Comunidad
Víctor Manuel Sánchez Steinpreis, defensor de la verdad a capa y espada
11 marzo Por: Fernanda Bretón
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La UPAEP brinda homenaje a uno de sus profesores eméritos más recordados y queridos dentro de la comunidad universitaria, a casi dos años de haber recibido dicha distinción.

“El ser maestro no ha sido para mí sólo una profesión, un quehacer, ha sido una vocación, un llamado que Dios me hizo y al cual he tratado de responder, siguiendo los pasos del Divino Maestro: Señor, ¿a quién vamos a ir, si solamente Tú tienes palabras de Vida Eterna? Son estas palabras las que han guiado mi vida”; son las palabras con las que Víctor Manuel Sánchez Steinpreis culminara su discurso al recibir el Nombramiento de Profesor Emérito un 15 de mayo de 2019.

Hoy la comunidad universitaria honra su vida y recuerda su gran legado. A continuación compartimos las palabras que Claudia Ramón Pérez, profesora de la Facultad de Ciencia Política y Gobierno dictó en el reciente homenaje a este gran profesor.

La llegada de Víctor Manuel Sánchez Steinpreis a la UPAEP

Agradezco la distinción que me han permitido al venir a recordar a un amigo, a un profesor, a un maestro, a un Jefe. Porque si bien Víctor Manuel Sánchez Steinpreis empezó siendo mi jefe, así lo conocí, terminó siendo un gran amigo, pero al mismo tiempo un Maestro en el arte de la vida y un Profesor que anunció con su testimonio el Reino de Cristo.

La escuela de Ciencias de la Comunicación vivía tiempos muy convulsos después de la salida de quien había sido director por muchos años, el Lic. Eduardo Garzón.  Se había hecho cargo de ella el Arquitecto Miguel Ángel Balandra y posteriormente la entonces secretaria de la Rectoría, la Lic. Margarita Treviño. Los estudiantes reclamaban a alguien de tiempo completo para la escuela y que supiera de la disciplina. En aquel entonces,  han de recordar que las Ciencias de la Comunicación vivían su apogeo y se llegan a abrir hasta cinco grupos de 30 o 35 jóvenes en cada uno. En ese ambiente tan complicado, las autoridades de la Universidad se dieron a la tarea de buscar a alguien que fuese capaz de solventar todos los problemas.

Un día nos citaron a junta y nos anunciaron que había nuevo director, al escuchar el nombre me sonó conocido, como analista de lo político, me resultaba un tanto familiar. Y ahí estaba el Lic. Sánchez Steinpreis. Con su mirada cálida y una sonrisa en los labios. Se presentó a nosotros de manera sencilla, humilde, pronto descubrimos que ese era su sello, no simplemente una estrategia para calmar las turbias aguas en las que entonces navegábamos.

Eran finales de marzo o principios de abril, Víctor Manuel empezó entonces una odisea: cada 15 días, o cada semana si era necesario, estaba con nosotros y los otros días se iba a Monterrey, donde se esforzaba por terminar los cursos en la universidad para la que trabajaba. Llegaba a la oficina y empezaba a atender a toda la bola de chamacos que hacían cola para tratar de resolver los problemas que acarreaban. Poco a poco, su don de gentes se dejó sentir, tanto en los alumnos, como en los maestros que colaborábamos en ese entonces y que éramos como los “tamalitos”: de mole, de chile, de manteca, muy diferentes entre sí. Pero para Víctor Manuel eso no representó ningún obstáculo, poco a poco nos fue sumando en el equipo; cada uno era valioso para él.

Para junio, julio, la figura de Víctor se hizo presente en las graduaciones. Ahí conocimos otra faceta, su capacidad de oratoria,  su don de palabra, su profunda fe y los valores que animaban su vida. Los padres de familia se acercaban para agradecer los consejos a sus hijos. Muchas ocasiones hubo en que al ir por la calle en grupo o en un restaurante, en las celebraciones, padres de familia lo abordaban para saludarlo; luego el hombre se disculpaba por retrasarnos la hora de la comida.

Pronto se interesó en aquellos estudiantes que a pesar de haber concluido su plan de estudios no se habían titulado. Fueron muchos los que entonces lograron obtener su grado gracias a las gestiones que hacía. Quien entraba a su oficina no salía con las manos vacías.

Y los viajes a Monterrey se sucedían. Y gozábamos con las glorias y  la machaca y con unos churritos de maíz deliciosos que generosamente  traía y repartía cada vez que regresaba. Fueron meses en los que su deseo de servir confortaba el estar lejos de su familia, aunque siempre estaban  muy presente en sus pláticas. Así supimos de sus hijos, pero sobre todo de Carmelita. Cuando ella llegó con la mudanza, ya era una figura familiar entre nosotros y pronto, lo sería entre los alumnos. Cuántas veces no recibimos una conferencia o una clase en la que se complementaban uno a otro, al grado de que  llegué a preguntarle que si alguna vez lo habían ensayado; obviamente se me quedó viendo y se soltó la carcajada.

¿Cómo había llegado Víctor Manuel a Puebla? ¿Por qué dejar la comodidad de su hogar, su entorno lleno de amigos, las aulas que lo habían visto crecer como docente, los medios en los que participaba como periodista? No cabe duda que alguna buena razón debía de existir.

Y es que así como un buen ganadero trata de tener un excelente toro para la lidia, así, las autoridades de la Uni buscaron a alguien que hiciera extraordinaria faena. Nuestro querido amigo tomó la alternativa que le ofrecían: la Dirección de Ciencias de la Comunicación. Y como toda alternativa, que se trata de un rito de paso o de tránsito para finalizar la etapa de  novillero e iniciar otra, en la que se convierte en matador de toros profesional, Víctor Manuel se vistió de luces y con la muleta y el estoque tomó al toro por los cuernos, e hizo honor al sobrenombre con el que era cariñosamente conocido; “Matador”.

La universidad se convirtió en la arena donde brindó cada clase, cada conferencia, cada discurso, de tal manera que dejó huella en muchas generaciones que hoy lo recordamos con profundo cariño. ¿De quién fue la idea de la alternativa? A ciencia cierta no lo sé. Lo que conozco es que fue uno de sus amigos más entrañable, Manuelito, como lo llamaba, Don Manuel Díaz Cid quien fue a buscarlo a la Universidad de Monterrey. Me cuentan que le informaron que el Lic. Sánchez Steinpreis estaba en clase, por lo que decidió subir a buscarlo. En las escaleras del edificio coincidieron los dos. La alegría del encuentro fue el principio del camino a Puebla.  Sólo ellos saben que platicaron, pero seguramente no fue la propuesta de un trabajo más, sino de una misión a realizar, la misión que conlleva una vocación.

Víctor Manuel no vino a cantar proezas, vino a construir una comunidad fraterna en la que ha dejado una estampa indeleble, una fina estampa de caballero católico.
Y yo, como  ustedes,  agradezco la bendición de haber coincidido con él en esta vida.

¡Muchas gracias!
 
 

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