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Participa estudiante UPAEP en encuentro latinoamericano de jóvenes
06 septiembre Por: Yolanda Jaimes
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[Daniel Sánchez comparte sus memorias en el Taller de Líderes Universitarios del Amiesic.]

Daniel Sánchez Sánchez, estudiante de economía, tuvo la oportunidad de participar en el Taller de Líderes Universitarios del Amiesic (TLALUA) y hoy nos cuenta sus experiencia y aprendizaje.

“Es bello coincidir, pero conectar es maravilloso”, una pequeña frase que engloba un gran significado, mismo que adquiere importancia en la vida de las personas cuando se experimenta en carne propia. Eso fue el TALUA, una oportunidad para conectar con otros “desde la fe”.

El Taller de Líderes Universitarios del Amiesic es un taller nacional enfocado a la formación humano-cristiana de jóvenes líderes impulsados por la fe, el cual busca generar un lugar de encuentro que brinde los elementos de liderazgo cristiano que le permitan a los jóvenes tener un compromiso personal y con su entorno. La principal característica del mismo es que, solo se puede vivir una vez en la vida como participante.

Cuando recibí la invitación por parte de la Pastoral de la Cultura de la UPAEP para asistir a dicho taller, fue inevitable decir SÍ en ese mismo momento, era una oportunidad única –literalmente- de compartir mi fe con personas de otros lugares y con otras perspectivas, lo cual me llevaría a crecer personalmente y a  avanzar un paso más en mi tarea de vida de “tocar la vida de otros”.

Faltaba un mes para que en la Universidad de la Salle en Cuernavaca, nos reuniéramos todos los convocados. El tiempo avanzaba y más información no se nos proporcionaba, la fecha se acercaba y no tenía idea de a qué me iba enfrentar y si llevaría lo necesario –materialmente hablando- para hacerlo. Solicité mayor información por correo, por medios electrónicos y la única respuesta era “no te podemos dar más detalle”. ¡Dios! ¿En qué estaba metido? Estaba a punto de pasar una semana en un lugar desconocido, sin saber que haría, a quién me encontraría ni qué iba a necesitar.

El día llegó finalmente y, el nerviosismo no se pudo contener. Pasé toda la noche despierto pensando en lo que estaba a punto de vivir sin saber que marcaría un antes y un después en mi vida de forma extrema.

La primera impresión que tuve al llegar fue “es un congreso, en el que probablemente estaremos sentados escuchando algunas pláticas, realizando algunas actividades y teniendo una actitud pasiva durante toda la semana”. Estaba más equivocado que nunca.

Los siguientes cinco días fueron todo lo contrario: pararse temprano por alguien interrumpiendo tu sueño con un megáfono; salir corriendo a hacer ejercicio (entrenamiento militar, baile, meditación, etc.); desayunar; correr nuevamente por lo necesario para el día entero; pláticas, visitas, actividades físicas, rallys, reflexiones, cambios de grupos, en fin… un día que no terminaba hasta las 11 o 12 de la noche cuando tu cuerpo ya no podía más pero estabas tan satisfecho con lo aprendido en el día que alargabas las noches con una plática entre compañeros hasta que los ojos no pudieran más.

Todo esto sin olvidarnos de la acción de Dios en nuestra vida en cada momento y aprender a decir ¡voy! Teniendo el coraje de afrontar cada reto y propuesta de la vida dejando atrás miedos del corazón; aprender a reconocer la importancia de que las cosas se hacen bien o no se hacen, ya que nunca sabes cuándo es el último día que tienes para corregir tus problemas; a desconectarte de la tecnología para conectar con el corazón de otros reconociendo en ellos un ser humano increíble y digno de admirar; a no conformarse hasta que lo bueno sea mejor y lo mejor excelente; que la oración más corta del mundo es “Gracias” y a veces eso es suficiente y que realmente todos somos capaces de impactar sobre otros de forma positiva en una magnitud que no comprendemos, pero para ello no hay que olvidar confiar en los demás tanto como en nosotros mismos y servir al prójimo antes de servirnos a nosotros.

Hay aún más cosas que dejan huella como amigos, pláticas, historias y anécdotas que permanecerán en mí por siempre. Todo para entender que como jóvenes y como líderes, hemos de pasar de un estado pasivo y contemplativo de la vida a un estado activo donde la iniciativa por el cambio surja desde nosotros y no se detenga por nada.

Al final de todo, no somos los únicos locos que piensan así y el TALUA me lo demostró. Me llenó de energía para trabajar en un cambio y compromiso personal que va más allá de lo que tenía hasta ese momento y que se transforma en un compromiso para con quienes me rodean para servir en pro del bien de todos.

La tarea se dice fácil, pero llevarla a cabo es un gran reto que implica congruencia. Un reto al que todos deberíamos de comprometernos.

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