Alejandro Badillo
Corea del Sur, como pocos países en el mundo, es retratado como un caso de éxito económico. Cualquier búsqueda en internet arroja cientos de artículos que describen la transición de la pobreza a la abundancia gracias al libre mercado, la tecnología, la educación y el consumo. Incluso esta percepción se fortalece con fenómenos culturales como el K-Pop que ha trascendido las fronteras de Asia para conquistar mercados occidentales como el mexicano. Uno de los videos más vistos en la historia de YouTube, “Ganman Style” del rapero Psy, muestra el ideal de vida al que, supuestamente, pueden aspirar los habitantes de Corea del Sur: autos último modelo, ropa de marca, joyas, viajes, casas lujosas. Sin embargo, como se puede comprobar con una búsqueda más específica, la sociedad coreana –al menos un sector que es cada vez más numeroso– está pagando un alto costo para mantener ese “milagro económico”: desempleo juvenil, depresión, hacinamiento en las colonias populares y, sobre todo, una desigualdad que no deja de crecer. Los coreanos –según blogs o diarios como el Sungkyun Times– utilizan la “teoría de las cucharas” para ejemplificar la abismal diferencia entre las clases sociales y la poca movilidad que hay entre ellas. Alguien que nace con una “cuchara de oro” pertenece al 0.1% de la sociedad y tiene, además de un patrimonio millonario, una influencia enorme en el país. Alguien que nace en el sector identificado con lo demás metales (plata y bronce-cobre) tiene un patrimonio menor y es aún minoritario comparado con el grueso de la población (11% aproximadamente). El resto de la población tiene, según esta clasificación, “cuchara de tierra”, y su ingreso es cada vez menor sin que la educación sea un factor que marque, necesariamente, una diferencia. La movilidad social parece un sueño cada vez más inalcanzable.
Parasite, película estrenada recientemente y galardonada con la Palma de Oro en Cannes, muestra de manera brillante los mundos separados que está creando el capitalismo moderno. El director, Boon Joon-Ho, crea una metáfora inquietante de la sociedad sudcoreana sin caer en el maniqueísmo o el panfleto. La historia nos muestra el viaje que emprende la familia del señor Ki-taek, conformada por su mujer y sus dos hijos, del barrio miserable en el que viven a la lujosa mansión que habita la familia Park. A través del hijo de Ki-taek, Ki-woo, quien consigue ser contratado como maestro particular de inglés de la hija mayor de los Park, logran infiltrarse a la mansión despojando a los antiguos sirvientes de sus trabajos y convirtiéndose en los nuevos empleados de la familia.
La trama de Parasite, a grandes rasgos, parece la de cualquier comedia de enredos, sin embargo, el director lleva muchos de sus elementos al límite y entrega un retrato perturbador que se aleja, por mucho, del humor superficial al que nos tiene acostumbrados. El inicio tiene una gran veta tragicómica: la familia se amontona en su diminuta vivienda para encontrar una señal de internet gratis; después mantiene abiertas las ventanas para aprovechar la fumigación que hacen en el exterior y así acabar con los bichos de su hogar. Más tarde el hijo mayor comienza la invasión en la casa de los Park y el relato comienza a torcerse: por un lado, el espectador empatiza con aquellos desheredados que, haciendo gala de una gran inteligencia para manipular a sus patrones, consiguen ganar dinero y, al mismo tiempo, probar los lujos que ofrece la casa de sus anfitriones. Sin embargo, conforme la historia avanza, la hilaridad provocada por algunos pasajes –potenciada por la gran banda sonora del compositor Jeong Jae-il– adquiere tintes macabros cuando los Taek, convertidos en trabajadores ejemplares y confidentes de los Park, descubren que hay otro huésped en la casa: el esposo de la antigua ama de llaves que fue despedida gracias a las artimañas de los nuevos ocupantes. Entonces se desarrolla una batalla a muerte entre las dos familias mientras sus patrones están en un viaje de placer.
Hay muchas lecturas que propone Parasite que van más allá de las incidencias y peripecias que vemos en pantalla. En primer lugar, el concepto de “parásito” que es mostrado como una metáfora que está presente todo el tiempo: los Taek representan aquellos insectos indeseables que pululan en las grandes ciudades y que buscan cualquier resquicio para obtener comida y poder sobrevivir. Un parásito o una plaga –pensemos en las cucarachas, por ejemplo– han acompañado al hombre a lo largo de la historia y prosperado gracias nuestro estilo de vida. Se alimentan de nuestros desechos y evolucionan para derrotar insecticidas y trampas. En el caso de Parasite, la familia Taek es un desecho del sistema económico que crea, como uno de sus principales efectos, una desigualdad rampante. En el caso de la sociedad sudcoreana, los “desechos” que genera son estudiantes competentes –como los hijos de la familia Taek– que quedan al margen de la universidad, víctimas de la competencia voraz y condenadas a vivir como repartidores de pizzas, empleados de bajo nivel, obreros prescindibles cuando se enferman o hay un recorte en la empresa. Ante la falta de un futuro sólo pueden soñar o, como sucede en la película, ingeniárselas para sobrevivir y aprovechar, gracias a su inteligencia, los escasos resquicios que deja el sistema. A veces, como podemos ver en Parasite, tienen que escalar sobre otros desheredados que son menos ingeniosos. Por esta razón una de las escenas mejor explotadas por Boon Joon-Ho es cuando ambas familias luchan cuerpo a cuerpo, en medio del lujo de la mansión de los Park, para tener el control de un teléfono celular. Los antiguos sirvientes quieren mandar a sus patrones una foto comprometedora de sus enemigos y los Taek quieren eliminar la imagen para mantener sus sueños intactos. La secuencia congela la sonrisa inicial porque vemos a los bichos humanos luchar por la única oportunidad que tienen en su contexto: servir al más poderoso, habitar la mansión cuando los Park no están para probar, aunque sea a cuentagotas, la prosperidad que se les ha negado a pesar de sus esfuerzos. Sólo uno puede triunfar y conservar su puesto en la cadena.
Hay otra lectura estremecedora en Parasite: no hay buenos y malos, sólo gente respondiendo a un sistema que los separa y los coloca en un nuevo orden feudal que nadie cuestiona. Los desheredados y los prósperos son caracterizados con una gran ambigüedad. Los Taek generan empatía porque nos identificamos con su deseo de sobrevivencia y la capacidad que tienen para engañar a sus patrones. Sin embargo, aparece un fuerte contraste cuando observamos cómo son capaces de todo para eliminar a los obstáculos en su camino. El deseo por encajar en la sociedad de ensueño que tienen ante sus ojos los puede llevar al fraude o al crimen. Los Park, quizás, son un caso más interesante. El director no los caracteriza como los villanos clásicos de la historia. Los anfitriones de los parásitos humanos son personas simples, acaso bonachonas, que nunca trascienden los límites de su realidad. Viven sus días concentrados en su próximo viaje de vacaciones o reunión. Apenas se preguntan por las vidas de sus empleados y, por esta razón, caen fácilmente en sus engaños. Embelesados en su mundo de comodidad, no tienen mayor conflicto emotivo cuando despiden a su ama de llaves. La veta inquietante que aparece en ellos, de vez en cuando, sobre todo en el padre de familia, es cuando detectan el olor de los Taek. El olor es una marca indeleble en los invasores y les recuerda su origen; casi los delata cuando se esconden bajo los muebles mientras los Park recorren las habitaciones después de regresar anticipadamente de una excursión al campo. Boon Joon-Ho completa la metáfora del parásito con los Taek aprovechando cualquier espacio para no ser descubiertos, al igual que una cucaracha busca refugio para no ser exterminada. Ese olor que los delata –el olor de la miseria– será uno de los detonantes finales de la película.
Parasite es una película que no ofrece salidas a pesar del guiño final que parece alentador. Es un diagnóstico pesimista de la sociedad global de nuestros días. El hijo de los Taek se aferra al sueño de pertenecer al mundo de los ricos. Contrario a la resignación de su padre, está dispuesto a defender su oportunidad hasta las últimas consecuencias. El crítico Samuel Lagunas menciona en su reseña que la película clausura cualquier posibilidad de cambiar el orden existente. En efecto, Parasite es sólo un espejo de la realidad y eso, a mi parecer, no es un defecto del guion ni de la concepción de la obra. El director funda su propuesta en unir los dos mundos –el de los marginados y el de la élite poderosa– con elementos que pasamos por alto en nuestra cotidianidad y que pocas veces se cuestionan: la desigualdad social que lleva al límite a muchas familias en un país que presume su prosperidad; el mundo aséptico, casi de aparador, en el que viven los escasos beneficiarios del capitalismo de nuestra época. Uno de los momentos importantes de la película es el mal clima que obliga a los Park a regresar a su casa antes de tiempo. Para ellos es un simple desajuste en su calendario que se arregla con una cena caliente preparada por la señora Taek. Para sus sirvientes es una tragedia: el agua de lluvia que baja de la zona alta de la ciudad se convierte en un río furioso que inunda las viviendas en las que se amontonan los exiliados de la prosperidad. El sonido relajante de la lluvia en el jardín de los Park muestra su otra cara cuando el agua acumulada comienza a arrastrar inmundicias y colapsar una parte de la ciudad que ellos no conocen y que, probablemente, nunca conocerán. Cuando vemos a los Taek luchando por salvar sus escasas pertenencias y comprendemos, un poco, el contexto social que muestra Parasite, podemos mirar la historia desde la perspectiva opuesta y preguntarnos si, en realidad, los parásitos no son los Taek sino la élite que observa, despreocupada, en sus residencias lujosas, la lluvia. Ellos son los que dependen de esa gente invisible, que lucha para no ahogarse, porque parasitan sus salarios, sus ambiciones, sus seguros médicos, sus pensiones. Esta última lectura es una de las más lúgubre de la película.
Recaditos
Miriam: Espero que todos disfruten los últimos días del mes más corto del año, saludos y bendiciones para todos.
Damaris: Felicidades a todos los chicos UPAEP por la lucha y persistencia, lograremos un cambio.
Ivan: Espero con muchas ansias el próximo viaje a la Ciudad de México de la
materia derecho sanitario.
Mario: Les deseo a todos un buen día y los invito a participar el jueves 5 de marzo en la marcha pacífica de universidades unidas por la paz.
Coco: Con una pequeña acción ponemos hacer una gran diferencia, saludos a mis amigos que se encargan de la recolección de víveres.
Ricardo: Un gran saludo a los chicos que el miércoles exigieron de manera pacífica mayor seguridad para todos los ciudadanos especialmente para los estudiantes universitarios.
Jaque: Saludos para Paola Jurado por la gran lucha que está haciendo obtener mayor seguridad para la comunidad universitaria.
Sandra: Gracias a todos los alumnos que de alguna u otra manera han contribuido en la búsqueda de mejorar la situación en Puebla.
Issac: Felicidades a todos mis compañeros de la carrera de psicopedagogía que el viernes recibirá el premio Cruz Forjada.
Andy: Aun pueden adquirir sus boletos para el próximo sorteo UPAEP 2020.
Janae: Un saludo para Mireya Rodríguez de la carrera de Odontología generación
otoño 2017.
Georgette: Saludos para mis mejores amigos Román Lima y Poncho Casco de la carrera de Logística de Negocios generación otoño 2018.
Jasson: Chicos aún se están recibiendo víveres y donativos para apoyar a nuestros compañeros universitarios.
Cami: Saludos a las personas que hacen posible los miércoles de mercado.
Rogelio: Lo que más me gusta de la escuela son los miércoles de Mercado.
Alex: Que padre que la UPAEP realice proyectos como los del satélite, felicidades y vamos por más.
Amalia: Saludos a Lorena Galindo de la carrera de Nutrición generación otoño 2017.
Erick: Espero que todos tengan un buen día.
Lidia: Saludos a los alumnos que realizan servicio de beca en el área de investigación.
Emi: Saludos a los compañeros de ingeniería en Software y felicidades a los que el próximo año se gradúan.
Anahi: Chicos por favor cuidense, cuidemos los unos a los otros. Somos amigos y compañeros de universidad.
Emma: Es momento de estar más unidos que nunca, somos grandes personas y sobre todo una gran institución.
1
Por: Paco Rubín
Ella tiene los zapatos verdes.
Los ojos ámbar.
La sonrisa carmín.
El nombre Violeta.
El corazón transparente.
El ajedrez blanco y negro.
Él no tiene color.
Pero tiene calor para su frío.
Años que se cuentan en un pueblo fantasma de Nuevo México la historia de la chicana de los tulipanes, hermosa chicana de buen saber y dulces gestos. Los poetas desalmados por el dolor y el deseo le recitan en llanto propio un verso que la atormenta y le lastima. Ella, de buen oído para las palabras, rechaza lo mundano de los poetas y los encierra en un desdén solitario junto a “Juanito el vigilante”.
Me explican en esta carta cómo un hombre se desbarataba las canas y gime en llanto por sentirse no amado, pues la belleza de la chicana se describe en lo puritano de una tierra lejana de Michoacán; belleza tarasca que navegaba en Zirahuen y que por amor se vino al Aridoamérica de una tierra prima, trayendo charales de Janitzio, de Orapondiro un agridulce mole, unas cazuelas de Santa Clara del Cobre, deliciosas corundas y morisqueta de Uruapan, y la bendición de su hermano quien radicaba en Apatzingán y que en su alma guarda las memorias y cenizas de Pangaricutirimicuaro y San Juan. Los muertos le celebran a ella su buenaventura con un hombre de origen Purépecha, quien alguna vez la amó con tanto dulzor y que murió en aquel lago rojo que Paricutín dejó.
Ella escapa un 2 de noviembre acompañada de su Abuelo Joaquín León Estrada y su abuela Anacleta Aguilar Aguirre, quienes sus almas recorren los pétalos de cempaxúchitl que atraviesan desde Apatzingán a San Juan Nuevo, de ahí recorren Jicalán y a topar con Uruapan. Durante este tramo, un ruiseñor colorido les pide a la chicana y sus acompañantes escalar el rio Cupatitzio para encontrar un sueño digno de su corazón, pero les advierten que la marca de la rodilla del diablo sigue fresca y que puede que aún ronde por ahí.
Sin preocupación alguna, Joaquín León Estrada pide a Juanito un favor:
—Quiero que me traigas a aquel que ya limpió una vez el río con ayuda de vuestra queridísima madre, te lo pido mi querido guía.-
Juanito el vigilante cumple con su petición y viaja de regreso por los caminos de cempaxúchitl a buscar aquel Tata Vasco que tanto quieren los indígenas de la zona y que alguna vez corrió al diablo del río. Lo busca entre las zonas ardientes de Tierra Caliente hasta llegar a Playa Azul en donde el mar mantenía diferentes botes a flote junto a las almas de aquellos que buscan una flor amarilla en un pedestal. Ahí estaba él, Tata Vasco acompañado de Fray Juan de San Miguel, ambos vieron a Juanito el vigilante con basta alegría, pues éste les traía un poco de agua de río bendecida por un querubín. Juanito le explica todo a Tata Vasco y este decide acompañar a la querida chicana a protegerse del chamuco. Fray Juan de San Miguel le promete esperarlo hasta que vuelva, y de ahí, ambas siluetas avanzan y acompañan con violines, guitarrones, trovadores y viejos danzantes su travesía.
Al volver, Tata Vasco avanza por el frente de todos, orando y pidiéndole a la madre de todo crucificado que se apiadara de ellos. Así el diablo aparece de nuevo entre la maleza que rodea la cuna del rio, no interviene ante la cruzada de la chicana, pues al ver a Tata Vasco éste vuelve a temer y sale diciendo en desesperada risa:
—Pido perdón por querer disfrutar de la vida, y pido perdón por molestar a los muertos, es solo que las pirekuas nunca fueron lo mío y mi leyenda me ha atraído.
—Te pido te largues, mi despreciable amigo. –dice Tata Vasco y el chamuco obedece con refunfuños y miradas maliciosas, este desaparece de la vista de todos mientras agita su cola de manera juguetona. Tata Vasco se despide y regresa a Playa Azul.
El ruiseñor les muestra donde se encuentran las memorias de aquel Purépecha de corazón noble y de alma liviana. La chicana llora y abraza el recuerdo del amor, los alebrijes saltan en las plantas y un danzante junto a las rondallas inspiran a la luna con sus brillantes mejillas mientras le cantan y le dan sus sueños. La chicana encuentra una mula con los objetos que recolectó de diferentes pueblos y junto a Juanito el vigilante deciden partir de Uruapan y regresar a Zirahuen para despedir a sus hermanitos quienes viven con su tío el pescador.
Recorrieron largos kilómetros, no sin antes pasar por una guitarra de Paracho (la chicana es talentosa para las cuerdas), luego retornaron para Caracha a visitar a doña Tolla y sus hijos y de ahí tomaron un atajo a Zirahuen. Llegando después de un rato, la chicana les regala a sus hermanos unas calaveritas de azúcar y unos juguetes de madera, comparten algunos dulces de cajeta y cocadas, un dulce de leche y una cebadina para desempachar el estómago. Les despide con un beso en la frente, les canta una pirekua y parte con Juanito. Visita el lago por última vez, es hermoso iluminado por los globos de cantoya, la sirena del lago sale y le cela, pero la chicana la ignora y parten con Juanito a Pátzcuaro.
Recorriendo cada extremo del estado, la chicana visita a quienes alguna vez amó y le lloraron profundamente, primero visitando a Jorge Quevedo en Pátzcuaro, luego a Jesús Montes en Janitzio, una lancha la guía a través de un mar muy dulce; pasó por Morelia a saludar a Lucrecia, a Zamora a visitar a Rosa, a Quiroga a visitar a Pepe, a Zacapu a visitar a Karina y a La Piedad a visitar a Ricardo.
Al salir de Michoacán, el sendero de las mariposas monarcas la guían en los aires a toparse con una estrella, ella encantada conoce al Lucero de la mañana, quien le recita un canto con sus tintineos y le pide que perdone a quien le ciegue su belleza. Yendo más adelante, se topan con una llorona a la que el amor la ha abandonado, esta con ira intenta robar la mula para buscar a su marido y maldecir a sus críos. Sin embargo, Juanito el vigilante le castiga y le obliga nunca callar para evitar que otras almas se le acerquen.
Unos nahuales aparecen en la frontera de Michoacán y Jalisco, le piden a Juanito que se quede sin la chicana, pues ella no merecía merodear tan joven en los bosques muertos, Juanito con enojo les avienta sal y prende una bengala para alumbrar su camino, las brujas van en busca de sus perros y los encadenan a las espinas del sol, así las almas se darían cuenta de las bestias agresivas.
Los espíritus y las catrinas acompañan en cabalgata a la chicana, la tratan como reina y le piden que les cuente sobre su corazón, la chicana dice lo siguiente:
—Mi corazón se llena de alegría con tan solo pensar en la nobleza de un valiente, no importa que tamaño y que tan lastimado esté, siempre y cuando sepa amar y ser amado, pues la dulzura de alguien noble de corazón es lo único que distingue al hombre del bufón.
Varios curas salen a bendecir las almas y les regalan comida, la chicana no acepta nada hasta llegar a Nuevo México, pues ahí dos almas la esperan. La chicana sube a las nubes de mariposas monarcas, quienes en esta ocasión le ofrecen llevarla al norte con la condición de que los alebrijes las pinten y las cuiden; la chicana acepta y junto a sus abuelos parten de la entrada de Jalisco hasta llegar a Nuevo México. Sus abuelos deciden parar en Zacatecas, así que se despiden de la chicana y le piden que se relaje, pues falta poco para llegar a la otra América.
La gente en Nuevo México espera a Juanito el vigilante, pues una mujer ha perecido y su criatura prematura está sola y sin abrigo, todos esperan la muerte y otros solo a los caprichos; una catrina danzante sale a dar un fuerte grito, las almas ya se acercan y la chicana no ha salido, ella sigue en el sur esperando a que el penitente le diga cómo es que la ha esperado. El penitente le responde con una sonrisa y un pájaro herido, pues es un alma en pena que viene del limbo; la chicana se entristece por él y le regala un beso de despedida, le da su bendición para que los santos lo escuchen y terminen su martirio.
Al momento en que entran a Nuevo México, la chicana busca a los alebrijes para que acompañen a las mariposas que murieron en su viaje, estos las cargan con delicadeza y deciden llevarlas en varias canastas directo a un taller. Un pistolero sale a disparar a los cielos pólvora y balas de salva, pues celebran el perecer de aquellos amigos caídos. Un grupo de chaneques llegan a querer causar disturbios, pero Juanito los espanta y les amenaza con quitarles los tonallis robados. Un gran ser se asoma a ver las ventanas de la chicana, quiere saber sobre el amor, pero es impertinente y distraído. La chicana se asusta y se esconde en los faldones de una madre ciega quien lamenta haber visto la muerte de su hijo.
Juanito lo ahuyenta, le explica a la chicana que varias criaturas perdieron la decencia y la pertinencia, mientras todo esto sucede, dos sombras se muestran y abrazan una tercera, se trata de dos ancianos reuniéndose con su amado hijo quien murió fusilado en batalla y vivió en el limbo. Juanito con alegría danza con ellos y celebra con largos tragos de charanda y mezcal, la chicana se les une mientras busca un catrín que le acompañe en su baile. Aquella criatura sin madre, la recoge un carpintero, este le promete alegrías y una cuna de ahuehuete, le pinta un altar a la madre y a su hermana querida, un letrado le cuenta su vida, pues maldito se ha sentido, Juanito acaba con risas y lo silencia con un trago.
La chicana se encuentra entre los rostros reunidos en el camino de cempaxúchitl a su amado Purépecha, quien con gustoso ánimo le regala un ramo de tulipanes cortados del jardín de un arcángel; la chicana se viste con los colores de los tulipanes y danza con su amado hasta un altar en Nuevo México, Juanito el vigilante les acompaña con ron y jerez mientras bonachones con guitarrones recitan palabras al ruiseñor que va llegando de picar a una mujer.
La chicana envuelta en colores alegres baila junto a los niños que le rondan, su corazón se abre y abraza el gustoso momento junto a su querido amado, quien recita bellos versos de una vieja canción. Las brujas intentan arrastrar a las almas más endiabladas con encantos falsos mientras los catrines se ofenden por tremendas vulgaridades; vuelven a encadenar a sus nahuales en las espinas del sol, el cual con rostro esquelético alumbra la penumbra en la vista de las almas. Nuevo México es tierra de todos ahora, las danzas y el festín de colores y sabores domina las lágrimas de aquellos cristianos que ven con desprecio a Juanito. La chicana pinta sus colores en cada flor marchita, su risa y su sentir iluminan a cada tulipán envenenado por la tristeza. Rondallas enteras le dedican a la chicana una melodía que le mueva el espíritu, y mientras visitan Nuevo México, la madre de todos llora de alegría y abraza los colores de la vida y reposa los sabores de la muerte. Un enamorado dio su vida por un simple gesto incierto, la mujer que amaba le engañó con un méndigo, este pobre diablillo con su mundo ha acabado.
La chicana recorre un camino, unos pétalos la guían a los panteones, una memoria persiste en alguien perdido en la melancolía. Una muchacha goza del placer del ruiseñor y decide regar un manantial en tierras fértiles, las flores se adornan de los colores de los alebrijes, los niños recolectan el néctar de este tan curioso afecto. La chicana admira la pasión de Juanito por ver tanta alegría en quienes se pierden en la razón y el escepticismo de la valentía, un guacho que viste de blanco le regala una jícara.
Mujeres lloran a sus maridos y sus hijos caminan en senderos opuestos, movidos por el honor y la esperanza de una rosa, pues la chicana los cuida en su despechado lecho, lamentos de batallas y de amores negros. Un chamuco vuelve a danzar entre estas almas, maldiciendo y molestando hasta el más pequeño de los alebrijes; la chicana lo corre a patadas mientras le dice sus verdades. Una fiesta sin igual para los muertos, un festín para una madre.
Recorriendo aquel panteón, miradas se cruzan y se unen a la convivencia, una catrina acompaña a Juanito, pues esta quiere seducir sus goces y sacar provecho de su amistad. La chicana acompañada de su amado busca algo conocido. Una señora entre los vivos vestida con hermosos vestidos hechos por guarecitas, cargando hermosos jarrones de barro, viene del mercado a dejar a su amado niño algo que comer, pues el niño lleva rato aguardando en su pedestal para saborear unas guayabas. Acompañado de Chole, su leal hermano, esperan al alba en cuna junto a los periquitos, las aves le recuerda lo que viento le ha dejado y bendecido.
La chicana se alegra de ello y con colores de tulipanes ilumina los corazones de catrines desalmados, la misma agonía vuelve de lo vivo a lo muerto, unos ojos profundos y negros estiran las lágrimas de cada soñador. La chicana vuelve al mismo juego y se retira sin molestia. Un niño recita un canto dulce sobre un conejo en la luna, un folklor exquisito se resbala en la leña, una fogata hierbe las miradas de la vida.
Juanito se reencuentra con la chicana y su amado, este último decide separarse unos momentos, quiere visitar a sus camaradas ya acabados por el cansancio. La chicana recorre varios arcos adornados con calaveras y flores, un señor decide regalar pulque a aquellos que lo soporten, pero un catrín bien macho quedó mal parado con un sorbo, varones de todos lados se rajan en espantos; una mujer les hiere el apellido con 4 jarras de aquel pulque. Un hombre perdido anhela volver a los brazos de su amada viva, sin embargo, este vive en el olvido de todo lo que conoció, así que le pide a la tierra que llore por su alma, esta le da una semilla de aguate y le desea mucha suerte.
La chicana se encuentra con un gran pedestal dedicado a muchas caras, entre ellas se encuentran el abuelo Joaquín y la abuela Anacleta, quienes se reencontraron con la chicana en la cena de los tuertos, fueron a ver una charreada hecha por los mismos muertos. La chicana observa cada uno de los rostros del pedestal mientras su amado vuelve con botellas en mano, este desea celebrar el gran pedestal que les dedicaron a ellos. Efectivamente la chicana encuentra su rostro atrapado en los marcos, su mirada es más fría de lo que es normalmente, mientras que sus alimentos favoritos se encuentran ahí y los carga en su mula. Un pagano se atreve a molestar con sus calabazas y murciélagos, interrumpe y perturba a las almas, pues este pagano piensa que todas las almas están condenadas. Juanito con enojo lo expulsa de su sendero y lo retorna en pañales, ahora llora de vergüenza mientras una criada lo amanta, esta le dice que pronto a la luna le hará caras.
La chicana anhela saber quién le dedicó este pedestal, pues Juanito no accede a resolver estas dudas. El llanto de una pagana altera el orden, esta teme a Juanito injustamente, él la convierte en víbora, pues sus palabras duelen.
—No soy aquel que quiere arrebatar, solo sigo el orden de las cosas. –comenta Juanito con desesperanza y tristeza de aquel juicio.
Una mujer visita el pedestal dedicado a la chicana, de edad no tan avanzada pero ya mayor, acompañada de un hombre anciano que le toca una guitarra para alegrarle su corazón. Ambos cantan al alba y la chicana se llena los ojos de lágrimas. Juanito le pide a todos que cuando el primer rayo de sol salga, todos se oculten en su ser.
Aquellas personas que le tocan a la chicana son quienes decidieron educarla y formarla. La chicana desea con ansias abrazarles pero Juanito le impide eso hasta que sea turno de una reunión. Observando al horizonte, la chicana aprecia una vez más el extenso camino de flores y a los rostros alegres que vienen a celebrar su lecho, la chicana le pide a su amado que le abrace y le recite algo, el amado responde lo siguiente:
—Cuando el alba toque mis labios, tu mirada quemará mis angustias. Cuando el amanecer me despeje, tú oscurece mis miedos. Cuando te pregunte un pájaro el porqué de tus lágrimas, dile que tus mares limpian mi corazón, solo así Juanito no nos observará y podremos volver a juntar nuestras almas.
Un catrín llora al alba, su corazón es muy pequeño para merecer el amor de la luna, pues está siempre le huye cuando él quiere pedirle perdón, así mismo la chicana se junta con su amado y ambos se congelan en la eternidad de una imagen en pedestal de Nuevo México, sus almas se sienten entre los vivos y son temidas por los enamorados.
Juanito se despide, pues a chambear se va; una mujer se nos muere por vida dar. “Esta criatura maldita”, le dicen las insolentes, pues no comprenden a la muerte y Juanito las maldice, las convierte en búhos y los pueblos las persigue. Él inicia su viaje, peregrina a la mañana, un santo se nos viene y decide venir a verle.
La luna se cubre en rojo pues llena queda y con enojo, su hambre se ha saciado, pero ya se ha empachado; el sol sale naciente del oriente a occidente, una bella rosa le desea un buen día. Juanito le pide ayuda a catrinas y catrines, es hora de volver a donde los vivos no comprenden, es la hora de irse y las cartas ya no sirven, una gran despedida que nos deja la chicana: “le canto al alba en cobre y a la luna en mi nombre, llena mi tumba de flores, tulipanes que me visten, y mi querido marido me espera en la tierra de los muertos. Mis padres y mis hermanos me han dado ya sus cariños, ahora que ya no lloran yo ya vengo de regreso, una bella catrina me ha pintado con sus bellos dedos, los ojos que me pusieron son los mismos de Juanito, un matrimonio de fuego y de bellos angelitos. Ya no rezo a los santos que mi cuerpo ha querido, solo rezo a las madres de los machos mal paridos, estos han profanado la esperanza de sus madres. Camino entre los roces de la vida y la muerte, una bella monarca me decora las razones, soy tarasca de madre y chicana por mi padre, ahora mi bella muerte es un canto en los faroles, todos se alegran de verme y desean mi buena suerte, yo ya me he marchado y mi alma ya ha descansado…”
Publicación a cargo de la Lic. Yolanda Jaimes Vidal, Coordinadora de Comunicación InternaGrecia Juárez Ojeda, DirectoraCristhian Adal García Hernández, Subdirector, Jefe de InformaciónJesús Del Pozo Sotomayor, Jefe de FotografíaEric Contreras Santos, Jefe de Fotografía DeportivaArlette Sánchez Santos, Editora
ReporterosDafne Ixchel Agüero Medina, Jefa de Sección/CulturaGibsy Sagrario Gonzalez Garcia, Reportera de Proyectos de Impacto Social
OpiniónGrecia Juárez Ojeda, ColaboradoraCarolina Méndez, ColaboradorItzel Reyes Camargo, ColaboradoraRoberto Carlos Pérez Hernández, ColaboradorCristhian Adal García Hernández, ColaboradorJesús Del Pozo Sotomayor, ColaboradorRocio García González, ColaboradoraDiego Efrén Torres Fernández, Colaborador
Diseño y Edición GráficaMa. Fernanda Bretón Vega, CoordinadoraMayra Renne Beltrán Garay, Jefa de DiseñoAmanda Jimenez Cardenas, Jefa de DiseñoMaria Teresa de Jesus Guendulain, Jefa de DiseñoAzalea Hernandez Morales, DiseñadorAzalea Hernandez Morales, Maria Jose Guitierrez Arcega, Miguel Lopez Rosete, Aldo Arturo Gonzalez Ávalos, Rose Mary Susana Figaredo Ilustradores
Esta página puede ser reproducida con fines no lucrativos, siempre y cuando no se mutile, se cite la fuente completa y su dirección electrónica, de otra forma, requiere permiso previo por escrito de la Institución. Términos legales.
Sitio web administrado por: Dirección de Relaciones Públicas y Comunicación.
2024 Derechos ReservadosUniversidad Popular Autónoma del Estado de Puebla A.C. (UPAEP)