Dedicado a Nacho Arbesú,
por el gusto del diálogo.
En 2021 volveremos a asistir a las urnas en medio de un ambiente político de exacerbación y antagonismo. Otra vez está en juego no ya la mera alternancia, el vaciado y renovación de los cargos de elección popular, sino dos proyectos de país. Viviremos, pues, otra elección que decida sobre la viabilidad o no del proyecto democrático.
El presidente de la República ha dado sobradas muestras de que la transformación que plantea persigue una vuelta al autoritarismo presidencialista del periodo hegemónico dominado por el PRI. Al presidente le pesan las instituciones y su (insolente) pretensión de ser autónomas. Cuando estas fallan a su favor, entonces son buenas, honestas y útiles; cuando le contradicen, son meros resabios de aquella mafia que su gobierno enfrenta en una batalla quijotesca. La mafia del poder es el deus ex machina de la 4T: la pandemia se doma hasta que el maligno espectro regresa y lo echa a perder todo; la economía se recupera pero, infame, la mafia hace trastabillar a los justos, haciéndolos retroceder; los bautizados en la pila del movimiento regenerador han limpiado sus vestiduras y sus conciencias, pero siempre aparece el virus del pasado infectando lo que otrora hallábase curado, pervirtiendo los corazones y devolviendo nada más que sepulcros blanqueados. La retórica es circular, comienza y termina en el poder moral del prócer, y sólo a través de él puede colarse la verdad de la nación, aquella que las gargantas oprimidas no han podido gritar durante décadas. El presidente está en el alfa, y estará al final de los tiempos, en el omega, cuando la transformación sea completa y ya nadie tenga que delinquir, ni sentirse menos, ni mendigar, ni mentir o pecar o vejar u ofender, cuando el país se consolide como espacio de paz y amor, donde el abrazo sea cálido y permanente, donde las balas retornen a los fusiles y los soldados al cuartel.
La realidad, por supuesto, aplasta la retórica. El país está partido en dos, los humores del odio y la confrontación llenan las calles y los hogares. La economía, contra el discurso mañanero, pasa por su peor momento en décadas, y más, cuando caemos en cuenta de que, lejos de existir una planeación productiva, los proyectos que salen del capricho presidencial nos costarán miles de millones y no servirán para nada. Alrededor de diez millones de mexicanos se integraron a las filas de la pobreza en el autodenominado gobierno donde los pobres van primero. El proyecto del presidente López Obrador, en suma, se presenta como proyecto teológico-político, como mesianismo inmanentista en el que el pobre y la pobreza son utilizados para rellenar el profundísimo hueco cavado por el resentimiento y arrogancia de un hombre que soñó con ser un héroe y terminó siendo un traidor.
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En la encrucijada, pues, está la viabilidad de la democracia. ¿Cuál democracia, dicen algunos, con una mezcla de cinismo y razón? La democracia liberal representativa que, hasta hoy, prevalece, aunque profundamente debilitada.
Algunos parecen querer inventar el hilo negro a cuarenta días de la elección. Sin duda movidos por sentimientos de responsabilidad cívica, congruencia y patriotismo, muchos consideran que la llamada democracia electoral está muerta. Habría que anular el voto, renunciar a caer en el juego de votar por candidatos cada vez menos preparados, más amañados y corrompidos por un sistema político que no funciona; habría que renunciar a la representación como mecanismo regulador de la transferencia pacífica del poder político; habría que voltear a ver el modelo griego… Las opciones son muy variadas y, sin duda alguna, todas merecen una consideración detallada. Sin embargo, hoy el escenario político es claro: si el partido actualmente en el poder obtiene una mayoría suficiente, intentará aprobar una nueva constitución que será, sin lugar a duda, abiertamente antidemocrática. Todo voto que se desperdicie, siendo anulado o dejado en blanco, así como el abstencionismo, beneficia al partido en el poder. De esto no existe duda alguna. La participación y el voto por la oposición es hoy la única alternativa contra la ola populista.
Plantearía, pues, tres momentos para repensar nuestro régimen político. En el corto plazo, como he dicho, no cabe otra estrategia que consolidar un gobierno dividido, quitándole al Ejecutivo el dominio del Legislativo, generando auténticos pesos y contrapesos que defiendan el entramado institucional mexicano. En el mediano plazo habrá que revitalizar a la sociedad civil y a sus asociaciones: urge despertar a la sociedad, educarla, politizarla, inyectarle sentido cívico; para esta tarea la actividad universitaria será fundamental. En el largo plazo, tenemos que cambiar el sistema de partidos y, quién sabe, quizá incluso las reglas del juego democrático. Pero esto requiere diálogo, reflexión, presentación de evidencia. Hoy es el momento de defender la democracia, tal como la tenemos, con sus problemas, deficiencias, logros y oportunidades. Mañana, sin duda, la tarea será mejorarla. Hoy triage, mañana un programa integral para restaurar la salud de la sociedad mexicana.
Dr. Juan Pablo Aranda Vargas Profesor Investigador UPAEP |