Desarrollo humano y social
Mujeres, mujeres… (Primera parte)
18 marzo Por: Herminio Sánchez de la Barquera Arroyo
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Hace unos días conmemoramos el día internacional de la mujer. Si revisamos la historia de la Humanidad, empero, parece que no hay mucho que celebrar, por eso escribí “conmemorar”. Y es que ¿dónde han estado las mujeres en la historia? ¿Cuál ha sido su papel? En la historiografía tradicional casi no se les menciona, salvo si han sido personas de una muy considerable importancia que incluso resista la competencia de los varones, protagonistas de esa escritura tradicional de la historia, centrada en el papel de los hombres y escrita casi siempre por hombres. En las fuentes de la historia también se les menciona en muy pocas ocasiones. ¿Dónde estaban las mujeres al fundarse los grandes reinos e imperios de la historia? ¿Qué hacían mientras se libraban batallas y combates? ¿Qué pensaban cuando se promulgaban leyes y decretos? ¿Cuándo escuchamos hablar de filósofas, guerreras, estadistas mujeres, legisladoras, compositoras, poetisas, escultoras, lideresas o predicadoras?

Estas preguntas nos llevan, desafortunadamente, a la conclusión de que la historia se ha hecho, se ha escrito, se ha pensado y se ha ordenado no tan sólo al margen de las mujeres, sino pasándoles muchas veces por encima: han sido constantemente botín de guerra, han nutrido de esclavas los horrendos mercados de personas, se les ha limitado en su desarrollo personal, han competido tradicionalmente con los varones en desigualdad de condiciones en el mercado laboral, son víctimas de violencia de todo tipo y pierden con más facilidad su empleo, como lo demuestra la pandemia actual. Sin olvidar, además, que, por ejemplo, la pobreza se enseñorea sobre ellas, porque la mayor parte de las personas pobres en el mundo está conformada por mujeres. Inmensa, podríamos decir impagable, es la deuda histórica que tenemos con ellas, con las mujeres.

En esta y en las siguientes tres o cuatro contribuciones haremos un brevísimo, rapidísimo recuento de algunas figuras femeninas a lo largo de la historia, en diferentes escenarios, épocas y disciplinas.

En la Antigüedad, las diferentes culturas también se distinguían entre sí en el trato a las mujeres, aunque lo generalizado era un ambiente en donde las mujeres estaban supeditadas en casi todos los ámbitos de vida al varón. Los ejemplos de Esparta y de Egipto son en este sentido claramente excepcionales. En Egipto, las mujeres por lo general gozaban de muchos derechos, impensables en otras culturas de la época y de la región: podían poseer fortunas, administrarlas, decidir con quién contraer matrimonio, heredar bienes, hacer carrera en la corte, etc., pero esto ocurría, claro está, únicamente en las clases sociales altas. De todas maneras, a pesar de estas condiciones favorables para las mujeres de la élite, tenemos en Egipto pocas faraonas (o reinas faraón). El ejemplo más antiguo es quizá el de Mermeit, de la dinastía I (hacia el 3000 a. C.). Otra fue Nitiqret, última gobernante de la dinastía VI (hacia el 2200 a. C.). La faraona más poderosa fue, sin duda, Hatshepsut, en plena dinastía XVIII, quien reinó aproximadamente del 1466 al 1444 a. C. Como monarca, gozó de mucho poder y gobernó durante una época de gran esplendor. A ella siguieron, por ejemplo, Tausert, de la dinastía XIX y, finalmente, Cleopatra VII Thea Philopator, la última reina faraón, fallecida en el 30 a. C., cuya muerte marca el final de las dinastías y de la independencia egipcias. Dueña de una erudición poco común, sabía leer jeroglíficos, era una gran conversadora y hablaba con soltura muchas lenguas. Su atractivo, además, volvía locos a los romanos (y también a Ásterix y a Miráculix, por cierto). Es la de las películas.

Esparta es otra excepción a la regla en la Antigüedad. Sin embargo, tenemos que ser muy cuidadosos: cuando hablamos de mujeres que gozan de más libertad, de ciertos privilegios y de muchos derechos, nos estamos refiriendo, como en el caso de Egipto, a las mujeres de las clases altas. Las mujeres de los extranjeros, de los conquistados y de los esclavos estaban tan sometidas al varón como en otras ciudades-estado de la Hélade. Sin embargo, las mujeres libres sí eran notables por su forma de vida y sus costumbres, que escandalizaban muchas veces a los habitantes de otras ciudades. Y es que la lógica espartana en este sentido era contundente: un pueblo guerrero necesita guerreros sanos y fuertes; las mujeres sanas y fuertes dan a luz generalmente a niños sanos y fuertes, los futuros guerreros. Así que las mujeres lacedemonias no sólo tenían permitido hacer deportes, sino que tenían que practicarlos. Y para hacer deporte hay que vestirse con pocas ropas y comer bien. Eran famosas, las espartanas, por sus cuerpos fuertes y atléticos, y las malas lenguas de otras ciudades decían –faltaba más- que a las espartanas les gustaba enseñar las piernas, sus bien formadas piernas, vale precisar.

En esto, los informantes de otras ciudades, muchas veces muy tendenciosos, olvidaban que la moda en Esparta era diferente a la de otras regiones y no estaba muy pensada simplemente para cubrir el cuerpo, como sí era el caso en la moda de las regiones jonias. Las mujeres deportistas y bien alimentadas de los espartanos también podían, para escándalo de sus vecinos, actuar en obras de teatro. Pero la política les estaba vedada, como en cualquier otra “polis” de la época. Sin embargo, se dice que las mujeres influían de manera muy fuerte en sus esposos y en los hombres de la asamblea.

Lo malo en todo esto es la situación de las fuentes de información. Prácticamente no tenemos fuentes espartanas acerca de los espartanos, de sus costumbres y de su vida cotidiana, mucho menos acerca de sus mujeres. Para saber algo de ellas –y solamente de las clases altas, no lo olvidemos-, hay que recurrir a escritores extranjeros, sobre todo a Aristóteles, Plutarco y Xenofón. De ninguno de ellos podemos esperar objetividad, pues los dos primeros veían con recelo a los espartanos y el último los admiraba con pasión. Tristemente, ninguno de los tres se ocupó de analizar a profundidad el papel de la mujer espartana, lo que, por cierto, no era su objetivo. Es evidente, en todas las fuentes, la subjetividad de los autores masculinos.

En conclusión: al contrario de las mujeres atenienses, las mujeres espartanas de las clases altas eran reconocidas y podían escoger marido, divorciarse y poseer bienes, en tanto que las atenienses eran parte de las posesiones de los hombres. Si bien las lacedemonias tampoco podían tomar parte en las decisiones políticas, sí ejercían abiertamente influencia en los hombres y en sus decisiones, por lo que Plutarco habla incluso de una “gynaikokratia” espartana: el poder de las mujeres en la toma de decisiones. Esta imagen ideal de la mujer espartana era, para dicho autor, lo opuesto a la cruda realidad ateniense, en donde las mujeres ricas vivían confinadas en sus casas.

Dr. Herminio S. de la Barquera A.
Decano de Ciencias Sociales
UPAEP

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