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El furor del AztechSat-1 llega hasta el Vaticano
12 marzo Por: Fernanda Bretón
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[Colaborador UPAEP publica artículo en L’Osservatore Romano, histórico diario de la Santa Sede.]

Las proezas del AztechSat-1, primer nanosatélite 100% mexicano, construido por estudiantes y profesores de la UPAEP y que fue puesto en órbita el pasado 19 de febrero, han llegado hasta el Vaticano.

El Dr. Juan José Blázquez Ortega, coordinador del Centro de Estudios en Ciencia y Religión de esta casa de estudios fue el encargado de hacer llegar hasta la Santa Sede el artículo titulado «De la “casa común” a la “globalización espacial” y sus desafíos», en el cual destaca el trabajo colaborativo, así como el papel de las universidades en el desarrollo de esta tecnología.

A continuación compartimos el texto integral publicado en el número 8 de  L’Osservatore Romano.

DE LA “CASA COMÚN” A LA “GLOBALIZACIÓN ESPACIAL” Y SUS DESAFÍOS
El meteórico crecimiento de los nanosatélites y la aportación de las universidades católicas

Los llamados nanosatélites son satélites cúbicos (CubeSats) muy pequeños (10x10x10cm; 1-10kg), con funciones semejantes a satélites artificiales mucho más grandes, debido al avance tecnológico en la miniaturización de sus componentes electrónicos, gracias a lo cual se busca reemplazar a aquellos, debido además a su relativo bajo costo y disminución en el tiempo de producción, lo cual les convierte en más accesibles para las naciones y para diversas entidades, tanto públicas como privadas, con fines civiles o militares, comerciales o no. Un buen número de ellos ha sido diseñado y construido por estudiantes y profesores, en universidades de todo el mundo, lo que los ha convertido en muy atractivos y populares.

Hoy, los desafíos tecnológicos presentados por estos aparatos han llegado también a las universidades católicas. Como la UPAEP de Puebla, la primera institución de educación superior de México en diseñar y construir un nanosatélite, el AztechSat-1. Lanzado desde Cabo Cañaveral por la NASA y la compañía SpaceX el 5 de diciembre de 2019, ya puesto en órbita desde la Estación Espacial Internacional, su finalidad experimental será mejorar la transmisión de datos a la Tierra.

Por ahora, hay aproximadamente 1300 nanosatélites, más otros 1200 CubeSats, con distintas características y funciones en el espacio. Los Estados Unidos sobresalen en número en una proporción de 10:1 en relación con China, que le sigue en segundo lugar. Se espera lanzar alrededor de 2500 más en un plazo de 6 años. A pesar de las limitaciones físicas, técnicas y económicas de los proyectos de esta naturaleza, se consigue indudablemente un aumento en la capacidad tecnológica para utilizar el espacio cercano en ayuda de la “casa común” y para proporcionar un servicio más eficiente a la humanidad.

Esto requiere de un gran esfuerzo creativo de la inteligencia y de un notable aumento del poder humano, gracias también al aparentemente ilimitado potencial de los recursos de nuestro planeta tan singular. Parece así que se produce una prolongación de la presencia humana en el espacio, mediante la plantación de un nuevo “jardín” de información con lo pequeño y diminuto.

Empero, esto provoca una reflexión sobre la gran responsabilidad del género humano hacia sí mismo y hacia el mundo que lo sustenta. Por otro lado, destaca el esfuerzo colaborativo que se requiere del talento y voluntad de muchas personas empeñadas en un trabajo en común para su realización, que demanda solidaridad y confianza mutua, revelando de algún modo nuevo su condición social, que se ve ampliada por una efectiva “globalización espacial”, con estos logros científico-tecnológicos en torno a la Tierra, pero que apuntan a futuro hacia la exploración y conquista inteligente del Sistema Solar, nuestro “microcosmos”, inaugurando una era nueva en la historia de la humanidad.

El desarrollo de estos proyectos, desde su inicio hasta su conclusión, sirve de ensayo a esa creatividad humana que se muestra también en expansión, en la medida en que prueba sus propias posibilidades, presentes y futuras, y le permite también al sujeto humano cobrar mayor conciencia de lo que es y de lo que puede hacer. Así, el proceso de creación y producción tecnológica le permite reconocer el potencial de su propia intencionalidad subjetiva, manifiesta en los artefactos, en los que se materializan sus ideas. De esta forma, va dejando tras de sí las huellas de su propio ser y obrar creativos, para las generaciones del mañana, participando al orbe terrestre de su imagen, a semejanza de su Creador.

Pero, mientras más se extiende el influjo del poder humano, incluso con esta nueva proyección a habitar virtualmente el espacio más allá de los confines de lo inmediato, más se descubre limitado. Una limitación que no sólo obedece a las condiciones físicas, sino que, para quien hace ciencia, puede reconocer en su propia subjetividad personal no sólo la capacidad finita de discernimiento y ejecución, sino su condición histórica y existencial, que le descubre la necesidad de conducirse rectamente para no errar, aunque pueda bien poco solo.

En sí y en el dinamismo de su acción descubre, igualmente, una apertura estructural al don inestimable del próximo y a las relaciones humanas con él. De tal modo, que el desarrollo de la ciencia y la tecnología lleva consigo, en su edad madura, una pedagogía de la razón que le eleva del dominio de la naturaleza al cometido imperativo de una ecología mundial de la ciencia, del cosmos, de la sociedad y la cultura. Todavía más, esto parece que introduce a la persona humana, de nueva cuenta, en la perspectiva ampliada de una entera familia humana con y para quien vivir.

De esto resulta que no sólo la naturaleza, sino las mismas obras humanas se convierten cada vez más en una especie de puerta que le puede permitir al sujeto humano entrar en el umbral de un misterio del que es portador. Un misterio que se encuentra no tanto como enigma quizá cada vez más descifrable, o todo lo contrario, sino como revelación de un don recibido, al haberle sido concedida existencia al universo y a todo lo que contiene y, más aún, a los seres humanos, con su capacidad de conquistarlo juntos, gracias a su pensamiento y acción libre.

Todo lo cual nos puede bien llevar a darnos cuenta de un itinerario que conduce a la actividad científica, de la conquista de la mente y del cosmos, gracias a una comunidad, al hecho palmario de lo más inexplicable, simple e inaudito, que es la existencia, que no puede tener otra explicación más que como regalo de una gratuidad sobreabundante que, para el creyente, corresponde a un Amor incondicional que quiere ser encontrado para darse todo a todos (Salmo 8, 2 y 4-7).

Juan José Blázquez Ortega
Coordinador Centro de Estudios en Ciencia y Religión UPAEP


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