Desarrollo humano y social
UPAEP ante la crisis. Planear en la tormenta
07 abril Por: Juan Pablo Aranda Vargas
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Entonces terminaron los años en que Egipto gozó de

abundancia, y comenzaron los siete años de hambre, como José

lo había anticipado. En todos los países se sufría hambre, pero

en Egipto había alimentos (Gn 41:53-54).

 

Entonces las jóvenes se despertaron y prepararon sus lámparas.

Las necias dijeron a las prudentes: “¿Podrían darnos un poco de

aceite, porque nuestras lámparas se apagan?”. Pero estas les

respondieron: “No va a alcanzar para todas. Es mejor que vayan

a comprarlo al mercado”. Mientras tanto, llegó el esposo: las que

estaban preparadas entraron con él en la sala nupcial y se cerró la

puerta (Mt 25:7-10).

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Para nadie debe ser noticia, a estas alturas, que se avecina una de las crisis económicas más violentas que el mundo haya vivido en las últimas décadas. México no sólo no se salvará de esta situación: el comportamiento cínico, errático, prepotente e irresponsable del gobierno lopezobradorista—que encuentra su apoteosis en la pedestre bravuconería de Miguel Barbosa—agravará nuestra ya difícil situación; la crisis nos pegará tanto más fuerte cuanto más insensatas sean las políticas dictadas desde Palacio Nacional y Casa Aguayo.

Que vivimos una era de oscuridad ya no puede discutirse. Quien pretende que todavía puede ver una luz en el horizonte humano sólo se engaña, apuntando una lamparita de pilas hacia sus ojos, deslumbrándose artificialmente. El modelo de democracia liberal se ha agotado al fin. Lo que vivimos es, precisamente, los gritos del cuerpo de aquel régimen que desfallece.

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Frente a la crisis, nuestra universidad. La tarea de la universidad es, pues, doble. En primer lugar, la universidad debe privilegiar su cualidad de lugar público. La universidad como lugar de encuentro entre profesores y alumnos en aras de la verdad es una visión que debe completarse por la vocación pública de la universidad. Pública, primero, en tanto que faro difusor de conocimiento. Debemos estar listos para ofrecer soluciones creativas a los terribles tiempos que se avecinan. No bastará con vender paraguas: la tormenta se antoja destructiva. Tampoco basta con distribuir panfletos apocalípticos que anuncien el final. La universidad puede y debe pensar, salir del molde, innovar. Si no es hoy, nuestros hijos vivirán en un mundo derrotado por el desempleo, la desigualdad, la inhumanidad.

Pero la universidad es pública, también, en tanto universidad católica. Si, como insiste Ex Corde Ecclesia, toda la actividad universitaria está orientada “al desarrollo integral de la persona” (§20), entonces la universidad que se queda en los pasillos, renunciando a ver el dolor, la miseria, los problemas que aquejan su comunidad, traiciona su propia esencia. En la misma línea vale recordar lo establecido por el Concilio Vaticano II, recogido en Christifideles Laici, “El carácter secular es propio y peculiar de los laicos” (§15). Lo que parece mera perogrullada hoy, fue una de las más importantes reformas del último Concilio. Al laico le corresponde participar en las realidades temporales, infundiendo en ellas el espíritu cristiano. La universidad católica, así, se convierte en locus donde la búsqueda de la verdad, iluminada por la revelación, se convierte en práctica. La verdad que no se convierte en obra es ya esnobismo, ya caricatura de la verdad. Siguiendo a Ratzinger debemos reconocer que, en Jesús, identidad y misión se funden, confundiéndose irremediablemente. Precisamente por ello, Santiago lanza una dura crítica: “Muéstrame, si puedes, tu fe sin las obras. Yo, en cambio, por medio de las obras, te demostraré mi fe” (Sant 2:18).

La UPAEP debe, pues, volcarse a pensar las realidades temporales, proponiendo soluciones creativas, así como participando activamente en la vida política y social de su comunidad, a fin de promover y trabajar por el bien común.

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En segundo lugar, es tiempo de pensar la Upaep como comunidad en sí misma. Una universidad que emplea a cientos de colaboradoras y colaboradores, y es casa de otros tantos miles de alumnas y alumnos. Tenemos que mirar hacia adentro, cuidar a los nuestros, ver por su bienestar.

La creatividad frente a la tormenta comienza en casa. Es momento de repensarnos de cara al abismo de los tiempos. Los siguientes meses nos pondrán a prueba. Los nubarrones que se posarán en la economía nacional presionarán a la baja el ingreso de las familias que nutren nuestra comunidad, lo que pondrá en peligro la operación cotidiana, los tiempos normales de la universidad. Tenemos que pensar debajo de la curva, mirar por debajo de los pronósticos, eficientar los procesos al tiempo que racionalizamos los presupuestos. Multiplicar los panes y compartirlos con quien menos tiene.

Propondría dos estrategias complementarias. Primero, hay que adelgazar la estructura. Tenemos que hacer más con menos, lo que supone un concienzudo estudio de los procesos que hacen posible la operación de la universidad, así como el personal que hace posible estos procesos. Seamos claros: todo esfuerzo de optimización exige sacrificios. Y la única forma de optimizar en justicia es a través de la evaluación del esfuerzo y las capacidades del personal. Tenemos que medir más y mejor, y rápido, a fin de saber quiénes somos, cómo trabajamos y de qué somos capaces, así como cuáles son las áreas de oportunidad, dónde estamos siendo ineficientes, qué podemos mejorar.

Pero, segundo, optimizar no puede significar simplemente declarar recortes de personal. La UPAEP, hemos dicho, es una institución que privilegia a la persona por encima de consideraciones mercantiles y utilitarias. Por ello, lejos de promover recortes, debemos repensar y reestructurar, creando nuevas áreas productivas donde relocalizar a nuestra gente. Pensar creativamente puede ofrecernos oportunidades de crecimiento más que de contención. No se trata, pues, de contener hemorragias, sino de sanar y seguir adelante. Cuidar nuestro capital e invertirlo. En una palabra, ablatio: descubrir en el burdo cubo de mármol la figura que sólo el cincel puede descubrir.

El cristianismo nació en la oscuridad. Los discípulos no reconocían al resucitado. El dolor de la tragedia les impedía ver. Pero el cristianismo rápidamente encontró que la luz sólo es irradiada desde el suplicio de la cruz, lugar donde la mayor luz y la mayor oscuridad se confunden, donde es posible escuchar la voz de Cristo desgarrada, abandonada por el Padre, y al mismo tiempo la serena certeza de que todo se ha cumplido. Signo de contradicción, recordaría un libro del cardenal Wojtyla. Hoy, quizá más que nunca, el misterio de la Pasión puede mostrarnos que el mundo nunca es sólo mundo. Siempre es mundo redimido. Deseo a todos una Semana Santa de recogimiento, cuidando a nuestros seres queridos hoy más que nunca.

Dr. Juan Pablo Aranda Vargas
Profesor Investigador
UPAEP

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