La serie de “Reflexiones Teológicas para la Esperanza” culmina con un llamado a ser partícipes de una comunidad que busca la plenitud de la vida a través del acercamiento a Dios.
Nuestra actitud como cristianos frente a la pandemia debe dar testimonio de que la enfermedad y la muerte no son el fin de la existencia, que la esperanza no se limita a este mundo, el cristiano espera y cree en la vida eterna, en un amor que no pasará nunca, sostuvo Mathias Nebel, Director de Investigación del Instituto Promotor del Bien Común de la UPAEP durante el cierre de actividades de “Reflexiones Teológicas para la Esperanza”.
Agregó que la pandemia nos pide dos cosas, profundizar en la dimensión de misericordia que tiene el amor, ese que no se desprende de la necesidad del otro y transfigurar la cotidianidad de nuestra existencia, vivir lo mismo, pero de manera diferente. Somos en el mundo radicalmente nuevos.
Por lo tanto, frente a una pandemia lo que caracteriza a un cristiano es que no tiene miedo, es en estos tiempos que hay una conversión particular.
“Somos hijos en el hijo y por lo mismo participamos de la existencia divina. Nuestra salvación radica en que recibimos por gracia del Espíritu Santo un don, el don de ser hijos de Dios, lo que transforma de manera existencial mi propio ser, no somos los mismos después de recibirlo”, destacó
Al igual que en este momento, los discípulos al morir Cristo se encontraban como una comunidad encerrada en el cenáculo, desorientados y sin saber qué hacer. Es con la llegada del Espíritu Santo durante el Pentecostés que los Apóstoles abren la puerta y salen empujados hacia una nueva vida, impulsados por una fuerza y valor.
Explicó que esta dinámica de los Apóstoles después del pentecostés radica en una fe que no duda, que anuncia con una fuerza extraordinaria; un amor ardiente que no condena; y una esperanza invencible que no le teme a nada; que supera todos los miedos.
“Este momento de Pentecostés crea una comunidad eclesial radicalmente diferente de las sociedades humanas, ésta vive de una esperanza que ya no teme nada”, enfatizó el también experto en teología.
Subrayó que Cristo representa la felicidad que no es terrena, que al contrario, nos salva de la finitud y de la muerte, de lo inconcluso de la historia, hasta de nuestra libertad dañada que nos hace incapaces de bien deseado.
“La mayoría de nosotros no tenemos experiencia por mala suerte de esta planitud de vida, pero quien se adentra al misterio, tiene esta experiencia de una comunidad que vive de una forma radicalmente diferente”, puntualizó.
Recalcó que el cristiano no se separa del mundo, al contrario, ama al mundo en Cristo y va más allá; no se centra en una relación intimista, el espíritu de Cristo es el que nos empuja a salir a ver por el otro al que denominamos hermano.
En este tenor, explicó que la universalidad de la comunidad eclesial radica en que la salvación es posible para todos sin distinción alguna, en que la comunidad trasciende fronteras, cultura y nación; en que esta comunidad puede abrazar a todos y llamarse hermanos. Es una comunidad que es para siempre, que trasciende la vida terrena.
“Esta comunidad de salvación y que comparte la vida de Cristo es una comunidad peregrinante, hacia la vida eterna, lo que significa que sigue habiendo luchas, celosías y pecadores, pero debe vivir purificándose constantemente, por lo tanto, ser cristiano no es ser ajeno a las luchas, al contrario, los cristianos somos buenos luchadores, los que son derrotados cien mil veces, pero se vuelven a levantar”, subrayó Mathias Nebel.
Finalmente concluyó que la pandemia no es el fin del mundo, es un despliegue vistoso de la fragilidad de la existencia humana, el cristiano ve esto como una prueba en la que debe verificar su fe, amor y esperanza.