De cómo una pregunta cambia una vida
Uniforme de secundaria, cuerpo de preparatoria, conocimientos de primaria y sueños de cincuentón; así era él. Todo era tan diferente cuando no estaba que los comerciantes de la zona se quejaban de no verlo en los festivos. Caminaba entre gente, que pasaba y pasaba tan igual, que ver a un joven imberbe con uniforme de colegio pero sin libros ni mochila era como observar a un caballero medieval a medio vestir. Sufriendo la espera de verlo llegar algunas personas ya lo conocían de lunas pasadas. Se situaba frente al primero de los locales, una casa de comida sana, de menús suculentos y el doble de pesos en la factura que en una canasta. En su puerta comenzaba su recital sonoro. Cantaba una y otra vez la frase ¨ Si no te hubieras ido sería tan feliz¨. Había quien especuló con las intenciones. Para unos era el modo de ganarse el dinero de la matrícula del colegio, para otros explotación infantil mafiosa, unos pocos defendían la pasión por el propio arte. Lo cierto es que todos coincidieron en que tenía dos registros. El primero de ellos le hacía caminar entre las mesas y con una gesticulación propia de la escultura de Morelos en Chapultepec suavizaba el tono hasta hacerlo entrar en cada poro da cada piel con una nostalgia contagiosa ¨Si no te hubieras ido sería tan feliz¨. El segundo de los registros era el menos solicitado. Si no había buena recompensa se situaba en la puerta mirando a la grada general. El tono se embrutecía y perdía toda entonación pero repetía una y otra vez ¨Si no te hubieras ido sería tan feliz¨. ¨Si no te hubieras ido sería tan feliz¨. ¨Si no te hubieras ido tan feliz¨. ¨Si no te hubieras ido sería tan feliz¨.¨Si no te hubieras ido sería tan feliz¨. Al estilo de un gayo que al propio San Agustín en sus Confesiones hubiera excluido del reino animal por pesado, anti tono y quebrador de cabezas, taladraba los oídos de los asistentes que terminaban por pagarle para que se fuera.
El ritmo de la vida le parecía mal y por ello tenía dos tácticas para su espectáculo, la melodiosa y la odiosa. Ambas osas no tenían invernación posible pues el hambre no entiende de descansos en el género humano. Al final del día se marchaba con unas 20 monedas en su bolsillo, con la garganta reseca y con los ojos nadando en recuerdos.
Todo se repetía mes tras mes, tarde tras tarde … hasta que entre la gente ella apareció como público. La mañana de verano de aquel día, mientras cantaba desde la puerta rompiendo los tímpanos a golpe de campana de chatarra una joven se levantó de su mesa. Caminando hacia él se sintió incómodo pero no dejó de cantar ¨Si no te hubieras ido sería tan feliz¨. Pensó que lo quería invitar a marcharse o quizás a golpearlo. Llegada a las puntas de sus maltrechos zapatos ella lo miró a los ojos. Parecía que intentaba meterse en su cabeza. La incomodidad de dos desconocidos enfrentados en la proximidad tampoco quebró el canto. Ella parpadeó. Cuando sus labios parecían comenzar a moverse para vociferar el último de los tonos desafortunados, el joven colegial pareció romper con una simple mirada un rayo que el resto del cielo quedó por conquistar. El sudor manifestó el nerviosismo. Ella esperó el final de la frase… ¨… sería tan feliz¨. Antes de permitir al joven volver a iniciar su melodía lo interrumpió.
- ¿Quién se ha ido? ¿A quién has perdido?
El joven respondió.
- Eres la primera persona que me lo pregunta. Mi padre salió por la puerta un viernes, no regresó. Eso fue hace 6 años.
La chica lo abrazó y el joven nunca volvió a cantar esa canción, su alma al fin descansaba, ¨Filosófico es el preguntar, y poético el hallazgo¨ que diría María Zambrano.