Entrevistas
Expectativa y realidad. Historias de cuarentena
25 marzo Por: Jorge Medina Delgadillo
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Siempre será un desafío gestionar las expectativas de los demás. Este tiempo me ha servido para constatar este desafío cuando uno tiene que “educar” vía remota a alguien cuya expectativa era la educación presencial.

¿Qué espera quien apuesta, prefiere y paga por una educación escolarizada? Pues espera presencia, acompañamiento, guía, soporte, trato personalizado, voz, mirada, un saludo en el pasillo, un llegar antes al salón para hacer alguna pregunta que no se atreve a formular cuando el salón está lleno, espera también, por cierto, un salón funcional, bonito y agradable; unos compañeros amigables, un sentirse respetado, acogido y motivado.

Habrá algunos (pocos o muchos, no lo sé) para los cuales la Universidad represente un oasis respecto a sus hogares, tanto por la aceptación que sus compañeros y profesores les dan, como por las condiciones mismas de desarrollo y encuentro que allí se desarrollan a diferencia de otros ambientes violentos o indiferentes.

Digamos que la educación es como una ensalada. La base o “cama” de lechugas se llama “aprendizaje disciplinar” el resto es aderezo… pero sabemos que una ensalada inolvidable es tal más por sus aderezos, semillas y creativas combinaciones de ingredientes extra, que por su insustituible y necesarísima cama de lechuga.

¿Qué busca quien prefiere la educación presencial? Muchísimas cosas que aderezan el “aprendizaje disciplinar” y que junto con éste se transforman en un auténtico “aprendizaje integral”. Ahora bien, hay un lío en todo esto. La expectativa no siempre coincide con la realidad.

Por una parte, ni toda la educación escolarizada sacia las expectativas que hemos descrito anteriormente; ni la educación on-line está impedida a hacerlo. Lo que pasa es que como convivimos con ambos ambientes (en el aula damos clase y por medio de la tecnología corregimos trabajos y enviamos emails), entonces no hemos aprendido a hacer de la tecnología un “ambiente cálido y acogedor”.

Ahora que migramos, por causas ajenas a nuestra voluntad, a un ambiente digital existe el inevitable riesgo de defraudar a nuestros alumnos. ¿Por qué? Porque ellos se sentirán satisfechos o no por el cumplimiento de “sus” expectativas. Ni más ni menos. Sé muy bien que un buen formador pone su mirada en satisfacer necesidades en vez de expectativas, pero pensar en esto último nos ayuda a poner pies en la tierra, lo primero a tener la mirada en lo alto… ¿no acaso ese binomio se da en un buen maestro?

He procurado en estas clases virtuales ser puntual: al iniciar y al acabar. Eso sí… “estoy” todo el tiempo que debo estar. Procuro entrar “antes” de la hora en el aula virtual e ir platicando con cada alumno, preguntándole por él/ella, por su familia, por su futuro. Me gusta verlos y que me vean. He dedicado más tiempo a preparar estas sesiones que otras. He aprendido a escucharlos con más atención y a que se sientan más valorados. Estoy cuidando mucho el producir materiales padres para que ellos los disfruten y aprendan. No quiero sobrecargarlos, pues tienen otros pendientes.

Procuramos reír en clase, que haya momentos de distención. He agendado con distintos alumnos asesorías individuales… esos cinco minutos en el pasillo donde cada chico tiene una inquietud especial los he aprendido a gestionar por videoconferencia. Ayer le hacía una pregunta a un alumno sobre cómo se estaba sintiendo con las clases, y me decía que realmente estaba aprendiendo y disfrutando. De hecho, algunas de las expectativas que escribí al inicio de esta hoja son fruto del diálogo con él.

Me di cuenta que ellos buscan un tipo de relación interpersonal, un encuentro, un ambiente… y que en nosotros está ponerle este aderezo a la ensalada tecnológica o no. Por cierto, si no se le pone calidez a la calidad, no hay nada más tedioso, insípido y aburrido que una sesión on-line.

 

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