del 2012, tomado de un artículo de Gerardo Esquivel en El Universal- que implica un nivel de desigualdad de los más altos del planeta.
En este debate se encuentran por un lado personajes como Sergio Sarmiento, Luis Pazos o Ricardo Salinas Pliego y recientemente Luis Rubio, que con distintos argumentos sostienen que el problema de nuestro país no es realmente el de la desigualdad sino el de la pobreza y que las posturas que plantean este problema como central llevan a minar el capitalismo y proporcionar más recursos para la burocracia o a desincentivar el impulso hacia el crecimiento de la economía y la generación de riqueza que es el paso fundamental para poder después distribuir esa riqueza generada y tratar de acabar con la pobreza.
En el otro polo de la discusión tenemos a economistas como el ya mencionado Gerardo Esquivel –profesor de El Colegio de México y columnista de El Universal- y el profesor y columnista de El Financiero Macario Schettino quienes a partir del análisis de los datos económicos sobre la pobreza y la desigualdad –Esquivel- y del análisis histórico –Schettino- demuestran de manera muy bien fundamentada que si bien el problema de la pobreza es prioritario en nuestra sociedad, este problema no solo no está desligado sino que es producto de una estructura económica excluyente que se construyó durante la primera globalización (1870-1914) y se consolidó a lo largo de todo el siglo veinte.
Desde mi punto de vista y coincidiendo con Pedro Flores Crespo en su artículo “Más sobre la desigualdad” –publicado en Campus Milenio- en el que hace una excelente síntesis de este debate, resulta muy positivo revivir esta discusión y poner nuevamente sobre la mesa estos dos temas fundamentales en una situación en la que Latinoamérica es la región más desigual del mundo y al mismo tiempo la más violenta.
En esta discusión considero que si bien quienes plantean la necesidad de concentrar los esfuerzos en combatir la pobreza tienen algunos argumentos atendibles, queda cada vez más claro a partir de los análisis económicos serios que la idea de que primero hay que generar riqueza para que luego esta riqueza se pueda derramar hacia las capas más pobres de la sociedad es insostenible y se usa muchas veces para legitimar el sistema excluyente y generador de desigualdad que sigue imperando en México desde hace más de un siglo.
Es cierto que tiene que impulsarse el crecimiento económico y la generación de riqueza para poder combatir la pobreza pero es igualmente cierto que el mero crecimiento económico, en un sistema que está estructuralmente diseñado y operado para regenerar y ampliar la desigualdad y para excluir a las mayorías desfavorecidas de las oportunidades de desarrollo, lo único que hace es reproducir y ampliar la brecha entre minorías que concentran la mayor parte de la riqueza y el grueso de la sociedad que tiene que repartirse el mínimo porcentaje sobrante.
El sistema educativo es un elemento importantísimo en este debate sobre la desigualdad y la pobreza porque es al mismo tiempo un producto del sistema excluyente en que vivimos y un posible productor de un nuevo sistema más igualitario y eficaz en el combate a la pobreza.
Porque la Educación generada por el sistema tiene un papel de reproducción de las condiciones prevalecientes y en esa medida genera escuelas donde los hijos de los ricos y poderosos se capacitan para llegar a ser los futuros ricos y poderosos a partir muchas veces de los conocidos que encuentran en su trayecto educativo más que de los conocimientos que este trayecto les proporciona, como afirma Gil Antón.
Existen muchos estudios que demuestran que el sistema educativo mexicano está cumpliendo este rol reproductor de las desigualdades y en lugar de contribuir a disminuir las enormes desigualdades entre los que más y menos tienen está colaborando en la ampliación de este abismo, sobre todo a partir del acceso a las tecnologías de información y comunicación en esta sociedad del conocimiento.
(Consultar por ejemplo: http://www.inee.edu.mx/index.php/79-publicaciones/reportes-de-investigacion-capitulos/434-aprendizaje-y-desigualdad-social-en-mexico-implicaciones-de-politica-educativa-en-el-nivel-basico )
Pero el sistema educativo también es generador de la sociedad que lo genera y puede contribuir a transformar progresivamente el sistema y a innovar los procesos formativos de las nuevas generaciones para convertirse en un mecanismo real de movilidad social, equidad y justicia social.
Como afirma Fernando Savater, la Educación es la anti-fatalidad porque bien orientada es la actividad que puede hacer que las nuevas generaciones no tengan que cumplir el destino irreversible al que la sociedad excluyente parece condenarlos y lograr que el hijo del patrón no aprenda de manera inevitable a decir: “estádespedido” y “noseaidiota” y el hijo del empleado no aprenda a obedecer ciegamente y a aceptar la exclusión como única posibilidad en su vida.